Bienvenidos a restaurante Don Peppone (Getxo)
Pese a no haber formado parte de los catorce millones de afortunados desplazados esta Semana Santa, pude vivir por unos breves momentos la sensación de haber estado al otro lado del charco. Dicen que no hay (casi) nada que la casualidad y un poco de imaginación no puedan solucionar. De las casualidades me fío más bien poco, y en cuanto a la facilidad de crear nuevas ideas, no soy demasiado ingeniosa.
Pero fue algo así. Me aproximaba como quien no quiere la cosa a ojear la carta de un restaurante italiano llamado Don Peppone, en la Plaza Puente Colgante de Las Arenas (Getxo), cuando, con aire impetuoso, un hábil camarero aparece junto a mí dando brincos, con sendas y repletas bandejas en cada mano. A su paso provoca la apertura de unas, a mi parecer, antiestéticas puertas automáticas de entrada, más propias de una entidad bancaria que de un restaurante, dejando entrever en ese breve espacio de tiempo una brillante y pomposa Estatua de la Libertad. Creo recordar que en ese momento hasta interrumpí una conversación telefónica: “vaya bienvenidos estoy avistando”. ¡Ups! Estoy perdiendo las maneras… Muy lucida, muy brillante su estola. Con corona de siete picos, antorcha en mano y la tablilla apostada en la cadera; sí señora. Bañada en plata toda ella.
Y digo yo, ¿qué hace el símbolo del pueblo americano, tan orgullosos todos ellos, custodiando un italiano? ¿No fue ciertamente un regalo de los franceses a los estadounidenses como símbolo de amistad? ¿Acaso se han enfadado? ¿Será que los encantos de Silvio han traspasado fronteras?
Me quedé ahí plantada, esperando a que pizzas, fetuccinis o raviolis atravesasen una vez más el umbral para poder inmortalizar la imagen, ante la atenta mirada del saltarín camarero, que no entendía mi presencia. “¿Entra? ¿Sale?” Pues no, ni lo uno ni lo otro. Me quedo aquí, entre tanto abre-cierra, cual paparazzi, a la caza de la foto, de la imagen nítida, sin personajes extraños interfiriendo el símbolo del sueño americano…
Y cerré los ojos. Y por un momento imaginé que estaba allí, en la Isla de la Libertad. New York, New York… Pero no tardé en abrirlos y comprender que no, que era el mismo incansable camarero (jopé, siempre él) quien, con infinito afán servicial, repetía una y otra vez “bacalao, fish, bacalao, fish”, intentando explicar a dos comensales británicos que la lasaña no era de carne precisamente…
Y luego se giró, contempló al resto de los presentes y, mientras se le escapaba una sonrisa, comentó: “A mi, que casi me cuesta hablar español…”. Tranquilo, pensé yo, que el spanglish es idioma universal.
(Uve)
* Lo Que Coma Don Manuel destaca en la sección Bienvenidos aquellos ornatos, muñecos, carteles, dibujos y otras decoraciones singulares que, con cierta gracia, nos dan la bienvenida a restaurantes, bares, bistrós, tabernas, chigres, sidrerías, tascas y demás locales hosteleros que tanto nos gusta visitar *
Es de números y tiene un secreto para conservar su línea. Sus amigos se preguntan por la clase de alimento, Uve sonríe coqueta y se guarda su secreto. Aporta el #mistery a Lo Que Coma Don Manuel. Amiga del anonimato, viste de negro, escucha a Roy Orbison para alegrarse, le parece que Iván Ferreiro grita, estudió en colegio de monjas, le chiflan las ostras, ofrece cerveza a los gremios y trajo el TeleMadre a Euskadi. Siempre de aquí para allá, pasa la noche mirando la Luna, esperando que pase un cometa o baje un platillo volante. Lo normal, al conocerle, es preguntarle: “de qué planeta viniste?”.
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