Restaurante Los Guaranís (Vitoria). Se come bien
Le dije a mi hermano el menor, a la sazón rector de este blog, que iba a escribir un post sobre la cafetería-restaurante Los Guaranís de Vitoria, y saltó: «Dicen que ahí se come bien». Eso me pareció cuando comí el menú del día del que trata este texto. Fuimos dos comensales y no dejamos ni un charquito de salsa, ni un grano de arroz, ni un rastro de nata, ni una gota de agua ni, claro, ni una gota de vino. Pero no nos dio vergüenza.
Cuando vamos al Azkena Rock Festival suelo pasarme por Los Guaranís, que queda cerca del recinto de Mendizabala, donde se celebra tal cita roquera. Con La Txurri ahí he estado bastantes tardes, refrescándonos con buenas birras, apreciando los vinos, comiendo pinchos ricos (tortilla, bonito, ensaladillas…), observando a los muchos parroquianos y deseando… probar las raciones que exponen en el mostrador de Los Guaranís.
En su web veo que también sirven menús de picoteo y especiales, y parece que no tiene carta. Yo debuté ahí con un efectivo menú del día durante el 11º Azkena Rock Festival. Fui con mi amigo Carlos y salimos contentos. Mucho. Y si el vino hubiera estado un pelín mejor, habríamos salido levitando. Llegamos al parque del Prado, pasamos frente a la fachada del local, ignoramos a los clientes de la terraza, vi que el cartel del menú anunciaba lengua en el menú de 12,50 lereles, y no dudé. Entramos, atravesamos su larga barra de la derecha (hay otra paralela a la izquierda, separada) y entramos en el comedor, que tiene dos fallos: es cerrado, sin ventanas, y el color gris de las paredes mejoraría la estancia si fuese más cálido, tipo salmón, por ejemplo. Una cosa positiva del comedor: las mesas están muy separadas.
Cuando arribamos al refectorio estaba lleno de hombres. Luego llegó una pareja. Ahí olía bien a comida, a vinagreta, y vi algún perchero. Respecto a lo anunciado en el cartel de la calle, hubo algún cambio en el menú debido a que se había agotado el producto previsto. De primero se ofrecían lentejas (buena pinta), espagueti carbonara, espárragos, alubia roja, ensalada de gulas (dudé si pillarlas) y lo que pedimos nosotros, panaché de verduras (para Carlos, el cuasivegetariano) y paella (para mí, que me decidí por la buena pinta que exhibía y porque los hidratos de carbono me vendrían bien para aguantar mejor la pechada festivalera vespertina).
Y ahora detallo nuestros primeros. El panaché estaba buenísimo, con vainas fresquísimas y zanahorias de una sapidez asombrosa. El brócoli durito, el toque de jamón alegraba el conjunto, la patata estaba ‘cojonuda’ según Carlos y el pimiento rojo y tieso era lo más flojo, lo único que desmerecía. Yo tomé la paella, con un arroz espeso y con abundantes ingredientes: trocitos de calamar, de asadurilla, guisantes, pollo, lomo, chorizo cocido, zancarrón… Dijo Carlos: «Si te apuras, hay mas sacramentos que arroz». Riquísimo, oigan.
De segundo plato había lengua en salsa (ñam- ñam), merluza en salsa verde (la pidió Carlos), cogote de merluza, pechuga a la plancha y se había agotado el entrecote. En este segundo plato yo hice uso intensivo de la panera que guardaba cuatro trocitos de baguette. Y es que la lengua la suelo comer en bocadillo, ¿no lo había contado ya? Acabé el pan y nos lo repusieron con prontitud las atentas camareras. El agua, Solán de Cabras, era de medio litro, y el vino, Iradier, cosechero riojano, de Ábalos, olía muy bien, lucía violáceo, gastaba sabor floral, tenía entrada ácida y carbónica, y alcanzó su culmen con las patatas de mi guarnición. Yo me preparaba bocadillitos de lengua negra y no rebozada, con algunas zanahorias, champiñones y salsa, cogía una patata, sorbía vino, y éste crecía y perdía el amargor. Oh qué placer…
Me sentía genial: «No me lo pasaba tan bien en Álava desde que comimos en el Amelibia de Laguardia», le confié a Carlos. Su merluza estaba sosita, pero buena. Quizá congelada, y me recordó a la que me comí en el bufet del ferry Portsmouth-Bilbao, de regreso en mi primer viaje a Londres, que me sentó de maravilla (la merluza del ferry).
Y había muchos postres: natillas, flan, cuajada, arroz con leche, tarta helada, bizcocho relleno de piña… Yo escogí natillas, sabrosas, no empalagosas, bastante licuadas para ser caseras. Carlos pidió bizcocho, ‘cojonudo’, según manifestó de nuevo. Estaba tierno y superesponjoso. Y era enorme. Tanto, que me tocó a mí un trozo para tomarlo con el café: rico mi cortado, bien su solo, a 1’30 cada uno. Pagamos 27.60 en total por esa hora guay en Los Guaranís: qué pasada las patatas, qué potente el arroz, qué sápidas las verduras, qué aparentes los postres…
(siempre zampa la lengua en bocadillitos Óscar Cubillo)
web del restaurante
Portal de Castilla, 4201008 Vitoria-Gasteiz
945 13 37 62
Cierra los lunes
Otro más de los licenciados en Ciencias Económicas que pueblan la nómina colaboradora de esta web. Cuando le da por ser comunicativo, manifiesta que publicó el mejor fanzine de rockabilly de España (el Good Rockin’, allá por los 80) y la mejor revista de blues de la Europa Continental (llamada ‘ritmo y blues’, editada de 1995 al 2000). Actualmente junta letras por dinero en el periódico El Correo, por comida en El Diario Vasco, por ego en Lo Que Coma Don Manuel y por contumacia en su propio blog, bautizado ‘Bilbao en Vivo’ y tratante, sobre todo, de conciertos en el Gran Bilbao, ese núcleo poblacional del que espera emigrar cuanto antes. Nunca ha hablado mucho. Hoy día, ni escucha. Hace años que ni lee. Pero de siempre lo que más le ha gustado es comer. Comer más que beber. Y también le agrada ir al cine porque piensa que ahí no hace nada y se está fresquito.
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