Aceite para pizzas. ¡Alegría!
Aceite para pizzas, alegría garantizada para las mismas añadido el complemento una vez han salido del horno.
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leer másCon la pasta del diablo, en tres minutos, cualquiera puede presumir de crear una pasta untable de pescado, en la línea de los pasteles de cabracho o los divertidos foies que adornan las tiendas de delicatessen.
leer másEspaguetis a la cubana. Tanto nitrógeno líquido, tanta deconstrucción, tanta esferificación, tanto i+d+i, ¿pa’ qué?
leer másEs temporada de bonito y embotarlo en casa mejora a cualquiera de los bonitos delicatessen del mercado. Da trabajo pero el resultado merece, y mucho, la pena.
leer másApostamos por tener en la cámara calabacines, que se conservan mucho mejor, son más baratos y permiten crear un trampantojo que bautizamos «nuggets de calabacín».
leer másEstrenamos aquí Cocina para vagonetas, una sección que, ya lo estoy viendo, terminará compitiendo con las guarrindongadas del cocinero David de Jorge. Y la estrenamos con una creación de Begotxu que Eneritz ha bautizado como sandwich «Lomero».
leer másFina bechamel con cebolla pochada, pimiento rojo y, por supuesto, mejillón cocido, bien picado, que se aprecie sutil, suave, sin tropezones. Del recetario materno, mi preferido.
leer más¿Por qué es bueno tener siempre en casa un frasco de bonito del norte en aceite de oliva, otro de anchoas en idéntico óleo, una cebolla, pimiento verde italiano y sal?
leer más(+27 rating, 6 votes)Cargando... Aquellos que la han probado, dicen que la carne humana tiene un sabor dulzón, similar al de la carne de burro joven o la de cabrito. Las dos comparaciones, no cabe duda, nos dejan, como especie, en muy mal lugar. Imagino que esas referencias serán de cuando el ser humano comía cosas naturales y no de nuestra época en la que todos estamos hipermedicados y, nuestro organismo, lleno de productos tóxicos. Váyase usted a comer un foie hecho con el hígado de un paciente forrado de boticas contra el colesterol o el de un adicto a la comida basura. Me imagino que la cosa, de saber, sabrá bastante rara, por no decir muy mal. La antropofagia es una de las últimas fronteras culturales que le quedan al ser humano y, cuando periódicamente se publica la noticia de un caníbal que trocea y se come a su víctima, la fascinación mezclada con el horror hacen que se convierta en gacetilla popular. Hasta que llega el siguiente caníbal para quitarle el protagonismo. El homo sapiens, dicen los antropólogos, debe su capacidad cerebral y su ¿inteligencia? a la ingesta de carroña. Ese plus energético que proporciona la carne se convirtió en la gasolina que necesitaba el cerebro de los homínidos para pasar al género sapiens. La caza y la carroña, el hecho de colaborar para conseguir esa dieta premium, nos hizo hombres, pero también nuestra dieta, al parecer, sirvió para hacernos más agresivos. Somos monos asesinos porque, desde los albores de los tiempos, en nuestra dieta han participado, de manera involuntaria, los vencidos en las reyertas tribales, los débiles, los enfermos y, en épocas de escasez, todo el que pasaba por allí y tenía un tendón que rebanar o un muslo que trocear. En todo caso, nuestros tatatarabuelos no debieron cebarse con su parentela en exceso ya que, como prueba viva, aquí estamos su descendencia para contarlo. Otros que se emplearon con apetito a comer a sus congéneres no tuvieron la misma suerte....
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