Cocinero de Arzak mata al crítico gastronómico Ferdinand Cubillo
Como un naufragio hacia adentro nos morimos, como ahogarnos en el corazón, como irnos cayendo desde la piel del alma. Así describía Pablo Neruda la muerte, ésa que os sienta tan bien. There ain’t no grave can hold my body down, declamaba prácticamente Johnny Cash sabedor de que tenía un pie en esa tumba. No es que me asuste la muerte, es tan sólo que, como Woody Allen, no quiero estar allí cuando suceda.
En el fondo, continúa siendo asunto tabú la cesación de la existencia y, por desgracia, hoy es pertinente temer más a la vida que a la pálida dama. Aunque, paradoja, es tiempo de muertos vivientes y violencia gratuita, el necropoder extiende su manto y algún día me tatuaré una calavera mexicana. Aun así, confío yo también en que el traje de madera que estrenaré no está siquiera plantado. Por eso mismo respiro aliviado cuando ojeo las galeradas y compruebo que el periodista asesinado con saña en ‘Sabor crítico’ (Destino), tercera entrega de noir gastronómico firmada por el genial Xabier Gutiérrez (responsable desde 1990 del laboratorio del restaurante Arzak), se apellida Cubillo, sí, pero se llama Ferdinand. Ferni, para sus amigos, que tampoco éramos muchos, como queda constancia en esa novela que llegará a las tiendas el próximo 6 de noviembre. De cualquier modo, ya está disponible en preventa, por alrededor de 18 euros, en portales como Amazon y Planeta de Libros. El subcomisario de la Ertzaintza Vicente Parra tiene, por fin, un nuevo entretenimiento…
Si alguna vez has querido descerrajar un balazo a un pobre cronista culinario, por mentar a Faemino y Cansado, comparar tu salsa estrella con el agua de la fregona o protestar por un vaso de plástico, ésta es tu Biblia. You used to say live and let live but, if this ever changin’ world in which we live in makes you give in and cry, say live and let die.
(Igor Cubillo)
¿Quién era Ferdinand Cubillo?
El controvertido crítico gastronómico Ferni Cubillo (1964-2017) fue, sobre todo, un gran profesional. Elegante y faldero. Mordaz y marrullero. Embaucador y con un pico de oro. Su pluma, del mismo metal. Divorciado y pensativo. No se callaba. A veces su boca le perdía. Pensaba que su razón era la justa. A su alrededor pululaban siempre acólitos y detractores.
Siempre con ropa de marca y de aspecto impoluto. Vestía por fuera de Armani y por dentro de Roederer Cristal. Su inseparable sombrero de fieltro gris con ribete negro le daba ese aspecto distinguido. Pocas veces llevaba corbata, pero era un habitual de americana. Su barba canosa y abundante le sumaba años que no tenía. Su altura, por encima de la media. La dimensión de su barriga estaba acorde con su vida, pero sin llegar a llamar la atención. Su coronilla parecía tirada con un compás. Sus gafas, de pasta intelectual.
Defendía la cocina como arte allá donde hablara. Le obsesionaba definirlo así. Daba conferencias y organizaba eventos. Siempre puntuaba por bajo. Todo le parecía poco. Filosofaba sobre el arte de la cocina en coloquios y encuentros.
Cubillo opinaba a veces en el límite de la corrección, en otras con ironía sostenida. Pocas veces perdía los papeles. Estaba convencido de sus hipótesis. Sus amistades eran férreas y las defendía con vehemencia. No le temblaba el pulso a la hora de escribir. Sabemos que algunas veces había recibido amenazas.
Si alguien protestaba lo arreglaba con una palmadita en el hombro. Por lo menos, eso pensaba. Tal vez por eso fuera asesinado. Murió volviendo a Donostia. Dentro de su propio coche, mal aparcado y en la cuneta de la hermosa carretera boscosa que serpentea junto al río Araxes. Un tiro de gracia en plena frente fue la propina que le dieron sus asesinos después de haber vaciado por completo los cargadores de sus armas en forma de factura, IVA incluido. Le dispararon sin mediar palabra. Iban a por él. No hicieron preguntas. Le estaban esperando. Hacía 20 minutos que había hecho su particular última cena. La hizo en soledad, en el restaurante Maskarada, en Lekunberri. Ninguno de sus apóstoles le acompañó aquel día.
Tuvo el corte de digestión más imprevisto que hubiera podido imaginarse.
(Xabier Gutiérrez)
Periodista y gastrósofo. Heliogábalo. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). Tras firmar durante 15 años en el diario El País, entre 1997 y el ERE de 2012, Igor Cubillo ha logrado reinventarse y en la actualidad dirige la web Lo que Coma Don Manuel y escribe de comida y más cuestiones en las publicaciones Guía Repsol, GastroActitud, Cocineros MX, 7 Caníbales, Gastronosfera y Kmon. Asimismo, vuelve a firmar en El País y es responsable de Comunicación de Ja! Bilbao, Festival Internacional de Literatura y Arte con Humor. También ha dirigido todas las ediciones del foro BBVA Bilbao Food Capital y fue responsable de la programación gastronómica de Bay of Biscay Festival.
Vagabundo con cartel, se dobla pero no se rompe, hace las cosas innecesariamente bien y ya han transcurrido más de 30 años desde que empezó a teclear, en una Olivetti Studio 54 azul, artículos para Ruta 66, Efe Eme, Ritmo & Blues, Harlem R&R ‘Zine, Bilbao Eskultural, Getxo A Mano (GEYC), DSS2016, Den Dena Magazine, euskadinet, ApuestasFree, eldiario.es, BI-FM y alguna otra trinchera. Además, durante dos años colaboró con un programa de Radio Euskadi.
Como los Gallo Corneja, Igor es de una familia con fundamento que no perdonaría la cena aunque sonaran las trompetas del juicio final, si es que no han sonado ya. Sostiene que la gastronomía es el nuevo rock and roll y, si depende de él, seguiréis teniendo noticias de este hombre al que le gusta ver llover, vestirse con traje oscuro y contar historias de comida, amor y muerte que nadie puede entender. Eso sí, dadle un coche mirando al sol, una guitarra y una canción, una cerveza y rock and roll, y no le veréis el pelo más por aquí.
Tiene perfil en Facebook, en LikedIn, en Twitter (@igorcubillo) y en Instagram (igor_cubillo), pero no hace #FollowBack ni #FF.
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