Disfrutar (Barcelona). La técnica al servicio de lo imprevisible
Como Neruda, los gabinetes de prensa y webmasters podrían escribir los versos más tristes esa noche. Redactar, por ejemplo, «La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos”. Sin embargo, recurren más bien a textos de este otro tipo: “El restaurante Disfrutar, abierto desde diciembre de 2014, nace después de años de trabajo intenso en elBulli, donde Mateu Casañas, Oriol Castro y Eduard Xatruch se conocieron y formaron profesionalmente, y después de afianzar el trabajo hecho en Compartir inaugurado en abril de 2012 en Cadaqués”. Eso se puede leer en la página web del local barcelonés porque, lo dicho, estos párrafos deben ahondar en lo meramente informativo y eludir valoraciones y retórica.
De ahí la frialdad de un texto revelador que, no obstante, no indica que el establecimiento, antes de la dichosa pandemia, venía ofreciendo dos servicios diarios de lunes a viernes (50 pax. + 50 pax.) y que apenas había una quincena de stagers entre sus 65 currantes (ninguno de ellos en sala). Datos prácticos, mera matemática y estadística, que chocan, eso sí, con el espíritu de un espacio de creatividad como éste. Porque ¿cuántas veces se ha dicho aquello de que la gastronomía es una suerte de arte, de arte efímero y comestible, pero arte al fin y al cabo? ¿En cuántas ocasiones se ha proclamado que la cocina permite que ingieras las creaciones artísticas y éstas pasen a formar parte de ti? Pues bien, esa ilusión cobra vida en Disfrutar 🔥🔥🔥🔥🔥.
En casa de Oriol, Eduard y Mateu es una lástima distraerse, pues corres el riesgo de perderte otra sorpresa, el siguiente giro de guión, la nueva presentación. Porque el deseo de entretener les lleva a huir de lo previsible, a buscar el triple tirabuzón en cada salto mortal, y uno puede aburrirse de sacar fotografías, tomar notas e intentar desentrañar cada detalle de menús degustación que son cantos a la técnica elevada a la enésima potencia.
Disfrutar en Disfrutar
Así lo viví durante mi penúltima escapada a Barcelona, y eso mismo experimentarán cuantas personas ocupen sus mesas ahora que ha reabierto sus puertas. En mi caso yo me decanté por el menú clásico, compuesto por una treintena de platos, y el camarero decantó el champagne, Shaman 15, grand cru de Marguet, un pinot noir completamente diferente al estándar, una añada fantástica; sólo una tentación en una carta de vino con 700 referencias, la mayoría de pequeños elaboradores. El descorche fue el pertinente chupinazo de una fiesta a la que acudí dispuesto a disfrutar, y vaya si lo hice.
El aperitivo fue un cóctel sólido, utilicé pétalos de rosa a modo de cuchara, vi brotar frágiles remolachas de la tierra y el camarero preparó una especie de “sidra al momento” sirviéndose de jarra, zumo de manzana, licor de la misma fruta y dióxido de carbono (CO2). Aquí los bollos se rellenan con caviar beluga y se armonizan con vodka de grano macerado con trufa negra. Las copas se ahúman quemando virutas de roble y las manos del cliente vertiendo sobre ellas Lagavulin, performance al servicio de la deconstrucción de una tarta al whisky. También se deconstruye el ceviche, las navajas se entierran en sal, los postres se desencofran con martillo y cincel, los polvorones son de pesto, los macarrones de gelatina (la carbonara llega en sifón) y de cocina sale incluso una particular “gilda” con semillas de piparra, anchoa, esferificaciones de aceituna y caballa marinada.
Tras comer algodón de cacao y menta, por fin aterrizamos y pudimos desabrochar los cinturones de seguridad. La cena fue un vertiginoso viaje por la textura, el sabor, el aroma, el juego, la fragilidad, la intensidad, la creatividad, la generosidad y más virtudes terminadas en dad. La constatación de visitar un referente de la expresividad de la cocina más técnica, un parque de atracciones en pleno Eixample, frente al Mercado del Ninot, donde se tiene la sensación de estar en uno de los restaurantes más singulares a tu alcance. Ojalá el siguiente carrusel de fotos sirva para que te hagas una idea de su grandeza.
Villarroel, 163; 08036 Barcelona
+34 93 348 68 96
Periodista y gastrósofo. Heliogábalo. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). Tras firmar durante 15 años en el diario El País, entre 1997 y el ERE de 2012, Igor Cubillo ha logrado reinventarse y en la actualidad dirige la web Lo que Coma Don Manuel y escribe de comida y más cuestiones en las publicaciones Guía Repsol, GastroActitud, Cocineros MX, 7 Caníbales, Gastronosfera y Kmon. Asimismo, vuelve a firmar en El País y es responsable de Comunicación de Ja! Bilbao, Festival Internacional de Literatura y Arte con Humor. También ha dirigido todas las ediciones del foro BBVA Bilbao Food Capital y fue responsable de la programación gastronómica de Bay of Biscay Festival.
Vagabundo con cartel, se dobla pero no se rompe, hace las cosas innecesariamente bien y ya han transcurrido más de 30 años desde que empezó a teclear, en una Olivetti Studio 54 azul, artículos para Ruta 66, Efe Eme, Ritmo & Blues, Harlem R&R ‘Zine, Bilbao Eskultural, Getxo A Mano (GEYC), DSS2016, Den Dena Magazine, euskadinet, ApuestasFree, eldiario.es, BI-FM y alguna otra trinchera. Además, durante dos años colaboró con un programa de Radio Euskadi.
Como los Gallo Corneja, Igor es de una familia con fundamento que no perdonaría la cena aunque sonaran las trompetas del juicio final, si es que no han sonado ya. Sostiene que la gastronomía es el nuevo rock and roll y, si depende de él, seguiréis teniendo noticias de este hombre al que le gusta ver llover, vestirse con traje oscuro y contar historias de comida, amor y muerte que nadie puede entender. Eso sí, dadle un coche mirando al sol, una guitarra y una canción, una cerveza y rock and roll, y no le veréis el pelo más por aquí.
Tiene perfil en Facebook, en LikedIn, en Twitter (@igorcubillo) y en Instagram (igor_cubillo), pero no hace #FollowBack ni #FF.
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