Panda (Bilbao). Sayonara mediterrasiático (una y no más)
No sé si son molinos o son gigantes, pero la hostelería bilbaína continúa sumida en su particular carrera hacia el abismo, hacia la ignominia culinaria y una trivialización organoléptica más propia de un páramo sin historia, sin bagaje, sin tradición coquinaria. Bilbao, lamentablemente, enciende señales de alarma y muestra síntomas de una despersonalización y una homogeneización que antes se identificaba con la oferta de los centros comerciales periféricos, terreno abonado para la franquicia y la precariedad. Y la cosa no mejora pues, tras la apertura de Panda, Colombo, Pacífico, Foodoo, La Mary, Miu y compañía ahora están menos solos, para mayor desprestigio de la villa y solaz de cuantos tienen como máxima exigencia gastronómica un fondo singular que llame la atención en su Instagram.
En eso sí han tenido especial cuidado los responsables de Panda, que han desnudado sin pudor el inmenso espacio que antes ocupaba Shibui Bilbao para dejar un local menos bello y elegante, de estética pelín industrial, de gran nave en cuyos estantes se exhiben cervezas (Sapporo. Asahi, Kirin) paquetes de alimentación oriental (Ainomoto…), cajas, canastas y más objetos coloristas. Más básico, cutre y a la última, supongo, pues seguro que ese interiorismo de almacén, con mesas de mala calidad y ausencia de arte, es trendy, neohippy, modernuqui, in y hasta pijo. Qué cruz.
El menú del día de Panda
En el aspecto puramente culinario, Panda luce la muy pretenciosa coletilla “mediterrAsian street food”, presentándose como adalid de una fusión intercontinental, informal, callejera y saludable que apenas se aprecia en el plato. Su carta se divide en entrantes (gyozas, tartares, rollitos…), baos, curries, wok, pescado y carne, mientras que el menú del día (10,95€) incluye aperitivo, entrante, principal, postre, y agua, copa de vino o refresco. Yo escogí coliflor al vapor con refrito y aroma de sichimi; uramaki Panda; udon “Singapur style” con solomillo de cerdo; y pudin de pan con coulis de mango; pues bien, lo primero que llegó a la mesa, al alimón, como en los chinos de toda la vida, fueron el arroz y una crema de champiñones. Vaya.
Advertido del error, el camarero volvió al de un rato con un nuevo cuenco donde se disponían tres ramilletes de la col en apariencia levemente empanados, acompañados de dos dados de patata descongelada, seca y sosa, bajo juliana de pimiento verde y rojo que simula ser alga con su sésamo tostado. Al fondo, líquido molesto que si no era agua lo parecía, y el sichimi, esa mezcla japonesa de especias, no la olí. Un conjunto nada gustoso, qué quieren que les diga, a tono con unos altavoces que escupían música etno-tecno también bastante molesta. Algún día un comensal entrará en trance, abandonará su silla con ojos desencajados y se pondrá a bailar o a balbucear, como en una novela detectivesca de Eduardo Mendoza.
La cosa no mejoró con el sushi, para qué negarlo. Sésamo, tostado y sin tostar, cubría también un arroz bastante apelmazado que se anunciaba ‘relleno’ de cangrejo, aguacate y cebolla frita. Cierta insipidez distingue, nuevamente, a ocho makis que sólo cobran cierta alegría bañados en soja y wasabi. Ocho. Con hambre no me voy a quedar, pienso mientras mastico el tercero.
“¿Has comido espaguetis?”, me preguntaron extrañados en casa cuando enseñé la foto del udon, grueso fideo a base de harina, agua y sal que tan buen resultado da a los japoneses en sopa. Llegó a la mesa con aroma muy potente (¿a qué huele el glutamato?) y, sin embargo, vuelvo a apreciar una acuciante falta de sapidez en los ingredientes empleados, al margen de la salsa, picante y de una viscosidad desalentadora. El solomillo no levanta el pabellón, presentado en dados y daditos secos, insípidos y merecedores del desdén del comensal.
Es la hora del postre y la música esa de tienda de moda para adolescentes sordas empieza a incomodar seriamente. Sonaba ‘Are you with me’, del DJ belga Lost Frequencies, en un remix de Dimaro, cuando me sorprendí musitando «No está rico, joder». Me refería al postre. Casi logran que deje de gustarme el pudin, aquí pastoso, napado por un coulis prescindible nada espeso y acompañado de un chorretón de nata de spray. El peor postre en lo que va de año y, créanme, he ido ya a unos cuantos bares y restaurantes.
