Artadi y Chillida desafían al ángulo recto
Dejó escrito el maestro Eduardo Chillida que no creía demasiado en la “experiencia”, pues le parecía conservadora. Era más partidario, en términos de mejora en el aprendizaje, de la “percepción”. Le parecía más arriesgada y progresista. La percepción actúa desde el presente con un pie en el futuro, mientras que la experiencia actúa desde el presente con el pie puesto en el pasado. Este enfoque vocacional fue una de las asociaciones de ideas con las que salí de la bodega Artadi, tras despedirme de Juan Carlos López de Lacalle y agradecerle el maravilloso día, lleno de diálogos de viña y vida que me había regalado.
Cuando llegué a media mañana reconozco que me sentía un poco abrumado. Quizá porque el personaje, no la persona, había sido objeto desde hace años de infinidad de informaciones, reportajes, comentarios, difamaciones… que marcaban una distancia virtual entre lo que yo conocía, sus vinos, referentes de calidad máxima reconocida, su trato siempre amable conmigo cada vez que me ponía en contacto y el halo de visionario, revolucionario, rompedor, qué se yo, que se había ido construyendo los últimos años sobre su persona.
Al llegar, quien me recibe es Carlos, su hijo. De forma absolutamente cercana y amable me propone hacer un recorrido por los viñedos, mientras aita regresa de hacer unas gestiones. En este primer recorrido, donde vamos viendo las viñas de Valdeginés, La Poza, La Hoya, El Pisón… me impresiona el nivel de conocimiento que tiene Carlos de cada rincón, reflejo de su solvente formación, respeto, pasión y compromiso adquirido con la tradición familiar.
Este aspecto, aun pudiendo parecer menor, siempre ha marcado, para mí, un matiz referencial en un gran número de proyectos en Álava. El “relevo generacional”, que apuntala la protección del patrimonio vegetal, cultural y económico de una región. Carlos, en su caso, representa a la quinta generación, ahí es nada.
El paseo me da pie a comentar con él ése y otros temas, mientras el paisaje de viñas cuidadas, tranquilas y asentadas en su sitio nos observan y dibujan en mi cabeza una gran habitación con vistas, interpretada de forma sonora por Henri Salvador. Una ventana desde la que veo una senda de identidad, no sectaria ni dogmática, que marca de dónde es uno con los brazos abiertos al mundo; como decía Chillida, emitiendo una frecuencia que emita calma, no distorsión.
Esta secuencia llega al extremo cuando paramos en la viña de El Pisón. La pequeña parcela de 2,4 hectáreas, plantada en 1945 por el abuelo, expresa perfectamente ese sentido de la calma y pertenencia al que me refería. Sólo parece pedir respeto y que la mano humana interprete bien la añada y los cuidados que demanda; de lo demás se encargará ella sola y sabrá hacerlo bien.
De vuelta a la bodega, donde nos espera Juan Carlos, me despido de su hijo con ese guiño afectuoso que apunta agradecimiento y deseo de repetir la buena química del encuentro.
Mientras vamos viendo parte de las instalaciones de la bodega, el diálogo fluye natural, trasversal, de un tema a otro: sostenibilidad (¿es sostenible utilizar tantas veces esta palabra?), terroir, modas, tendencias, estilos de vino… Pero también asuntos de calado social: riqueza del territorio, futuro para nuevas generaciones, vocación, profesión y ocupación, la viña como identidad y oportunidad, etcétera.
Temas todos ellos que Juan Carlos me dibuja, o así lo percibo yo, desde la perspectiva del gnomon griego, ese ángulo del que nos habla el maestro Chillida, que dibuja al hombre con su sombra. Ese ángulo que reconoce la hermosura y perfección del ángulo recto pero, a la vez, refiere en él un cierto grado de intolerancia, encontrando mejor respuesta en los ángulos que tiene alrededor, pudiendo ir de los 88 hasta los 93 grados. Casi tan poderoso como el primero, pero más dialogante, convencido de que en él se encontrará la virtud.
Este lenguaje conjugado en primera persona del plural alcanza más brillo cuando aparece en escena Jean Francois Gabeau, director técnico del proyecto y hombre de la casa hace más de 15 años. Nos acompaña a una sala anexa al parque de barricas, donde Juan Carlos tiene preparada una cata que situará a los vinos en el lugar que les corresponde, como embajadores que son de todas las palabras dichas hasta ese momento.
El ritual de los vinos de Artadi
Jean Francois comienza a servir los vinos que cataremos con una cadencia que ilumina el valor del ritual. Siempre me ha maravillado ese espacio de silencio que abre un diálogo íntimo con el vino, donde la palabra ocupa el último vagón y el lenguaje de los sentidos se va abriendo camino.
