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Contenidos Etiquetados "Comer en Bilbao"
(+66 rating, 14 votes)Cargando... Este domingo hice una pausa en uno de los veranos de los más viajeros que recuerdo. Regresé al bocho. El motivo fue sentimental, triste. Despedíamos a Jesús. Mi padrino. Padrino de cuando ser padrino significaba una responsabilidad y un compromiso. El padre sustituto en el caso de que hiciera falta y un vínculo más fuerte que el de la sangre. Al menos en nuestro caso. Y es que ya lo decía Mario Puzo en su famosa novela: “Los italianos piensan que el mundo es tan duro que hace falta tener dos padres, por eso todos tienen un padrino”. Y a mi también me hizo falta y allí estuvo. Jesús se fue, adios caro padrino y nosotros nos quedamos. Y después de los funerales se suele celebrar la vida, bebiendo, comiendo y bueno… otras cosas. Y, se celebra que nosotros nos quedamos por algún tiempo más. Y así agarré del brazo a mi anciana aunque espabilada progenitora y en compañía de mi chica la llevamos a un plan que le gusta, el domingo-cazuelita. En el Casco Viejo hablar de cazuelas de barro enormes, repletas de guisotes que, como el vino, con los días va ganando sustancia y sabor es hablar del bar restaurante Rio Oja. El Casco Viejo para los de Bilbao de toda la vida, y encima del centro, ha experimentado (no diré sufrido porque eso tiene connotaciones peyorativas,y no es eso) un cambio de la pera limonera. De ser un barrio tranquilo, de poteo para los de la zona y aledaños, se ha convertido por eso de lo autentico y del efecto Guggenheim en el reducto guiri de la Villa (¡achtung! Bilbao no es una ciudad, coñe, que es una Villa, ¡hombre ya!). Y así, por un efecto curioso esa peregrinación laica masiva en busca de lo auténtico lo que consigue es desvirtuar nuestras esencias. El pintxo se está convirtiendo en un artículo de lujo, a precios que parecen hechos de cuartos traseros de unicornio. (Hay alternativas de calidad-precio,...
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(+26 rating, 6 votes)Cargando... Años habían pasado desde nuestra primera y única visita al moderno Ágape, en la calle Hernani. Recuerdo que fuimos cuando se empezaba a oír que Bilbao La Vieja iba a ser un barrio lo más de lo más, al estilo Soho neoyorkino (lo que creo que tampoco es que haya sucedido del todo aún, aunque va la cosa encaminada…). Así que ya tocaba volver para comprobar si el buen recuerdo que guardábamos continuaba siendo realidad o el tema se había relajado un poco. Dado que fue uno de los pocos días verdaderamente primaverales de los que hemos tenido la dicha de disfrutar en este nuestro Mordor vasco, empezamos la jarana previa en el cercano Marzana 16, una tasca con solera en sus años mozos y ahora el sitio perfecto para empezar la noche con una cerveza excelentemente tirada. Tras un par de rondas, y dado que no teníamos reserva hecha, fuimos pronto al restaurante, no fuera a ser que no tuviéramos mesa (sigo creyendo que los garitos chulos se llenan en fin de semana, pese a la crisis). Nos dieron a elegir entre un par de mesas. Al sentarnos, vimos que nuestros vecinos nos sonaban… Sí, los acabábamos de ver tomando cervezas (nos habían copiado el planazo de sábado). El fin de semana ofrecen dos tipos de menú: menú de noche, por 21€, sin bebida; y menú Ágape, por 36€, con bebida incluida. Elegimos el menú barato, el cual consistía en un primero, un segundo y un postre, con unas cinco opciones a elegir en cada uno de los casos. Y para beber un Tilenus del Bierzo, por 19€. No estuvo nada mal, pero con demasiado “cuerpo”, que dicen los entendidos, para mi gusto. Los entrantes fueron una ensalada de patata y langostinos con guacamole (x2), una sopa de tomate con romero, uvas y parmesano, y un wok de verduras al pesto. La sopa, refrescante y sabrosa. Me gustó la combinación de fruta+queso+hortalizas. El wok muy correcto y “perfectamente ejecutado”...
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La Bodega Urbana la pusieron recientemente en marcha los enólogos Ana Martín y Pepe Hidalgo, con idea de combatir el aire elitista que envuelve de un tiempo a esta parte, y cada vez en mayor medida, al mundo del vino.
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Tradición y refinamiento. Ambas características confluyen en perfecta armonía de la mano del chef Alberto Zuluaga, quien, sin duda alguna, es desde hace mucho tiempo uno de los referentes y máximos exponentes de la cocina bizkaina.
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