Casa Brandariz (Arzúa). Salpicón de marisco y otras delicias
Desde el café ‘de pota’ a las filloas rellenas de crema, todo está delicioso en Casa Brandariz. Y, además, las raciones son abundantes. Con todo, si tengo que elegir sólo uno de los platos, me quedo, sin lugar a dudas, con el salpicón de marisco. Uno de los más ricos y frescos que nunca haya probado. Tiene todo el norte fama de ser punto de buenos comedores y de mejores cocineros, y Brandariz, que no tendrá premios internacionales, se gana en cambio los halagos de centenares de clientes cada año.
Garbanzos con callos o judías (alubias) con almejas para los hambrientos, que dispondrán para ellos de toda una cazuela de la que se podrán servir a discreción; hasta acabar, si quieren. Arroz para los más tradicionales y para mí, siempre, siempre, salpicón.
En cuanto a los segundos platos, recomiendo la carne asada (si, asada le llaman en Galicia, aunque no pasa por el horno; en realidad se ‘sella’ con aceite caliente en una cazuela y luego se guisa). Los pimientos rellenos con salsa de queso, que en color se asemeja a una mayonesa, siguen sin convencerme. Por muy buena que sea la lata de pimientos (la vi sobre la mesa de la cocina, una muy grande), sigue notándose que no son de elaboración propia. Nunca habíamos probado en Brandariz el capón; esta vez lo hicimos, pero me sigo inclinando por la tradicional carne.
Y aunque no soy amiga de lo dulce en semejantes comilonas, no porque no me guste sino porque termino a reventar, las opciones para rematar el festín son variadas. Tartas, lácteos industriales (lástima), fruta, queso… Pero las reinas de los postres siguen siendo las filloas rellenas de crema. Si es la primera visita, mejor dejar hueco para probarlas.
Una vez que el colesterol y el azúcar comienzan a remorder las conciencias, siempre cabe la posibilidad de dar un paseíto por los alrededores. La verdad es que el local, aunque no es grande, tiene la virtud de hacerte sentir en casa de un familiar capaz de decorar la casa con mucho gusto y calidez. Manteles y servilletas de tela, lámparas menudas distribuidas por todo el techo y el recibimiento siempre cercano de Eduardo, el propietario, un aliciente para volver por allí. Eso, y que el precio no asusta.
(Araceli Viqueira)
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Parroquia Dombodán (San Cristovo); 15819 Arzúa (A Coruña)
981 50 80 90
Lo peor de presentarse uno mismo es que te ves con los ojos de otro y que el tiempo no perdona. Ni el tiempo ni tú misma lo haces. Confieso que me arrepiento. Me arrepiento de no haber dado el paso antes. Han tenido que pasar tres décadas, y tropezar con viejos/nuevos compañeros, para que me decidiera a disfrutar de lo que me gusta, sin la presión que supone ser periodista, que lo soy. Comer y viajar; no importa en qué orden, siempre figurarán entre las mejores cosas que le pueden ocurrir a uno. Y en eso estamos.
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