Café-bar Bully (Donostia). Lo perdono (casi) todo
El Bully es uno de mis lugares preferidos para improvisar un plato combinado con la family. Se aparca en la puerta, lo que ya es una ventaja, y cuenta con una amplia terraza de lo más agradable para las noches de verano. Y aunque en nuestro ranking particular siguen ganando la 8 y la 13 de Va Bene, a sus hamburguesas les damos un notable alto.
El habitáculo está bien decorado, con motivos deportivos, temática hockey hierba. Cuelgan de sus paredes fotografías de los primeros equipos del Atlético de San Sebastián, donde identifico algunas caras amigas. Las mesas siempre pulcras y bien dispuestas, redondas y cuadradas, de diversos tamaños y adaptables a grupos de todo tipo. Iluminación tenue y agradable, y servicio por lo general rápido. Un ejército de camareros con largos mandiles negros anudados a su cintura se ocupa de dar cobertura, de martes a domingo en horario ininterrumpido, al local y su terraza.
El bar es frecuentado por un público de lo más variado. Las mañanas de los laborables son de los grupos de madres que, tras dejar a sus retoños en el cole, ocupan las mesas redondas para ese primer café. A mediodía, con su oferta del plato del día (10,90 €, con bebida y postre o café), acoge a jóvenes, menos jóvenes, ejecutivos y otros variopintos que se dejan caer para saciar su apetito de forma rápida.
Los fines de semana el ambiente es más familiar. Aperitivos para disfrutar en la terraza del partido de hockey de las chicas, o baloncesto desde la cristalera interior. Las noches de viernes y sábado el asunto se complica. No se admiten reservas posteriores a las 21:00 horas, y el pleno está asegurado. Así que dos opciones, o paciencia y espera junto a la barra, o cenas con horario francés. A mí, no me convence ni lo uno ni lo otro, soy así de rara.
Uno de estos viernes nos arriesgamos acudiendo a las nueve pasaditas, y tuvimos suerte. Nos acomodamos. Música a buen nivel, de esa que te deja hablar pero sin que te oigan. Como no había fútbol, las pantallas permanecían mudas, mejorando aún más el momento. Sólo un par de familias en sendas mesas de ocho a nuestra izquierda perturbaban levemente la paz del entorno. En el polo opuesto, mi diestra quedó ocupada por un atractivo hombre con dos chavales, con pinta de padre divorciado al que le tocaba estar con los hijos ese fin de semana (suposiciones mías, pero seguro que acerté). Ninguno de los tres abrió el pico en toda la cena… ¿Será que nosotros hablamos demasiado?
Sobre nuestra mesa, tres mantelillos con el menú. Elegimos la H1 (hamburguesa sencilla con queso) y la H2 (completa, vegetal, mahonesa, queso, bacon y huevo frito), acompañadas ambas dos por patatas fritas. Sin demasiado apetito, la menda se decantó por una ensalada (E1; lechuga, cebolla, tomate, huevo cocido, atún, espárragos y aceitunas). Copa de crianza, botella de Aquabona y cañón, todo por 30 euros.
En la barra, además de los hombres de negro, estaba el dueño del lugar, siempre pululando por sus negocios y atento a cada movimiento. Emprendedor nato y trabajador incansable, vigila a la vez que revisa albaranes, negocia con proveedores o pone vinos. Personaje de sobra conocido en el entorno hostelero, gestionaba desde bien joven dos clásicos pubs en la zona de moda de cuando yo lucía 18 primaveras, El Cine y La Prima Puri, ahora sucios locales cerrados en una calle totalmente deprimida. Quién te ha visto y quién te ve…
Y es precisamente por cómo cuida el negocio por lo que el Bully funciona. Por esas miraditas que lanza a sus camareros cuando la respuesta no ha sido la correcta, por su manía de recolocar las banquetas bien ordenadas junto a la barra; por eso, y por mucho más, perdono todo. Porque en el Bully se está cómodo y tratan bien al comensal, perdono que no me deje reservar mesa y tener que correr la noche del viernes. Perdono también unas patatas arenosas y algo gomosas, o que la mixta con “mezclum” de lechugas cueste 7,20 euros, pareciéndome que no lo vale… Perdono y no me quejo, que aquí se está muy bien. Volveré y cambiaré la comanda, nada más. La próxima vez repetiré la templada de queso de cabra y acertaré. Seguro.
(Uve)
Paseo de las Aves, 5 (Club Atlético de S.S.); Aiete – Donostia-San Sebastián (Gipuzkoa)
943 214 287
Es de números y tiene un secreto para conservar su línea. Sus amigos se preguntan por la clase de alimento, Uve sonríe coqueta y se guarda su secreto. Aporta el #mistery a Lo Que Coma Don Manuel. Amiga del anonimato, viste de negro, escucha a Roy Orbison para alegrarse, le parece que Iván Ferreiro grita, estudió en colegio de monjas, le chiflan las ostras, ofrece cerveza a los gremios y trajo el TeleMadre a Euskadi. Siempre de aquí para allá, pasa la noche mirando la Luna, esperando que pase un cometa o baje un platillo volante. Lo normal, al conocerle, es preguntarle: “de qué planeta viniste?”.
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