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Contenidos Etiquetados "Vitoria"
(+13 rating, 3 votes)Cargando... perretxiCo es la taberna de marmitaCo, la última aventura de Josean Merino, cocinero autodidacta, Estíbaliz Pérez, su chica, y el resto de su equipo. Así se presenta esta filial del restaurante vitoriano señalado en 2011 como Mejor Barra de Pintxos y Tapas de España, en concurso celebrado en el marco del congreso Lo Mejor de la Gastronomía, en Alicante. El lugar está de moda y, aunque también ofrece menú del día, se ha convertido en un plan A para muchos aficionados a las cenas de picoteo, por lo que no siempre resulta sencillo hacerse un hueco en su mostrador ni en sus mesas. Quedan advertidos. Nosotros esperamos un rato departiendo junto a la barra, mientras tomábamos el pote de rigor y, cuando quedó una mesa libre, nos acomodamos en ella y seleccionamos seis propuestas de su carta de pintxos y raciones. Acudimos inducidos por un muy reputado chef de la capital alavesa, y nos quedamos a medias. Ni nos conquistó, ni nos disgustó del todo. Nos gusta ver trabajar a la gente, nos gustan las cocinas a la vista, y es digno de elogio el esfuerzo en la presentación de las preparaciones, pero, a nivel estrictamente coquinario, el resultado fue muy irregular. Lo mejor de todo fueron los paraguas de queso de cabra y boletus con cebolla confitada en miel (1,95€/ud.), creación de Estíbaliz que solicitan los clientes del marmitaCo desde hace más de diez años. Para elaborarlos, se pochan los hongos picados con cebolla y se añade el queso de cabra a la sartén, creando una especie de crema a la que, posteriormente, se suma miel. La masa resultante se envuelve en el abrigo clásico de los rollitos de primavera (spring roll), dándole forma de cono, se pincha con una brocheta y se fríe. También gustaron los langostinos empanados con cacahuete (8,50€, la ración), para untar en salsa curry. Aceptable resultó el arroz cremoso con pulpo y parmesano (3,50€), que tuvimos que solicitar por dos veces, al habérsele pasado...
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Las bandejas no podían estar montadas con más mimo y los pintxos no podían tener mejor pinta en bar restaurante Saburdi.
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Esto dice Iñigo de Zaldiaran: «Zaldiaran: «Es un restaurante elegante, moderno y con un servicio excepcional. Para mí es uno de los mejores de España. Siempre tiene productos de primerísima calidad. Además, elabora una cocina imaginativa sin excesos, rica e interesante».
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Reparamos en el menú de Cervecería La Zuyana merced a la camarera morena que lo mostraba en el exterior del edificio, impertérrita y atractiva pese a la multitud de rayones y manchas que salpicaban su silueta.
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Concluye Öscar Cubillo: «Sagartoki me parece caro, me contentaré con ir a su barra, y si encuentro un cupón de descuento me voy con un amigo a charlar y a pagar a medias».
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Si paras por el barrio vitoriano de Lakua y te apetece tomar un vino, lo mejor es dejarse caer por Vinosfera. En cualquier barucho de alrededor, le van a cobrar lo mismo, o más, por cualquier vinillo mediocre y maltratado.
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Uno se planta en el bar Getaria, escoge una de sus muy ricas tortillas de patata, la acompaña con un café solo, calienta gaznate, esófago y estómago con el caldito al que invita la casa y se reconcilia con el género humano.
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Bodegón Gaona, un lugar especial, de los que apenas quedan en las urbes. Allí el diseño no importa y la sencillez se impone en el trato al tiempo que convive con la calidad en los platos.
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Fuimos a Los Guaranís no dejamos ni un charquito de salsa, ni un grano de arroz, ni un rastro de nata, ni una gota de agua ni, claro, ni una gota de vino.
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Entré con paso decidido en Museo del Órgano y pronto comprobé que se trata de un comedor austero al que beneficiaría una reforma, al menos un lavado de cara.
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Pizzería Da Vinci es enorme, blanco y abovedado, con pequeñas cavas, bustos que quieren recordar a la antigua civilización romana y dibujos tipo carboncillo del ilustrador local Mintxo Cemillán.
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En la Semana de Pascua vacacionamos en Cambrils, Tarragona, municipio de larga tradición turística española. En esos días estaba lleno de parejas vascas con niños, sobre todo matrimonios guipuzcoanos que hablaban en euskera sin parar. Me sentaba en el paseo marítimo y de cuatro parejas que pasaban tres hablaban vascuence y la cuarta… caminaba silente. Durante esas vacaciones no me lo pasé demasiado bien: me sentía rodeado de vascos, La Txurri solo me hablaba de Matemáticas y de los zotes de sus alumnos, muchos bares estaban cerrados y los abiertos eran enormes pero no tenían ambiente (ni clientela), y el clima no acompañaba (cuando me arrojaba a la piscina me sentía un cubito de hielo en un gin-tonic… brrrruuuu). Haciendo memoria, mis mejores momentos fueron los de los almuerzos por ahí, los desayunos en el hotel Maritim (¡había morcilla!), las visitas al cercano Salou donde bebíamos pintas a dos euros en terrazas mirando al mar, la compra que hice en la vinoteca/licorería Morell de Cambrils, y las copas de cava con pinchos que consumíamos de abrebocas en el bar Lekeitio de Cambrils, enorme, con dos entradas a sendas calles, dos barras, terraza trasera, varios ambientes de comedores, cartas de vinos, de tapas, de raciones, de carnes y de pescados… y manadas de parroquianos vascongados… Estaba rodeado, sí. Antes de llegar a la costa mediterránea busqué en Internet los mejores restoranes de la localidad, o los más interesantes para mis pretensiones. Y de chiste lo que me acaeció ya en el pueblo: dos de mis seleccionados estaban cerrados por descanso semanal, otro cerrado por reforma, otro clausurado por jubilación (yo ya estaba desmoralizado) y había otro rechulo al que La Txurri se negó a entrar porque ponía la música a volumen alto. No exagero para hacer la gracia. Aparte, en Cambrils, créanselo, hay dos restaurantes con estrella Michelin: el Can Bosh, del que hablamos hoy, y El Rincón de Diego, aún mejor y del que escribiremos próximamente. En la provincia de Tarragona hay un tercero...
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