Bar Cuesta (Cerrazo). Menudo ambientazo
Hace poco se cruzó en Gorliz mi prima Bego con mi esposa Susana y le comentó la primera: «¿No os gusta mucho a ir a Suances? ¿Conocéis el restaurante Cuesta? Nos costó llegar y, aunque había mucha gente, conseguimos comer. Siempre debe de estar lleno. Las raciones son enormes, para dos personas, y es muy barato: lechazo a unos 10 euros. Hasta los postres son para dos personas. Se come en plan raciones y las rabas están buenísimas».
Hum… Busqué el local en Internet y todo eran parabienes de los clientes satisfechos. Había unanimidad en que ahí se come bueno y barato. Imaginé que sería una casa de comidas rural con espacios limitados, pero mi impresión se rompió al llegar, tras dar varias vueltas por los vericuetos de asfalto entre Suances, Santillana del Mar y San Miguel. Ahí estaba el garito, pegado a la carretera. Primera sorpresa: dispone de un aparcamiento enorme, síntoma de su concurrencia. Segunda sorpresa: habíamos acudido temprano y había mucha gente al aire libre. Tercera sorpresa: tiene otro aparcamiento más pequeño cerca del edificio. Cuarta sorpresa: a la izquierda de la fachada se yergue, a modo de añadido, un comedor acristalado, moderno y metálico que aporta un aspecto chic al Cuesta. Quinta sorpresa: al entrar vimos que el bar estaba a tope, en plan Guerra Mundial Z, con familias alteradas, desde los críos chillones hasta los abuelos nerviosos. Sexta sorpresa: la barra, las mesas y la cocina con la puerta entreabierta eran un bullir de trabajadores. Uh, menos mal que soy intelectual y no me asombro ante nada.
Confiados nos acercamos a la barra, me acodé y pedí mesa para dos en alguno de los comedores. El Cuesta tiene al menos tres, aparte de las terrazas con bolera del exterior. ¿Tienen reserva?, preguntó la chica. No (glups). La morena consultó a un encargado flaco y con camisa muy chillona para mi gusto (que, ya saben, mi manga es muy ancha para estas prendas), y confirmó que no se podía, que debíamos comer en el bar. Buf, vaya jaleo reinaba en el bar: ruido y mesas expuestas al movimiento del gentío. El encargado me recomendó reservar otro día y, si era para fin de semana, con mucha antelación. La Txurri, animosa, se avenía y le apetecía comer ahí, en el bar del demonio zombi, probar sus raciones y tal, pero yo zanjé el asunto: «No negocio. Paso de comer en la barra rodeado de peña chillando». Y ya estaba pensando en coger el coche para comer, por ejemplo, en el no lejano Palacio de Mijares (al que fuimos el día después y muy bien, ya lo contaremos), cuando regresó el encargado y planteó a Susana: «Tenemos una mesa para dos personas en un comedor interior. Estaba reservada para unos clientes que llegan a las 3.15. Si les da tiempo…». Quedaba hora y media. Hecho. Qué suerte porque, francamente, estoy hasta los huevos de locales como el Casa Cofiño o el Casa Poli, donde la gente se agolpa como los zombis ante las murallas de Jerusalén (o como los subsaharianos sin papeles asaltando la valla fronteriza de Melilla) y es tratada con desdén supino por el encargado fondón de la fonda de turno.
Así que nos sentamos en el primer comedor. Pequeñito, con la cocina a la vista cuando se abría la puerta. Albergaba la bodega y unas cuatro mesas habría. Arriba, encima de nosotros, en el Cuesta hay otro comedor al que cada vez que se dirigía un cliente abría la puerta detrás de mí y dejaba entrar el jaleo del bar. ¡Qué ambientazo!, pensarán algunos. Nuestra mesita tenía mantel de tela y servilletas azules de grueso papel. La cristalería parecía buena. Otro encargado, más rural, con camisa más sobria, nos acercó las cartas. Leímos los de los platos de cuchara cambiantes cada día a 5 euros más IVA (ese día había cocido montañés, y también sopa de pescado), carnes apetitosas a 11 euros más IVA (el lechazo que tenía entre las cejas, solomillo, chuletillas u otros planteamientos más prosaicos), pescados quizá no tan competitivos (algunos los típicos de piscifactoría, el recurrente bacalao y el de temporada, en verano bonito), y las mentadas raciones con fama de descomunales.
Estudiando las raciones para pedir entrantes, La Txurri me preguntó si yo querría rabas (media ración como mucho, por probarlas, habría pedido), o morcilla (no, no quiero llenarme), o callos (no, no quiero explotar)… Le propuse media de croquetas, sin saber si las sirven en medias, y me contestó ella que no le gustan las croquetas (séptima sorpresa, aunque la disimulé sin alterar mi rostro). Me extrañó que en el Cuesta prepararan hígado encebollado, pero luego en Internet vi que se trataba de asadurilla tentadora. Fijé mis ojos en las anchoas con pimientos (pero sé que a ella le repelen los pimientos), le pedí probar los bocartes (no me oyó) y, para no llenarnos la panza antes de los platos principales, le sugerí algo ligero, una de mejillones y otra de almejas. Ella dijo que prefería los mejillones, pero me impuse yo: una de almejas (7 + IVA). Llegaron en una cazuelita de barro con piezas medianas, sabrosas, sobre una salsa verde fina y gustosa. Hum… cuando vuelva al Cuesta zamparé de entrantes quizá gambas al ajillo y los chipirones encebollados que mi prima Bego ponderó con fruición.
