Bar Txuntxurro (Irun). Curiosa, cuanto menos, su tortilla de patata
¿Cuál es el secreto de la muy demandada tortilla de patata del Txuntxurro? «Yo le pongo más huevos», asegura el José Otero en entrevista fotocopiada y enmarcada en el bar.
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leer másLas hamburguesas del Florida no están mal, pero quizá viven un poco de las rentas, de la buena prensa cosechada muchos años atrás, cuando el cocinero riojano Antonio Cuesta puso en marcha el negocio… STOP…
leer másLa de espía siempre ha sido una ocupación solitaria, pero en esta ocasión Igorr y Aitorsky se desplazaron juntos a Oñati. En coches separados, eso sí. Al menos uno de los dos debía sobrevivir, a cualquier precio, para contar aquí qué habían comido. En esta ocasión lo que les llevó a la villa que vio nacer a Ruper Ordorika no fue un asunto de faldas, sino una convención itinerante de seguidores del Rubin Kazan. Aitorsky montó en su Volga Siber, puso a todo volumen un disco de Mélnitsa y empezó a pensar en las piernas de Maria Yuryevna Sharapova. Casi se escacharra en un par de curvas (de la carretera), pero finalmente arribó a la localidad guipuzcoana seguido de cerca por el Ë-Mobile de Igorr, quien no se quitaba de la cabeza los movimientos del último duelo Anatoli Kárpov – Garry Kasparov, entre riffs y consignas anarquistas de Mongol Shuudan. Acabada la convención, ambos se dirigieron al centro del pueblo a pie, y pronto se toparon con un paisano a quien preguntaron, marcando las erres, claro, dónde podían comer. «Buff, ya es un poco tarde…», resopló el viandante. ¡¡Eran las 14.40 horas!! ¿Acaso había fallado el navegador y nuestros amigos se habían plantado en Francia? Igorr dudó, pero vio a lo lejos la bella silueta de la antigua universidad, inaugurada en 1548, y una señal de tráfico que indicaba la dirección a seguir para llegar al Santuario de Arantzazu, en cuyo friso talló Oteiza 14 (¡¡14!!) apóstoles, e insistió al lugareño, como en las novelas de Dostoievski. Éste (el escritor ruso no, el ciudadano guipuzcoano) terminó recomendándoles la cafetería Izarraitz, sin mucha convicción, como queriendo escurrir el bulto, perderles de vista. Y lo logró, pues nuestros protagonistas se dirigieron allí. Fue toda una experiencia, como sumergirse en ese universo chic y/o snob de casas de comidas escondidas, de apariencia clandestina, de esos comedores secretos instalados en comercios y locales imposibles (tintorerías…) de cuya existencia se tiene conocimiento por el boca a oído, o por...
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