La sencillez en la ejecución y la calidad como base son el común denominador en Kapela, casa comandada por Carlos Estévez y Miriam Pérez, unos currantes que destilan llaneza, honestidad y únicamente presumen de buen producto y noble alma tasquera.
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No hay en Polka grandes lujos, manjares estrictos ni opulencia, pero sí una honesta carta viajera, informal, tentadora y todoterreno para salir de un apuro y pasar un buen rato con amigos, sin más pretensión.
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En restaurante Aratz, donde los hermanos Zabaleta, se aprecia honestidad y bondad a raudales, amor por esas raíces compartidas, generosidad, cocina reconocible y sobrada capacidad para saciar al hedonista que vive atrapado en tus 200 huesos.
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Ssua se coloca entre lo mejor de la Parte Vieja donostiarra con una propuesta informal pero muy seria, muy pensada y bien ejecutada por cocineros curtidos en Alameda y Casa Urola.
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El restaurante Mandarín de Carlos Liaio entusiasma por sus barcos de vapor, sesiones alrededor del hop pot excepcionales en estos lares, pero también agrada su oferta estándar, nada convencional.
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Opegui busca con Kofradia poner en valor la pesca de bajura y fomentar el consumo de pescado del Cantábrico. Un dechado de sencillez, sabrosura y raíz, una bofetada de costumbrismo a precio más que razonable.
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Con su honesta propuesta abrazada a la tradición y al producto de temporada, anunciada como cocina vasca con un toque creativo, Antonio bar demuestra que lo importante es comprar buen género, dejar los barroquismos y procurar que el buen gusto sea el que cautive al comensal.
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Merece mucho la pena dejarse caer por el Kokotxa, aunque otros cocineros resulten más mediáticos o inviertan más en la promoción de sus restaurantes.
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