Trinkete Borda (Irun). Lágrimas, wagyu y mantequilla
Las lágrimas que más cerca estuvieron de mi boca fueron las de guisante que probé, en crudo, de la huerta que Iñaki Hernández tiene junto a Trinkete Borda. La escapada hasta Irún me permitió comprobar que la memoria infantil es traidora y que el municipio guipuzcoano es mucho más que la playa de vías que mis recuerdos guardaban grabadas a fuego.
No está en el centro, ni falta que le hace. El hecho de estar ‘retirado’ es, precisamente, lo que permite que el asador Trinkete Borda esté rodeado de huerta propia, desde cuya cima se vislumbra el mar, y de una importante extensión de campas donde pasta el exótico ganado de raza wagyu que luego Iñaki se encarga de convertir en txuletas.
A por txuletas acuden todos los que disfrutan con la carne, sea de wagyu o de vaca, que cuesta seis veces menos y se vende otras tantas más… Olorcito a brasa, de la que Iñaki es un maestro y al que por su ‘sapiencia’ en esta materia habría que tratarle de usted, y que él no limita a lo cárnico. El ganado que pasta por allí pasa sus últimos meses en Ciudad Real antes de ser llevado al matadero. La verdura tiene un recorrido más corto: directamente de la huerta al plato, con breve parada en la parrilla. Y juro que me encantó, será porque me inclino más por la verdura y el pescado que por la carne.
Tienen fama las alcachofas fritas y, al probar la primera, entendí el porqué. ¡Mantequilla pura, oiga! Bueno, mantequilla que, de puro rica que estaban esas alcachofas, a mi me supo a jamón de Jabugo. Una ración para dos que, si me dejo llevar por el instinto, hubiera transformado en individual. #madremiadelamorhermosoquericasestaban! Vaya, que le gustaron incluso al colega acompañante, quien sitúa las alcachofas encabezando el ranking de verduras que no le gustan. Una pena haberle incitado a que las probara y que así saliese de su error, porque de haberse mantenido en su idea yo hubiera engullido doble ración. Desde luego, no haré lo mismo cuando llegue el momento de probar emplatados esos guisantes de los que en crudo caté los suficientes como para formar una pulsera de ‘perlas’ verde esmeralda y que él osa incluir en el listado de productos “mejor evitar”.
Estar en Trinkete y no probar la carne sería como estar en Rovaniemi y no visitar a Papá Noel, así que a nuestra mesa llegó un plato de carpaccio de wagyu. ¡Más mantequilla, oiga! Pero con un sabor ligeramente dulce gracias a esas “venas de araña” que reparten la grasa por toda la geografía animal. Aquí se invirtieron los papeles: yo, más de pescado, no dudé en probar una loncha de carne. Era tan ligera que a esa primera le siguió una segunda, una tercera… y así hasta dar cumplida cuenta de todas las que formaban parte de ese plato que nos habían servido como entrante.
A esas alturas ya me había metido en el coleto un buen trago de tinto Luis Cañas Reserva 2012 (Selección de Familia) acompañado de unos pimientos rojos de la mismísima huerta, asados y embotados por el Sr. Hernández y que, para describir, so pena de ser reiterativa, me veo obligada a buscar en el diccionario un sinónimo de mantequilla. La cosa es que ése es el mismo término que también usaría para referirme a la lechuga que, arrancada minutos antes de la susodicha huerta, venía como acompañante -junto a unas patatas- de la chuleta –de vaca- que llegó a la mesa a continuación.
Y ahora sí que sí. Tú a Boston y yo a Nueva York, o lo que es lo mismo: dedícate a la chuleta que yo me rindo ante el pesado. A la brasa, por supuesto. Txuleton de vaca, de kilo y medio. La chuleta, claro, no la vaca. A ésta me limité a darle una ‘mordidita’ y no porque no me gustase, sino porque quería dejar hueco para la merluza que me atraía cual canto de sirena al ingenuo navegante. Pues, oiga, que no me arrepentí. Puntualizo y matizo: no nos arrepentimos ninguno de los dos. De la chuleta quedaron los huesos y de la merluza las espinas porque hasta las salsas y jugos fueron embebidos por el pan que no paramos de untar. ¡Ay, madre, que falta el postre!
En la mesa de enfrente corría el vino y el champán cuando a la nuestra llegaba el postre que decidimos compartir. A reventar estábamos, pero sin querer eludir esa sensación de que lo que ocurría era inevitable. Si las alcachofas y txuletas tienen fama, de Trinkete Borda hay otra recomendación que corre de boca en boca y que no quisimos dejar de probar: la tarta de queso gratinada. Otra recomendación acertada. Dicen que surgida fruto de un error y, por lo diferente que es, probablemente sea así. Dulce, muy dulce me pareció pero, como los implantes estaban amortizados y la diabetes bajo control, dimos buena cuenta de ella e incluso nos supo a poco.
En nuestra ingenuidad pensamos que un gintonic compartido sería suficiente para hacer la digestión de tamaño menú. Pues no, no fue suficiente. No sólo por lo pantagruélico de aquel, sino porque, receptivos como estábamos, me pareció el mejor gintonic que había probado nunca. Así que tomamos dos y nos desabrochamos el botón del pantalón para poder seguir adelante.
Menos mal que hay jardines, caminos por los que pasear y bancos en los que descansar mientras, como remate, tomamos un café acompañado de virutas de chocolate con almendras. Coincidirán conmigo en que no había lugar para las lágrimas. Ni las de guisante.
(si acaso lloró de satisfacción, Araceli Viqueira)
Borda baserria, Olaberria auzoa, 39; 20303 Irun (Gipuzkoa)
+34 943 62 32 35 / info@trinketeborda.com
Lo peor de presentarse uno mismo es que te ves con los ojos de otro y que el tiempo no perdona. Ni el tiempo ni tú misma lo haces. Confieso que me arrepiento. Me arrepiento de no haber dado el paso antes. Han tenido que pasar tres décadas, y tropezar con viejos/nuevos compañeros, para que me decidiera a disfrutar de lo que me gusta, sin la presión que supone ser periodista, que lo soy. Comer y viajar; no importa en qué orden, siempre figurarán entre las mejores cosas que le pueden ocurrir a uno. Y en eso estamos.
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