Café Iruña (Bilbao). Menú a partir de las 12:30 horas
Óscar Cubillo escribe del menú diario del Café Iruña, hipercéntrico local bilbaíno de 300 metros de planta establecido en 1903 y generalmente lleno, plagado de turistas y de nativos.
leer másÓscar Cubillo escribe del menú diario del Café Iruña, hipercéntrico local bilbaíno de 300 metros de planta establecido en 1903 y generalmente lleno, plagado de turistas y de nativos.
leer másEl bar de La Casa del Patrón es amplio y rural pero modernito, y el comedor se encuentra en una fresca terraza con cenador. Óscar Cubillo se temió lo peor ante el prefijo «mini», pero moló el local, moló el menú degustación y moló la excursión. Se puede parar más veces de camino (o regreso) a Vitoria. Además, hay raciones, cuidan los pinchos y proponen menús diarios.
leer másEste local tiene oferta de raciones o ‘doses’ (calificada de ‘tasca espahola’), de pollos y tal, y de mariscos caros. Como reza su web, es un local para los madeirenses y los turistas; o sea, de fiar.
leer másA Óscar Cubillo todo le pareció muy bien en este restaurante marisqueira: comida, bebidas, precio, entorno, compañía, servicio, vistas y terraza.
leer másEn Madeira se come bien y barato. Lo suscribe Óscar Cubillo, quien piensa volver a la isla, turística, atlántica y empinada, y repetir el menú de 12,80 euros de este restaurante.
leer másMezcla de casino y de hamburguesería yanqui años 50 en un edificio racionalista con lámparas, espejos, vidrieras y metacrilatos, tonos grises y rojos, blancos y negros, sofás… ¡hasta una torre para un pinchadiscos! Así es el bar del restaurante El Frontón.
leer másEn el Amita destacan entre sus especialidades los arroces, los pescados del Cantábrico, los mariscos de sus viveros y las carnes de la región.
leer másParece que en el Beraia cocinan sin artificios. Óscar Cubillo repetiría su menú del día por diversas razones: por local, servicio, precio, calidad y variedad de la comida y del vino. Y porque en Bilbao no cree que haya mucha oferta similar.
leer másLa primera vez que, de casualidad matutina, pasé ante su fachada, de proporción estrecha para el fondo que posee el local, intuí que comería ahí. Por precio, propuestas (menú del día, que es lo mío, y cosas que no practico tanto como cazuelitas, combinados, bocadillos, hamburguesas, etcétera) y decoración de pub irlandés.
leer másAllí comió Óscar Cubillo, por cuatro motivos: pagaba él, el menú del día le atraía más, el local disponía de una terraza protegida del aire de la tarde por un cenador y el batzoki es una sede política del PNV. Y no desea escribir en positivo de ningún partido.
leer más(+48 rating, 10 votes)Cargando... Tras mis tribulaciones de vasco en Burdeos, narradas en el celebrado post dedicado al restorán Le Cochon Volant (El Cerdo Volador), en automóvil Citroën partimos temprano de la capital del Garona enfilando hacia Libourne (una plaza, otro río, un Carrefour abierto en festivo y poco más); torcimos a la derecha hacia el turístico pueblo vitivinícola de Saint-Émilion (una cuesta peligrosa -no quiero imaginármela en un día de lluvia-, una torre, un aparcamiento en la cumbre, bodegas y restoranes por doquier, y nada más); desandamos el camino zigzagueando por una monótona carretera comarcal llena de curvas y colinas verdes hasta llegar a Angulema (abajo el río, al otro lado una gran estación ferroviaria, a modo de núcleo una cima con la parte vieja de la ciudad, con la catedral y un bar roquero en cuya terraza me volvieron a crucificar por un café y un chardonnay vulgar); y, de nuevo, en ruta hacia poniente, con el Atlántico al fondo del mapa, dirigiéndonos a Cognac por una carretera más ágil. Et, voilà, ya estamos en otra ciudad gabacha que me moló más aunque se agotara en sí misma. Los supermercados poblaban las afueras de Cognac, ciudad claramente provinciana con aire de pueblo cruzado por un río. Con decir que sólo hay unos 20.000 habitantes, si llegan… En su parte vieja hay una zona de tiendas caras, no se ven tantos restoranes, pero los hay, y las bodegas clásicas gastan una pinta grisácea e industrial y vetusta que no se puede comparar con las bodegas de Rioja, tipo Marqués de Riscal, Ysios, Baigorri y tal, todos derrochones prodigios de diseño arquitectónico. Vi de lejos la sede de la marca Martell, y me pareció de otra época, anacrónica, extirpada de mi infancia industrial erandiotarra/baracaldesa. Vi desde su acera la sede de Hennessy y no me lo podía creer: ¡sólo brillaba la bandera roja de la marca! Y pensar que desde ahí surten a todo el mundo de botellas, algunas extremadamente caras. No hicimos nada especial en Cognac....
leer más(+59 rating, 12 votes)Cargando... Cada vez que caigo unos días por la cercana Francia me digo: «no vuelvo aquí en la puta vida». Me sacan de quicio sus rotondas y sus peajes cada dos por tres, sus precios suntuosos en la hostelería (¡y en la zapatería!), la impermeabilidad idiomática de sus gentes… No aguanto a los franchutes como seres humanos, oigan. Los ves fuera de su hexágono y parecen timoratas mosquitas muertas; por ejemplo en San Sebastián, con sus caras de panoli, llenando platos blancos de pinchos en los bares de la parte vieja. Sin embargo, en su gran nación se crecen, como si bebieran la pócima del druida Panoramix. Mi impresión se confirmó en los cuatro días que pasé en Burdeos (con dos me habría sobrado). Acudimos con una guía personal confeccionada a botepronto por El Cuto, un amigo de Pato que posee un apartamento ahí. Cumplí todo lo que indicaba, menos la visita a la Brasserie Bordelaise; «en la rue Saint Remi, muy céntrica. Que pida el Bocal de Foie. Lloro cada vez que lo tomo», indicaba Cuto, pero no pude llegar porque perdí el plano, o me lo robaron. No obstante, como un turista más, cumplí su hoja de ruta: visité el mercado de Les Capucins, sucio y bullicioso, con olores mezclados y también razas, pues está en una zona chunga (en este mercado me quedé sin comer los famosos mejillones -moules- por la falta de profesionalidad de una guapísima que atendía en uno de los puestos); el paseo marítimo del Muelle del Marqués, con sus tiendas carísimas (¡y eran outlets!) y sus terrazas pijoteras (lo que me clavaron por una birra y un blanco un domingo sin sol); las ostras del muelle (en el puesto ‘Viviers des Jacquets’, de ostricultura, por 8,50 tomamos seis ostras y dos vinos; Susana libó ahí su primer rosado desde que hace una década íbamos al Britannia, hoy el Mojo Club); hicimos la obligada excursión al bonito pueblo medieval de Saint-Émilion, vinícola él, en plan Santillana de Mar...
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