Aquí se abraza la excelencia sin probetas y el viejo mantra de «pide verdura y pescado plano» se queda ya corto ante el rosario de exquisiteces que Pablo Loureiro maneja y posa en la parrilla de su pequeña y dinámica cocina.
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Entre bien y de maravilla. Así se siente uno acodado en la barra gobernada por el locuaz Juan José Cano, quien desde 1983 despacha cervezas y sabrosos tentempiés en en este barco pirata de la parte vieja.
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Restaurante Igeldo, restaurante Mariñela; tanto monta, monta tanto. Ambos negocios comparten espacio en el puerto donostiarra, sus toldos conviven, uno junto al otro, en el mismo soportal, a la altura del número 15 del antiguo muelle de pescadores. Uno llama para reservar mesa al Mariñela, le sientan en el Igeldo, le alcanzan una carta del Mariñela y (tachán) el ticket lo encabeza el nombre «Rte. Igeldo Jatetxea». Es uno solo, vamos, y vive ajeno a la monumental crisis que azota al ciudadano peninsular desde hace, al menos, un lustro. La burbuja inmobiliaria ya estalló, afortunadamente, y ahora son los hosteleros quienes se las tienen que ingeniar para seguir ganando dinero pese a que éste escasea en los bolsillos de sus vecinos. La burbuja gastronómica también se desinfla y hasta los chefs más reputados diversifican y se embarcan en aventuras prêt-à-porter como gastrobares, despachos de tapas de autor, cursos y talleres… El único lugar de este planeta ajeno a tal realidad parece ser San Sebastián, donde aún hoy es posible pagar 40€ por tres anillas de calamar rebozadas, un puñado de ensalada, una docena de sardinas y arroz con leche. El turista accidental y el flujo constante de franceses con renta per cápita superior mantienen intacta la burbuja donostiarra, donde siguen empeñados en cobrarnos por encima de sus calidades, y de sus capacidades. Y, dado que hace años que borramos las fronteras, parece que al ciudadano no le queda otra que resignarse al atropello. ¿Les parece una exageración el caso de las sardinas a 40€? Pues está basado en hechos reales, concretamente en una cena celebrada allí, en el restaurante Igeldo – Mariñela, a principios de agosto. Tres parejas pedimos una ración de calamares, cinco de ensalada mixta, seis docenas de sardinas, cinco postres y algo de beber, y la cuenta ascendió nada menos que a 240,90 euros. Aurrera mutilak, aurrera Gipuzkoa… A ver, a mi plin, que soy de Bilbao, y a mi amigo Oier también (dejó 5€ de propina, aunque la factura ya incluía 7,04€...
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El menú del restaurante Urbano pasa el corte. Se come bien. Hay que darle la razón al cocinero Patxi Aizpuru cuando defiende la sencillez y la cocina con sentido común. Por su coherencia.
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Merece mucho la pena dejarse caer por el Kokotxa, aunque otros cocineros resulten más mediáticos o inviertan más en la promoción de sus restaurantes.
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Restaurante Munto, negocio regentado por la familia Gómez Muñagorri desde 2001, cuenta con comedor subterráneo para medio centenar de comensales, un remanso de paz (¡sin cobertura telefónica!), comparado con su ajetreada barra,
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Un estilizado cocinero tocado con bigote, cual delantero 80’s de la Real Sociedad, recibe a cuantos caminan por la donostiarra calle Del Puerto y deciden acercarse al Restaurante Barbarin.
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