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Contenidos Etiquetados "Portugal"
(+45 rating, 11 votes)Cargando...Algo le dijo cuando pasó la puerta que ése era su sitio. Los italianos, un grupo amplio y ruidoso, saludaban efusivamente a la cocinera, besaban y prometían próximas visitas. Un par de parejas ultimaban sus postres y, por un segundo, nos temimos que íbamos a ser expulsados del paraíso. Dos camareros vigilantes, cansados de servir a tantas mesas, tantos años, siguieron con la mirada nuestra entrada y, con un gesto cómplice, nos dejaron pasar y sentarnos en la mesa del fondo. Era tarde, muy tarde para los usos lusos, pero pronto para los que somos ibéricos del otro lado de la raya. Así que cuando pedimos la carta hubo impaciencia en el jefe de sala. Aquí se viene, si eres un turista, pensé que pensó, a comer arroz, el arroz del marisco. No estudies la carta que es corta, no me distraigas, no te disperses, que llevo en este restaurante treinta y ocho años, con sus mediodías y sus noches, sirviendo arroces. Que tengo muy vista a la gente como tú. En cuanto pedimos lo esperado, nos quitaron la carta de la mano, de manera abrupta, casi descortés. Pero la cortesía era dejarnos comer en solitario cuando se levantaron los últimos de la sala. En Portugal, el platillo de aperitivos que no son gratis y que sólo son cobrados si son consumidos, nos sirvió para entretener la espera. Un queso notable dos pâtés prescindibles. Y llegó rápida la cazuela a la mesa, tardó justo quince minutos desde que fue pedida. Los dos camareros, contemporáneos de Matusalén, se despojaron del mandil y nos abandonaron. Y nos quedamos. Dos comensales y una cocinera, y un local cerrado. Una prueba, una experiencia casi mística. El arroz, muy caldoso. En una ración para tres con hambre. Con un sabor marinero, con un toque picante, con el grano suelto y duro. El vino verde, mejorando otros vinos de antaño. Y el arroz abundante iba en buena compañía. Langostinos gordos y tersos. Centolla. Mejillones. Mucha cantidad. Y...
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Los barrios ocultos que no salen en las guías, los lugares que evitar, los monumentos que visitar y los mejores lugares para comer barato o lujoso en Lisboa.
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Fue un agradable almuerzo en Porto de Cascais. No maravilloso, pero bueno.
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(+30 rating, 6 votes)Cargando... Tras patear Lisboa pasamos unos días en la playa de Carcavelos, en el corner oriental del municipio de Cascais. La Txurri se aburre y me quiere llevar a Sintra de excursión, pero me niego. No soy un turista. A mí me mola ir a sitios de playa y sólo pido un paseo marítimo con muchos bares con terrazas al océano. Ahí, en Carcavelos, no hay de esto y, sin embargo, no me aburro. Me relajo. Eso sí, me duermo superpronto y me despierto bastante tarde. Desde el primer día frecuentamos el que parece el mejor local del arenal, el restaurante Grande Onda, con su terraza a la playa que se estrecha con la marea alta. En la playa hay teens delgadas de patricia belleza y maneras hiperpijas, madres de tres hijos con los pechos operados (en Portugal no hacen top less, parece), la epidemia de rusos que lo invaden todo, tíos forjados en el gimnasio (algunos gays), muchos surferos y los policías a la sombra, claro. El Grande Onda es un garito playero con muchos camareros. Tiene un ambiente de día y otro de noche. La noche empieza a las ocho, cuando los precios suben (una botella de cerveza Superbock pasa de 2 a 2,5 euros) y cuando también sube el volumen de la música, con un DJ animando a la peña que consume en pie al aire libre, en medio del paseo, interrumpiendo a los paseantes. Nosotros solemos ir al mediodía. Una noche intentamos cenar, pero hay demasiado ruido y bullicio. La primera vez que nos sentamos probamos el arroz. Te lo preparan en unos 20 minutos y, mientras llega, probamos el queso curado (2,5) del aperitivo: marca ‘Montiqueijo’, cremoso, de pasta blanda, levemente ácido por el cuajo, sabroso y gozoso. Detrás de mí un tipo viril con novia come una hamburguesa de oferta (4,5) y me da envidia. Otro día. Barcos surcan el mar saliendo de la desembocadura del Tajo y más cerca pasean hembras en bikini (con...
