Restaurante Mandarín (Getxo). Sí hay menú, oigan
Decía Vázquez Montalbán que un pueblo que no bebe su vino tiene un grave problema de identidad. Una simple, y quizá simplista, traslación de la sentencia a terreno estrictamente comestible (pasando por alto los consejos del maestro Swami Satchidanandu, quien, como Juan Carlos Pérez Vivanco recordó en este mismo espacio, animaba a masticar los líquidos y beber los sólidos) me llevó a mirar con recelo lo que nos venden usualmente como comida china. Por lo visto, la retahíla de rollitos, arroces, gambas, chopsueys y azúcares nada, o más bien poco, tiene que ver con la gastronomía del gigante asiático. ¿Tiene el pueblo chino un serio problema de identidad? ¿Por qué tiene que inventarse un recetario cuando se convierte en emigrante? ¿No se reconoce en el tofu, el pulmón de cerdo, la cabeza de pato o las patas de pollo (garras de fénix, las llaman) que, a modo de excepción, despachan restaurantes chinos para chinos, como El León de Oro, en Bilbao?
Ésa y otras preguntan me asaltan cada vez que empuño los palillos y lidio con un rollito de primavera grasiento o apelmazado, con masa vasta y nada crujiente o berza fermentada. O cuando veo los gruesos y viscosos siropes que homogeneizan y restan personalidad a cartas completas. O cuando compruebo que, efectivamente, no hay gatos en los alrededores de muchos restoranes chinos. Sglubs… Aquí huele a chamusquina, me digo, y pienso que mis preferidos son aquellos locales donde puedo comer sin encontrar un charco de aceite al fondo, ni anestesiar mi paladar con el referido sirope. Por eso me gustó reciente mi paso por el restaurante chino Mandarín, un clásico de L.A. (Las Arenas), barrio bien de Getxo.
Durante años se dijo que el mejor restaurante chino del Gran Bilbao era el ubicado en la calle Elcano, en el mismo Bilbao. Pero también se dijo que este Mandarín no le iba a la zaga. Era tan bueno y estaba en tan buena zona, que no necesitaba ofrecer menú del día para cuadrar las cuentas. Eso se decía. Y era mentira, un bulo, o las cosas han cambiado tanto que ahora sí ofrece entre semana un menú de la casa por 12 euros.
Lo descubrí hace un par de semanas, mascando la soledad. Navegaba a la deriva en un mar de dudas y, cual polizonte primerizo que, a falta de cubierta, busca mitigar el mareo aferrado a un ojo de buey, me senté junto a uno de sus discretos ventanales, a los que cortinas y un recio enrejado dotan de privacidad, sin restar la claridad que aporta el amplio acristalamiento. Observé la variedad de su clientela, que abarcaba familias con niños sin escolarizar, parejas entradas en años, y trabajadoras que comían ellas solas, igual que yo, envueltas en sus remolinos intelectuales, tratando de empujar hacia el techo sus preocupaciones. Yo también lo intenté, resoplé y fijé mis ojos en su decoración clásica, en tonos rojos y blancos; vetusta, pero no cutre. Mantuve la mirada en sus altos techos y sus paredes, tratando de dejar allí mis problemas, para el siguiente, pero un camarero dejó la carta sobre la mesa y el levísimo impacto rompió mi ensimismamiento. Otro día lo intentaré, pensé, ya sin fé, y me entretuve mirando la oferta gastronómica, buscando un menú del día que apareció, al fin, en su parte final. Bien, porque aquí no hay platos de 2-3-4 euros, raro es el que no pasa de 6 euros, y no me apetecía afrontar un gran desembolso. Ya he escarmentado con el cuento chino de los restaurantes japoneses…
El menú del día no es muy extenso, creo recordar que consta de cuatro primeros y otros tantos segundos, a escoger uno de cada. Para empezar, me decanté por rollo de primavera y ensalada china, abundante, ligera y fresca, a base de lechuga, cebolla y finas tiras de huevo, pollo y jamón cocido. Alegre, la verdad, por la cantidad de cebolla y el generoso manejo de la vinagrera. Y seguí con arroz con ternera al curry, un bol de buen tamaño colmado de arroz, cebolla, pimiento, zanahoria, champiñón, y grandes trozos de tierno filete. Un conjunto saciante y dotado de agradable regusto picante.
Completé el menú con una cerveza San Miguel, de tercio de litro. ¿Postre? Ante la previsible pobreza de la propuesta (flan, natillas y helado), pedí un café solo, apoquiné y salí por la puerta recordando eso de que siempre se ha dicho que el Mandarín es uno de los mejores orientales en mi radio de acción. Puede serlo. Desde luego, es muchísimo mejor que el cercano La Casa de Ma. Por comentar.
(sigue buscando contenedor para sus preocupaciones, Igor Cubillo)
Calle Mayor, 31; 48930 Getxo (Bizkaia)
94 463 99 95
Periodista y gastrósofo. Heliogábalo. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). Tras firmar durante 15 años en el diario El País, entre 1997 y el ERE de 2012, Igor Cubillo ha logrado reinventarse y en la actualidad dirige la web Lo que Coma Don Manuel y escribe de comida y más cuestiones en las publicaciones Guía Repsol, GastroActitud, Cocineros MX, 7 Caníbales, Gastronosfera y Kmon. Asimismo, vuelve a firmar en El País y es responsable de Comunicación de Ja! Bilbao, Festival Internacional de Literatura y Arte con Humor. También ha dirigido todas las ediciones del foro BBVA Bilbao Food Capital y fue responsable de la programación gastronómica de Bay of Biscay Festival.
Vagabundo con cartel, se dobla pero no se rompe, hace las cosas innecesariamente bien y ya han transcurrido más de 30 años desde que empezó a teclear, en una Olivetti Studio 54 azul, artículos para Ruta 66, Efe Eme, Ritmo & Blues, Harlem R&R ‘Zine, Bilbao Eskultural, Getxo A Mano (GEYC), DSS2016, Den Dena Magazine, euskadinet, ApuestasFree, eldiario.es, BI-FM y alguna otra trinchera. Además, durante dos años colaboró con un programa de Radio Euskadi.
Como los Gallo Corneja, Igor es de una familia con fundamento que no perdonaría la cena aunque sonaran las trompetas del juicio final, si es que no han sonado ya. Sostiene que la gastronomía es el nuevo rock and roll y, si depende de él, seguiréis teniendo noticias de este hombre al que le gusta ver llover, vestirse con traje oscuro y contar historias de comida, amor y muerte que nadie puede entender. Eso sí, dadle un coche mirando al sol, una guitarra y una canción, una cerveza y rock and roll, y no le veréis el pelo más por aquí.
Tiene perfil en Facebook, en LikedIn, en Twitter (@igorcubillo) y en Instagram (igor_cubillo), pero no hace #FollowBack ni #FF.
Hace mas de 30 años que pise el Mandarin de LasArenas por primera vez. Empece cenando alli con mi novio, despues mi marido y ahora con dos hijos ya mayores. Sigue siendo igual de bueno. Ha sobrevivido el boom de chinos de los 80 que se convirtieron en bazares y despues en woks. Espero que nunca cierre ya que es de los de clase A. Nada barato con una calidad excelente. Un hurra por Manuel, que lleva toda una vida en este establecimiento.
Soundtrack para la visita, http://www.youtube.com/watch?v=QG6bbnIwX6U