Con el café solo (1,50€), la cuenta ascendió a 12,45€. La sensación de pesadez que me acompañó durante buena parte de la tarde iba también incluida en el precio.
Ya ven, con su fachada que no aclara si se trata de una tienda o de un refectorio, Panda es el típico restaurante que todos los blogueros van a poner bien a cambio de que el CM de turno les retuitee o invite a la próxima inane #gastroexperiencia. Promete más de lo que finalmente ofrece y el mediterráneo se antoja muy muy lejano, incluso aunque la coliflor la compren en el Macro de Cullera.
(sufre con la deriva de su Bilbao, Igor Cubillo)
General Gardoki, 6; 48008 Bilbao (Bizkaia)
94 497 84 60
Periodista especializado en música, ocio y cultura, incluida la gastronomía. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). En el medio de la vía, en el medio de la vida, si hay suerte, tal vez. Hace las cosas innecesariamente bien y, puestos a hablar, colabora con Radio Euskadi (‘La Ruta Slow’), dirige Lo Que Coma Don Manuel, aún escribe de música en Kmon y de comida en Gastronosfera y Ondojan, y la buena gente de eldiario.es cuenta con sus textos coquinarios en distintas ediciones.
Vagabundo con cartel, ha pasado la mayor parte de su existencia en el suroeste de Londres, donde hace más de 20 años empezó a teclear, en una Olivetti Studio 54 azul, artículos para El País, Ruta 66, Efe Eme, Ritmo & Blues, Harlem R&R ‘Zine, Bilbao Eskultural, Getxo A Mano (GEYC), Den Dena Magazine, euskadinet, ApuestasFree y alguna otra trinchera.
Como los Gallo Corneja, es de una familia con fundamento que no perdonaría la cena aunque sonaran las trompetas del juicio final, si es que no han sonado ya.
Ah, tiene perfil en Facebook y en Twitter (@igorcubillo), pero no hace #FollowBack ni #FF. Se le resisten ciertas palabras y acciones con efe. Él sabrá por qué…
Periodista y gastrósofo. Heliogábalo. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). Tras firmar durante 15 años en el diario El País, entre 1997 y el ERE de 2012, Igor Cubillo ha logrado reinventarse y en la actualidad dirige la web Lo que Coma Don Manuel y escribe de comida y más cuestiones en las publicaciones Guía Repsol, GastroActitud, Cocineros MX, 7 Caníbales, Gastronosfera y Kmon. Asimismo, vuelve a firmar en El País y es responsable de Comunicación de Ja! Bilbao, Festival Internacional de Literatura y Arte con Humor. También ha dirigido todas las ediciones del foro BBVA Bilbao Food Capital y fue responsable de la programación gastronómica de Bay of Biscay Festival.
Vagabundo con cartel, se dobla pero no se rompe, hace las cosas innecesariamente bien y ya han transcurrido más de 30 años desde que empezó a teclear, en una Olivetti Studio 54 azul, artículos para Ruta 66, Efe Eme, Ritmo & Blues, Harlem R&R ‘Zine, Bilbao Eskultural, Getxo A Mano (GEYC), DSS2016, Den Dena Magazine, euskadinet, ApuestasFree, eldiario.es, BI-FM y alguna otra trinchera. Además, durante dos años colaboró con un programa de Radio Euskadi.
Como los Gallo Corneja, Igor es de una familia con fundamento que no perdonaría la cena aunque sonaran las trompetas del juicio final, si es que no han sonado ya. Sostiene que la gastronomía es el nuevo rock and roll y, si depende de él, seguiréis teniendo noticias de este hombre al que le gusta ver llover, vestirse con traje oscuro y contar historias de comida, amor y muerte que nadie puede entender. Eso sí, dadle un coche mirando al sol, una guitarra y una canción, una cerveza y rock and roll, y no le veréis el pelo más por aquí.
Tiene perfil en Facebook, en LikedIn, en Twitter (@igorcubillo) y en Instagram (igor_cubillo), pero no hace #FollowBack ni #FF.
Totalmente de acuerdo con lo que dices sobre la aparición de estos sitios franquiciados. Lo triste es que a la pregunta de una persona de Bilbao, que hace tiempo no viene por la villa, sobre donde llevarle a comer a una amiga de Valladolid, varias de las opciones sean las que has nombrado como La Mary, El Txoko de La Mary, Foodoo… Creo que hay sitios locales con más gracia y que representan nuestra gastronomía. Aunque para gustos los colores.