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(+63 rating, 13 votes)Cargando... A lo tonto, en diez días en Portugal disfruto de lo que más de dos comidas: unos deliciosos huevos rotos de noche en la Taberna Ibérica, y un par de pastelitos de crema, sucedáneos de los célebres de Belén, que compro de tarde en el supermercado Pingo Doce. No voy a restoranes lujosos, pero sí a bastantes recomendados en guías de viajes. En uno de los que más fe he depositado es en el Martinho da Arcada, uno de los locales favoritos de Fernando Pessoa, el poeta lisboeta venerado en rincones, vericuetos, estatuas y carteles de la vieja capital imperial. Este negocio es añejo y está ubicado en un pórtico de un vértice de la amplia, turística e imperial Plaza del Comercio, abierta a la desembocadura del Tajo. Elijo almorzar ahí impelido por este texto de una Guía Viva del Anaya Touring Club que reza: «Famoso café y restaurante inaugurado en 1782. Frecuentado por Pessoa. Mantiene su estilo tradicional tanto en la carta como en el aspecto. Se aconseja la cataplana, un guiso a base de almejas. Precio 25 €». Al final, por un entrante, dos primeros, un quesito y media botella de vino blanco y una de agua acoquino 75,50 aurelios. Salgo un poco plof, pero así es la vida. El local se halla muy esquinado y preguntamos cómo se llega a un par de policías portugueses, expertos en maximizar la sombra. Llegamos y hay muchos comensales fuera, en el pórtico, y muchos menos dentro, en el fresco y blanco comedor que te retrotrae más de un siglo en el tiempo. Afuera, las mesas tienen servilletas de papel y se sufre el ruido del tráfico, el estrés de los buses, y cierto viento. Dentro reina el silencio, las servilletas son de tela y el servicio más distinguido y tranquilo. Nos sentamos en una mesa dedicada a otro artista: Júlio Pomar, un pintor cuya imagen preside nuestro hueco desde una foto. Hay más fotos de Pessoa y el salón es...
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Este cocinero alzaba el pulgar de su mano derecha en la puerta del Snack Bar Capricho, al tiempo que con su izquierda mostraba una pizarra donde se anunciaban bifanas, cachorro, lingueirao, camarao, almêijoas y tostas.
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Aún me sorprende que, con tanto sol, tanta cal, tanta brisa y unas vistas tan espectaculares como las que se adivinan al fondo del local en la misma fotografía, reparara en que un barco navega sobre 12 azulejos junto a la misma puerta del Restaurante 54.
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«¿Está todo bien?», preguntó uno de los desenfadados camareros de A Taberna do Pescador. «Bueno, el bacalao está muy seco, así no está nada rico», le contesté. Y dijo el mesero: «el bacalhau es así».
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Los responsables del restaurante Alcobaça han sembrado de reclamos los alrededores del negocio. Que si el busto de un cocinero, que si un tiburón…
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Por barato que sea no recomendaré este reducto de la cocina popular que, como es lógico, hace hincapié en productos del cerdo y el pollo, espetadas y pescados innobles y/o de piscifactoría.
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«La vida es buena, pero el vino es mejor». Esta sabia reflexión de Fernando Pessoa luce en la fachada de la Loja do Vinho, despacho de vino y productos gourmet en Sintra.
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Unas pocas mesas de Mercado do Peixe tienen vistas al Canal de San Roque, otro aliciente, y entre sus especialidades se cuentan peixe fresco grelhado; ensopado de rodovalho ou robalo (lubina); cataplana de peixe; arroz de tamboril e gambas; arroz de bacalhau e gambas; arroz de marisco; massada de Tamboril; caldeirada mista de peixe; y caldeirada de enguias.
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