Las almejas maridaron con las bebidas: Susana una caña (2 + IVA) y yo una botella de Pago de Carraovejas (23 + IVA), Ribera del Duero, crianza 2010. Me recomendó la marca el empático Pato hacía tiempo y ya tenía ganas de probarla. Como estaba al mismo precio que en la tienda, la pedí. El camarero comentó que con eso uno no se ponía malo. Cogió la botella de la cava cercana, la abrió girándola de modo totalmente incorrecto, sonó un sonoro plop al destaparla y dejó mi Carraovejas sobre la mesa, sin dármelo a probar. Cuando se volvía le pedí: deja el tapón, que no me lo voy a acabar. Y me corregí al instante: el corcho. Y fue el tío y lo tiró en parábola a la mesa, ja, ja… ¡Qué crack! El Carraovejas olía a distancia, olía a mineral y a frutas de bosque. Tenía sabor ligero pero carnoso, largo posgusto y, cuando se oreó lo suficiente, remitía al chocolate. Un vino muy fino que, quizá, se escondió un poco con el cordero, a pesar de sus 15 º de alcohol (quizá le habría ido mejor al cordero otro ribera más potente de la carta del Cuesta, como La Planta, a 13 euros).
Bueno, pues llegaron las carnes. Susana solomillo (11 + IVA). Muy hecho, dos trozos inundados de salsa de queso blanca y enmascaradora del buen sabor de esa rica carne. Con patatas fritas ricas y un pimiento rojo de adorno. También hay solomillo a la pimienta, o a secas, que es como yo lo pediría. No obstante, yo elegí lechazo asado (11 + IVA), con ensalada verde aparte para desengrasar. Eran dos trozos enormes: una pata y otro cacho. Iban en su jugo y estaban superbuenos: tiernos, con patatas fritas en vez de patatas panadera, pero me las comí casi todas, y con el consabido pimiento rojo que probé y estaba muy bueno. Comí el cordero contento, sin pausa, con la ensalada, y esa tarde ni me repitió ni me hizo sentir pesado ni nada. Qué gozada.
De postre yo habría pedido un surtido de quesos que ofrecen entre las raciones, pero Susana se lanzó a la tarta de queso (3 + IVA), que ya le explicó el camarero que era una especie de flan muy compacto. Yo, abandonado en mi deseo quesero, me tiré a una tarta al güisqui (3 + IVA, como todos los postres). No me echaron un chorretón de ninguna botella del preciado destilado, y no lo reclamé para que no me subiera y poder beber más de noche. La tarta estaba muy buena y, con la suerte que tengo, me tocó una esquina; o sea, de la parte más almendrada, con bizcocho, vetas de helado de nata y vainilla… Qué rica. Y qué cantidad, pues para dos habría servido cada uno de esos postres.
Por todo esto, más dos de pan (0’80 + IVA, cada pieza), en total pagué 67,76 euros con la tarjeta y no dejé propina, como es mi costumbre. Salimos, atravesamos el bar lleno de gente ociosa y bulliciosa y, al llegar a la calle, vimos que aún había muchos clientes comiendo rabas. Hice fotos artísticas de la fachada del Cuesta con ambientazo, y de Susana ante un stop, pero se perdieron por culpa del puto móvil. Grrr… Y montamos en coche de regreso a Suances, sabiendo que ya teníamos otro restaurante favorito, bueno y barato. Con cantidades generosas, pero calidad contrastada. Recomendado encarecidamente, oigan.
(se sorprendió hasta en siete ocasiones, Óscar Cubillo)
Barrio de Cerrazo, 2B; 39539 Cerrazo (Cantabria)
942 82 05 35
ÓSCAR CUBILLO
Otro más de los licenciados en Ciencias Económicas que pueblan la nómina colaboradora de esta web. Cuando le da por ser comunicativo, manifiesta que publicó el mejor fanzine de rockabilly de España (el Good Rockin’, allá por los 80) y la mejor revista de blues de la Europa Continental (llamada ‘ritmo y blues’, editada de 1995 al 2000). Actualmente junta letras por dinero en el periódico El Correo, por comida en El Diario Vasco, por ego en Lo Que Coma Don Manuel y por contumacia en su propio blog, bautizado ‘Bilbao en Vivo’ y tratante, sobre todo, de conciertos en el Gran Bilbao, ese núcleo poblacional del que espera emigrar cuanto antes. Nunca ha hablado mucho. Hoy día, ni escucha. Hace años que ni lee. Pero de siempre lo que más le ha gustado es comer. Comer más que beber. Y también le agrada ir al cine porque piensa que ahí no hace nada y se está fresquito.
