Lobo (Donostia). El precio de la moda
Gracias a Dios, las modas son bastante pasajeras. Quién no recuerda los calentadores, las hombreras o las sandalias cangrejeras que hoy redescubro leyendo ‘Yo fui a EGB’. Supongo que lo mismo sucede con bares y otros locales de ocio a los que acudimos cual borregos porque aparecen en la crónica del periódico local. Bueno, no todos lo hacen. Yo (nosotros) a veces me dejo llevar cuando no soy quien decide dónde celebrar la próxima cena. Y si yo no elijo, a priori, no protesto. Luego ya llegará Paco con la rebaja, cuando se me ocurra dar una segunda oportunidad al bareto y valorar si es que tuvieron un mal día o, definitivamente, pasan a engrosar la lista negra.
Además de un animal de colmillos afilados o una leyenda en noches de luna llena, “Lobo” es el nombre de un bar restaurante situado en el donostiarra barrio de Benta Berri desde hace escasos nueve meses. Y fue llegar y revolucionar al personal. No sé si es la gran foto de un lobo de ojos penetrantes, o los barriles de cerveza Estrella Galicia colgados del techo, pero, de repente, se convirtió en el atractivo del vecindario antiguotarra. Y todos como locos a conseguir una mesa.
Mi primera visita fue una noche de viernes. La terraza llena y el interior petao. Imposible entender lo que decía quien se sentaba en la esquina opuesta de la mesa, y la sensación de ver a los camareros superados cuando ocho mujeres tardan una eternidad en decidir qué compartirán. Menos mal que llegó la marimandona poniendo orden y pidió un poco de todo.
Los platillos (risottos, menestras, chipirón, rodaballo, foie, rabo, carrillera…) no son ni formato pincho, ni llegan a la categoría de ración, por eso se despachan a 5€ cada uno, aproximadamente. Más caras son las raciones (calamares, chopitos, pescados marinados, revueltos, txangurro…) y más baratas la tortilla individual (2,20€) o las croquetas, que aparecieron en nuestra mesa y rondaban los 1,90€, creo recordar. No probé ni la una ni las otras, opté directamente por las ensaladas (se ofrecen de txangurro, de chipirón, de tomate, de ciervo…), que no llamaron mi atención en absoluto. Diría que casi todas tenían una base de patata y que, casi todas también, se emplataban con el mismo molde circular. Se ve que estuve despistada o tenía el día vago, pero ni tomé nota de los ingredientes, ni hice fotos. Sólo tomé imágenes del vino, Habla del Silencio, que no había probado y sí me gustó.
Después, llegaron las raciones de carne y pescado. Yo, como siempre más de pez, rechacé el atún por aspecto seco y me lancé a probar el rodaballo asado (con más y más patata). Soso. Sosísimo. Cuando lo conté, me valió un tirón de orejas: “a quién se le ocurre pedir allí rodaballo, y blah, blah, blah…”.
Como no quedé satisfecha, ya he comentado que no presté atención y no inmortalicé la comanda; pensé que en algún momento debía volver para la necesaria segunda opinión, con alguien con criterio, que sabe apreciar las buenas tortillas y, a la postre, experto en hamburguesas. Dos alternativas que con seguridad dicen mucho de un garito.
No era hora de tortilla, le hice esperar mucho, puse a prueba su paciencia y eso abrió aun más su apetito, así que optó por probar la (única) hamburguesa de la carta, acompañada por otro plato de patatas con all i oli y pimentón, que compartiría conmigo. Yo, vuelta a las ensaladas, esta vez de anchoas y bonito. Las patatas, correctas, pero el pimentón corre por mis venas y lo encontré falto de sabor a la vez que escaso. Mi acompañante se atrevió a decir que «no era de la Vera”. Le creeremos, nunca falla. ¿Y la salsa de ajo? Qué quieren que les diga, alguien dijo una vez que a mí no se me daba tan mal.
La ensalada volvió a defraudarme: boquerones, bonito insípido, dados de tomate, unas líneas de all i oli, una base de patata que no aportaba nada… De la hamburguesa, a las pruebas y fotos me remito. Llegué a escuchar que prefería la que se compra en una cajita, no digo más; la pieza de carne llamaba la atención por rácana, inaccesible a la vista bajo lechuga, tomate, bacon, cebolla y mahonesa; y el pan… ¡Ay, el pan! La gran asignatura pendiente de las hamburguesas donostiarras.
Una caña, dos crianzas y dos cafés elevaron la cuenta a casi 26 euros. No lo sé, diría que sobrevalorado. O para gente poco exigente, que también. ¿Qué por qué repetí? Por si encontraba un lobo bueno. Auuuuuuh. Pobre Caperucita.
(Uve)
Plaza José María Sert, 10 (Benta Berri); Donostia-San Sebastián
943 325 684
Es de números y tiene un secreto para conservar su línea. Sus amigos se preguntan por la clase de alimento, Uve sonríe coqueta y se guarda su secreto. Aporta el #mistery a Lo Que Coma Don Manuel. Amiga del anonimato, viste de negro, escucha a Roy Orbison para alegrarse, le parece que Iván Ferreiro grita, estudió en colegio de monjas, le chiflan las ostras, ofrece cerveza a los gremios y trajo el TeleMadre a Euskadi. Siempre de aquí para allá, pasa la noche mirando la Luna, esperando que pase un cometa o baje un platillo volante. Lo normal, al conocerle, es preguntarle: “de qué planeta viniste?”.
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