Moby Dick (Ondarroa). El mejor sitio del pueblo
Un par de veces he almorzado en el bar-terraza-restaurante Moby Dick de la playa de Ondarroa. Se erige en un lugar inmejorable del conocido pueblo-puerto pesquero vasco y es el punto más bonito y despejado de la localidad: el Moby Dick está pegado al puente de Calatrava (Itsasaurre), a un paso del núcleo urbano (no sé por qué no van más asiduamente los vecinos, sobre todo si el día está nublado; pero así mejor, yo me encuentro más cómodo), en el vértice occidental de la playa de Arrigorri, a la vera derecha de la desembocadura del río Artibai, al inicio del paseo marítimo que conduce hacia Mutriku (el primer pueblo de Guipuchistán; o el último si se viene en dirección contraria, claro), debajo del verde monte, al lado de un parque infantil frecuentado por críos y sus padres… El entorno del local está libre de tráfico y yo espero regresar a menudo. A pesar de la larga carretera con curvas que hay hasta llegar a Ondarroa, merece la pena.
En efecto, si estuviera menos aislado del mundo civilizado ese típico pueblo pesquero, yo me plantaría con más frecuencia en el Moby Dick. Para tomar potes y pinchos en su bar, para comer en jornadas de playa o no sus menús del día, sus raciones o sus pollos, para pasar las tardes trasegando cervezas mientras me distraigo con la buena música que ameniza hasta la calle (sobre todo americana; hasta los turistas yanquis felicitan a la encargada por la selección), o para libar gintonics mirando al mar en días grises o soleados (bueno, en el Moby, de una manera u otra, siempre brilla).
Un extra es que el local acaba de ser renovado y las mesas están nuevas y todo expide un cierto aire más moderno. Ah, el Moby Dick no es ningún chiringuito, aunque sólo abra en verano y exhiba decoración marinera: remos, un timón, campanas, fanales, salvavidas, ojos de buey… La primera vez que fui, el 25 de julio de 2009, día de Santiago Apóstol, había en el casco urbano fiesta gallega y algunos albariños ya bebimos. Ese día hacía sol y la playa estaba a tope. Comimos ocho personas en la terraza del Moby Dick, protegida con la carpa blanca, y de memoria escribo cuando evoco que disfrutamos de las jarras de cerveza, de los platos combinados de pollo con patatas y ensaladas, de los cafés… El amigo Pato ha comido más veces ahí y alaba las albóndigas en salsa con un punto de chocolate que califica de exquisitas (las han quitado de la carta, lástima), unas rabas ricas en su opinión exigente en la materia, pues es cántabro, una buena ensalada o un escocés ‘con heladito’ (sic).
Aunque he tenido muchas oportunidades de volver, casi cuatro años después comí por segunda vez en el mismo local. Esta vez en una mesa estupenda, pegada al ventanal, viendo los barcos pesqueros partir y arribar, la playa vacía, los montes de los flancos… Tras ojear la carta en cuatro idiomas (inglés, francés, español y euskera) nos apetecieron muchas cosas, pero como íbamos convidados nos agasajaron con una selección al tuntún pero equilibrada. Estábamos dos parejas y las chicas bebieron con cerveza San Miguel (yo me tomé alguna caña bien tirada de aperitivo, cuando sonaba la Creedence Clearwater Revival en el bar) y los hombres con vino. Descartamos el competente Faustino y probamos el Señor de Lesmos, de Laguardia (mi pueblo vasco favorito), 85% tempranillo y 15% mazuelo, 13º, muy bueno, con mucha fruta roja y aroma complejo. Con trozos de pan de baguette abrió el almuerzo una tabla de ibéricos: jamón riquísimo, según La Txurri, y jugoso, según Gorka; salchichón en rodajas gruesas y no muy curado, pero siempre solvente; y queso ahumado de mezcla, untuoso y correcto.
Seguimos con croquetas de pollo caseras, grandes y deliciosas, con bechamel humeante y en su punto. Aún las recuerdo y añoro. Al poco llegó una ensalada Moby Dick enorme, vistosa y generosa. Seguro que a los niños les encantaría con su jamón de york y su huevo cocido, su dulce policromía, sus trocitos de espárrago y tomate y queso. Según la hacíamos justicia, sonaba Tom Petty. Había tanta ensalada que reservamos gran parte para la tabla de grill, con morcillas y costilla de cerdo. Sonaba Dwight Yoakam cuando degusté la morcilla, de verdura, casera, de toda la vida, de la carnicería del barrio de Ondarroa, donde moran los dueños del restorán. La piel estaba crujiente y me la zampé para sorpresa de los compañeros de mesa, como la siempre risueña Amaia. Estaba muy sabrosa y en morcillas me considero experto mundial. La costilla se acompañaba por puré de patata, encomiado por todos, y el vino crecía. Le añadimos una pizca de sal a la carne, porque a todo el mundo le ha dado por lo saludable y por echar poca sal al cocinar, y en el Moby no iban a ser menos.
De postre, me quedé con una tarta de queso seductora y fresquita. Una oferta parecida a lo que degustamos puede costar de 15 a 20 euros por persona en el Moby Dick. No tomé café, pero sí un estupendo gin tonic de Bombay Saffire en copa de balón, mirando la playa, siguiendo la conversación y mientras sonaba Chris Isaak. Y bueno, que tengo ganas de volver.
(al Moby Dick iría desde el desayuno hasta la cena, Óscar Cubillo)
Playa de Arrigorri, Ondarroa
94 683 00 18
Otro más de los licenciados en Ciencias Económicas que pueblan la nómina colaboradora de esta web. Cuando le da por ser comunicativo, manifiesta que publicó el mejor fanzine de rockabilly de España (el Good Rockin’, allá por los 80) y la mejor revista de blues de la Europa Continental (llamada ‘ritmo y blues’, editada de 1995 al 2000). Actualmente junta letras por dinero en el periódico El Correo, por comida en El Diario Vasco, por ego en Lo Que Coma Don Manuel y por contumacia en su propio blog, bautizado ‘Bilbao en Vivo’ y tratante, sobre todo, de conciertos en el Gran Bilbao, ese núcleo poblacional del que espera emigrar cuanto antes. Nunca ha hablado mucho. Hoy día, ni escucha. Hace años que ni lee. Pero de siempre lo que más le ha gustado es comer. Comer más que beber. Y también le agrada ir al cine porque piensa que ahí no hace nada y se está fresquito.
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