El primer vino que catamos es Valdeginés 2020. Admito que la primera sensación que tengo es la de haber ocupado con premeditación y alevosía la sala de neonatos; pero lo hacemos con respeto, apreciando el tremendo potencial de fruta que acompaña al vino con una estructura tánica dura, que anuncia recorrido. Seguimos con La Poza 2020, donde eso que damos en llamar “mineralidad” se propone como protagonista invitada, junto a la fruta madura y el tanino redondo que lo hace exquisitamente amable para empezar a tomarlo desde ya y disfrutar con su evolución. La cata continúa con El Carretil 2020, que expresa maravillosamente ese equilibrio perfecto entre el músculo y la sensibilidad, expresión directa de especia, flor y fruta que reposa en un manto mineral.
Llega el momento de catar El Pisón 2020. ¿Cómo decirlo? ¡Necesitaría tanto tiempo con mi copa! La dejaría y volvería a ella una y otra vez para comprender el qué, el cómo y el por qué. El vino enriquece mi paleta de sensaciones permanentemente. Un nuevo matiz, un detalle, una insinuación que no deja de atraparme; exquisitamente tramado, fruta, especia, flor, potencia contenida, elegancia extrema, sutileza, contención, esencias de pequeño perfume barroco… Impresionante.
Cuando estoy a punto de aplaudir y pedir bises como en un gran concierto, Juan Carlos nos invita a pasar a la mesa, donde tiene previsto compartir un fantástico menú casero, clásico, como diría Nuccio Ordine. Es decir, clásico, que no viejo. Clásico, porque responde siempre bien a las preguntas.
Cada plato vendrá acompañado de más vinos elaborados por Juan Carlos y su equipo. Vinos que nos dirigen a otro aspecto de este apasionado explorador de viña. La búsqueda permanente de respuestas a tantas y tantas preguntas, inquietudes, curiosidades. ¿Alguien conoce una batería de energía más potente que ésa?
Quintanilla y más vinos de Artadi
Comenzamos esta segunda parte degustativa con Quintanilla 2019, que asienta su viña sobre un terreno habitado en el pasado medieval y que guarda sus secretos, guerras, peste… en lo más profundo. Si te gustan los vinos con nervio, excitantes y expresivos, éste es tu vino. Fruto rojo, trufa y balsámicos, con el tanino bien domado. De textura sutil y largo recorrido. Sin camuflajes, haciendo apología de la austeridad, no de la pobreza, que diría José Múgica.
Los vinos nos van desplazando en el mapa como si fuéramos en busca de una luz distinta. Chillida sintió lo mismo durante su estancia en Grecia. Fue muy consciente de la luz blanca helénica, mediterránea, que contrastaba con la luz vasca, más oscura, de la que él provenía. Juan Carlos hace el viaje inverso y nos invita primero a deslumbrarnos con la luz de Navarra y la tan mal tratada, durante mucho tiempo, garnacha.
Degustamos primero el blanco fermentado en barrica Santa Cruz de Artazu 2016. Reto y tributo a la garnacha blanca en recuperación, que tras un periodo largo en contacto con sus lías muestra una cremosidad y delicadeza plena de recuerdos especiados, cítricos y fruta de hueso. El recorrido del vino es largo y el final súper agradable.
El proyecto Artazu, que nace en 1996, también nos ofrece un tinto: Santa Cruz de Artazu 2019. Garnacha de viña vieja, alegre, chisposo a la vez que serio y profundo, perfecto equilibrio de fruta y madera.
Continuamos el camino en busca de esa luz blanca que nos lleva al Mediterráneo, cuna del vino, como me trasmite Juan Carlos mientras me muestra la botella de El Sequé 2020. Monovarietal de monastrel, lleno de fruta negra madura, toffe, tostados y final balsámico. Denso, largo, contundente y fresco a la vez. Como todos los vinos catados, la secuencia de guarda se admite, se supone o se impone, según el vino y su añada.
Pensando en esta analogía virtual que me he atrevido a hacer entre Juan Carlos López de Lacalle y Eduardo Chillida, creo sinceramente que cada uno en su espacio no hubiera desarrollado sus obras sin un punto de poesía y construcción. Es más, creo que ambos reniegan de la geometría como herramienta única y entienden que la razón lo que mejor nos enseña son sus propios límites. Quizá también Juan Carlos sea un “fuera de la ley”, como se autodefinía el artista en este sentido.
A saber dónde nos llevará este viaje en un futuro. De momento, disfrutaremos de estos grandes vinos al son de ‘Jazz méditerranée’ con Henri Salvador.
On egin.
web de Bodegas y Viñedos Artadi
El sumiller Iñaki Suárez, cofundador de Epikuria, ha borrado sus largas patillas al dejar crecer la barba, pero poco más ha cambiado, pues continúa enamorado del vino y del jazz, atravesando sus senderos y procurando cruces entre ellos. Sabe tanto de la materia que es miembro del comité técnico de la U.A.E.S. (Unión de Asociaciones Españolas de Sumilleres) y del comité de cata de la denominación de origen Bizkaiko Txakolina. Le cuelgan la etiqueta de “técnico gastronómico” y ahora también puede presumir de colaborar con Lo que Coma don Manuel, esta weg.
En su perfil de Instagram no lo indica, pero también es copropietario y currela del bar restaurante Patxi Larrocha, en la capital de la galaxia.
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