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Publicaciones por oscarcubillo
Con su reforma ha cambiado el comedor principal. Lo que no ha variado un ápice ha sido el trato del personal ni el resultado culinario satisfaciente, pues restaurante Lasal mantiene su esencia.
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Maruja, el local, es antañón y elegante. Muy recogido. Tiene paredes empapeladas, cuadros, techo de madera, grandes espejos, alacenas, cortinas, lámparas colgantes… Pinta antigua, como la de su web.
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Restaurante Astuy, en Hotel Astuy, complejo turístico sito en primera fila del paseo, un amplio restorán frecuentado todo el año, una marca famoseta por sus viveros de marisco.
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El único local que servía pescado auténtico era el Playa de Mogán, con ambiente antañón, con su nevera expuesta al público y llena de pescaditos del Atlántico, y con su terracita paralela a una calle de aspecto colonial
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El Bodegón, garito estrecho con dos entradas, una a la calle Mayor y otra a la plaza de la Magdalena, ésta generalmente atestada de gente contenta y con mucho visitante madrileño.
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Menú diario, a 8 euros de nada, en el Restaurante El Mordisco, anejo al Ar-Muggarán (el uno tenía todas las mesas llenas, también las de la terraza, el otro todas vacías y al menos tres personas acudieron a currar para nada).
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En Maximilians el pescado del día se había agotado; también como ‘fresco’ ofrecían lubina, pero nos dijeron que era de piscifactoría; solicité de la carta lenguado a la menier, pero sin preguntarlo me advirtieron de que no era fresco.
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Muy esporádicamente acudimos por vagancia al bar-restaurante La Trainera, para no hacer recados ni fregar. Generalmente dudamos, pero al final entramos y salimos tan campantes.
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Casa Vieja destaca por la calidad de sus asados, lo generoso de sus raciones y lo ajustado de su precio.
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Zaldiaran, históricamente el mejor restorán vitoriano: Campeón de España de Alta Restauración, también Premio al Mejor Restaurante Nacional según la Academia Española de la Gastronomía, aparte estrella Michelín, etcétera.
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Durante un encuentro flamenco, el flaco gourmand Adrián Medrano nos entró de repente y nos espetó quizá espoleado por nuestras pintas menesterosas: «Para comer barato y bien podéis ir al Trueba. A 8 euros las albóndigas y a 12 una menestra estupenda. Con el vino, por 30 lo hacéis». Se piró dándose la vuelta y Pato preguntó: «¿Quién es éste?». Le aclaré: «Un lector del blog de mi hermano y rector de la sala Fever». Entonces Pato se apaciguó: «¡Ah! Ya me sonaba de vista». Yo le hice caso a Adrián, me fié, acudí a la primera oportunidad y le agradezco la recomendación. Al final, un miércoles pude ir con mi amigo Carlos. Previa reserva, claro, pues el Trueba cuenta con una decena de mesas y se suele petar: oficialmente caben 35 comensales. Llegamos puntuales, con margaritas en el estómago por el hambre y los nervios, y ese día coincidimos ahí con el expresidente del Athletic Lertxundi, el alcalde de Urduliz y a nuestra vera con seis encorbatados ruidosos (¿seis bancarios?, ¿quizá seis portuarios?). Al local, incrustado en unas galerías en semisótano, se accede bajando unas escaleritas y es pequeño, sobrio, con las paredes cubiertas con madera y dos tragaluces que dan a la calle del Iruña (foto 1). La única pega es el ruido de las conversaciones, la constante bronca de fondo, semejante a la del restaurante El Abra de Portugalete. Entramos y rápidamente nos tendieron las cartas. La comestible, asaz salsera. La de vinos, ni larga ni barata; por ejemplo, a 15 + IVA tienen el blanco más económico, un Rueda. Yo propuse a Carlos tinto crianza Campillo (18) o Muga (20), pero él terció con un Baigorri Crianza 2007 (18+IVA) y acepté: bonito color, aroma tostado, 14 grados y frutal. «Está cojonudo», Carlos dixit. Y mejoró durante la hora y media que ahí estuvimos gozando. Mientras los bancarios bocazas compartían escasos entrantes de pimientos verdes fritos de Gernika y mollejas rebozadas, y abrevaban de una botella mágnum de Cune Imperial Reserva, nosotros...
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Los Tamarises, un clásico de la burguesía bilbaína ubicado en la playa Ereaga, un ‘must’ de muchas señoras mayores.
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