No presentarse en un restaurante, sin avisar previamente de la suspensión de la reserva y sin atender luego al teléfono, tiene un nombre en inglés: no show. Sus protagonistas merecen un sustantivo más castizo: ladrones, pues el capricho altera el desarrollo del servicio y genera pérdidas económicas.
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¿Quién nos protege de los desmanes y abusos de la mala hostelería, salvo que medie shigella o salmonela? Nuestros políticos se deberían plantear la creación de una Sukaltzaintza o de unos Mossos d’Horeca en condiciones, un cuerpo de élite culinaria al que recurrir cuando suframos agravio.
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Para ser crítico gastronómico lo que hay que saber es comer, lo que hay que tener es paladar, lo que hay que apreciar es la puesta en escena y no el trabajo previo. Lo afirma Loren Herrero en su estreno en la weg.
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Los cocineros son, en general, poco amigos de la crítica y la sugerencia. Cuanto menos talentosos, menos receptivos, además. Tienen la piel muy fina, muchísimo más que los profesionales de la música, el teatro, el cine, la televisión, la literatura, las artes plásticas o el deporte, donde el cuestionamiento es el pan nuestro de cada día.
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En ese lugar amable que siempre fueron los bares, uno puede disfrutar de ciertos ‘servicios’ adicionales: periódico, televisión, radio, taburete, vistas, mondadientes, cuarto de baño, servilletas… Lástima que algunos no se quieran enterar.
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La calidad y el prestigio de la gran cocina vasca no se sostiene sobre mano de obra gratuita; su fama, su sabrosura, su singularidad y su credibilidad se deben, indudablemente, al talento de sus cocineros.
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(+55 rating, 12 votes)Cargando...Crack, crock, zumba, rasca el niño que corre tiróme la silla el camarero calla no sea que la tenga los padres prudentes prefieren la charla Vano deseo venir a comer, y no decimos disfrutar de lo comido, en jaula de grillos de gritos y juegos de enanos anonadados y asilvestrados El menú infantil se ha terminado cuatro espaguetis en el plato quedaron el filete una bola olvidado el helado escurrido en el paso Es la hora de la carrera, el juego y el grito pintan las cuatro y los presuntos adultos dueños de esas cosas que corren y reptan andan por el segundo y resta postre, café y copa y el lugar de comidas se tranforma en parvulario Te da igual que estés en tasca que ilusionado te gastes lo que no tienes en un dos estrellas Michelín hay sagrado juramento de los hosteleros a un niño no se le corta y a un padre menos: «libre albedrío al chiquillerío» Prefieren siniestro total en el mobiliario patada a los otros clientes (las hordas jamás jugarán junto a sus padres) bandeja y camarera derribada con gran alegría y regocijo de abuelas y tíos No sé qué es lo que pasa con este asunto Se me escapa la jugada signo de los tiempos responsabilidad desplazada Ustedes dirán que soy cascarrabias que como no tengo vástagos no soporto la infancia. Se equivocan. En un último recuento al menos veinticinco descendientes de mi fuerte semilla. Orgullo del norte. Progenie de ojos verdes y orejas al viento. superen esa marca y luego me hablan. Conozco enanos que comen y callan y padres perfectos que en el respeto educan e incluso niños gastrófilos que en masterchef junior ganan. Pero si vamos a la esencia de comer concentrados los matures ya pedimos lo mismo que en los hoteles un carnet travelguau de niño educado O al menos cierta restauración kids-free. lo hicieron en hoteles y pese a las quejas se convitió en clásico. Y creo que quienes más...
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