Otro más de los licenciados en Ciencias Económicas que pueblan la nómina colaboradora de esta web. Cuando le da por ser comunicativo, manifiesta que publicó el mejor fanzine de rockabilly de España (el Good Rockin’, allá por los 80) y la mejor revista de blues de la Europa Continental (llamada ‘ritmo y blues’, editada de 1995 al 2000). Actualmente junta letras por dinero en el periódico El Correo, por comida en El Diario Vasco, por ego en Lo Que Coma Don Manuel y por contumacia en su propio blog, bautizado ‘Bilbao en Vivo’ y tratante, sobre todo, de conciertos en el Gran Bilbao, ese núcleo poblacional del que espera emigrar cuanto antes. Nunca ha hablado mucho. Hoy día, ni escucha. Hace años que ni lee. Pero de siempre lo que más le ha gustado es comer. Comer más que beber. Y también le agrada ir al cine porque piensa que ahí no hace nada y se está fresquito.
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Manolito, te doy la razón en que da la sensación de que te perdonan la vida cuando en el Cuesta te conceden una mesa. Pero yo siempre he comido bien (y variado), abundante (hasta no poder acabar algún plato) y barato (en comparación con el País Brusco al menos) en el Cuesta. Este pasado julio almorcé otra vez, y muy contento salí. El crianza de la casa vale unos 7 euros y está potable. Bueno, esa fue mi última experiencia y espero volver. Salud & gracias por tu comentario.
.Ya había oído que las cosas están cambiando en este local. Me extrañó que en pleno verano pudiera conseguir mesa sin las colas de reserva que solía haber, y cuando nos sirvieron empecé a entender el motivo. Nos sirvió el dueño/encargado que se caracteriza por su frialdad cuando no por su falta de cortesía; parecía que tenía prisa por que nos fuéramos, porque sin haber acabado un plato ya nos estaba trayendo el otro, que casi lanzaba sobre la mesa. Lo que más me cabreó fue la estafa con las rabas. Hasta donde yo sé, las rabas ( las de calidad, al menos) son de calamar o de peludín, pero en ningún caso de POTÓN, producto cutre donde los haya, y que distinguiréis sin necesidad de probarlas por su olor a AMONIACO. El cordero que nos pusieron después era una mezcla de trozos bien cocinados con otros que hicieron la mili con Franco y que debían estar en el horno desde entonces. De postre llegó una tarta de hojaldre propia de Semana Santa y con una antigüedad equivalente. Es un fiasco de sitio.
El reciente puente de Todos los Santos me refugié en Suances y, de camino, paramos en el Cuesta. Estaba lleno el viernes 1, por supuesto, pero como habíamos telefoneado y después habíamos llegado pronto nos colaron en un comedor y pudimos comer en la misma mesa de nuestro debut. Hice fotos pero desaparecieron porque este móvil mío es una puta mierda y he de comprar otro ya mismo. Además se me olvidó el folio y tomé nota en una servilleta de papel. Susana bebió una caña (2 + IVA) y yo pedí una botella de La Planta (13 + IVA), de Ribera del Duero, y me dio un subidón con el primer trago del fresco caldo granate y pimpante, con olor y sabor a cereza. Buah, una pasada. De primero pedimos mucha comida, dos raciones para dos y con una basta, lo habíamos olvidado. Fueron una bandeja de mejillones (5 + IVA) correctos con salsa de tomate entreverada de pimiento, normalita la salsa aunque untamos y comimos casi toda con la cuchara, más una ensaladilla rusa cojonuda (5 + IVA), una ración generosa de una receta sencillamente contundente con ingredientes naturales (qué bonito, qué yema de espárrago, qué aceitunas…) y mayonesa como Dios manda (esa ensaladilla da mil vueltas a la de La Casona del Judío santanderina, por ejemplo). De segundos, para los que no nos cambiaron los cubiertos, Susana pidió ‘san Jacobo’ (11 + IVA), que en el Cuesta preparan con solomillo, jamón ibérico y queso y les queda de muerte lenta, sabroso, tierno, espectacular y con un tropel de patatas fritas más ricas que las de mi cordero (11 + IVA), una pata gigante y un trocito de costillar más suculento y fino, una ración descomunal cn patatas que, lo siento, no pude acabar del todo y dejé trozos de carne adheridos al hueso. Estábamos muy llenos, no pedimos postre ni café, pagué con tarjeta 53,46 euros, no dejé propina (casi nunca lo hago) y salimos del garito con mi botella de vino mediada. Jo, qué gozada es esto del Cuesta. No me extraña que siempre esté a tope. De hecho al día siguiente, sábado, pasamos a tomar un café y un pacharán a eso de las 3 y llovía, pero también estaba lleno, je, je…
Este es el típico post que te engancha por la redacción, y acabas sin saber qué platos hay en ese texto. simplemente genial, me he reído un montón, aunque me he quedado con una sensación de agobio con ese bar lleno de gente y niños descontrolados! 🙂
B.