Vicent Guimerà vuelca esfuerzos en acercar la galera a la alta cocina, en consolidar su metamorfosis de despojo a delicia. Cada año crea una quincena de platos que reúne en un menú temático que sólo se puede degustar, en l’Antic Molí, durante dos meses.
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Irene Alemany, enóloga y propietaria de bodegas Sot Lefriec, ha creado este vino cuyos beneficios irán destinados a la adquisición de un microscopio para el Instituto Oncológico del Hospital Universitario Vall d’Hebrón de Barcelona.
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Girona es deslumbrante, por eso sale guapa en todas las fotos. Y cuenta con una oferta gastronómica admirable que aúna refulgente vanguardia y profunda tradición. Albert Sastregener, del restaurante Bo.Tic, plasma en sus platos paisajes, vivencias y aromas de su tierra.
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Las veces que hemos podido visitar Mugaritz nuestra torpeza descriptiva y visual se queda siempre condenada a no poder contar nada más que la superficie de una gran obra coral.
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Rincón de Diego se halla cerca del puerto, donde se alinean tantos restaurantes más populares con sus terrazas cubiertas preparadas.
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En la Semana de Pascua vacacionamos en Cambrils, Tarragona, municipio de larga tradición turística española. En esos días estaba lleno de parejas vascas con niños, sobre todo matrimonios guipuzcoanos que hablaban en euskera sin parar. Me sentaba en el paseo marítimo y de cuatro parejas que pasaban tres hablaban vascuence y la cuarta… caminaba silente. Durante esas vacaciones no me lo pasé demasiado bien: me sentía rodeado de vascos, La Txurri solo me hablaba de Matemáticas y de los zotes de sus alumnos, muchos bares estaban cerrados y los abiertos eran enormes pero no tenían ambiente (ni clientela), y el clima no acompañaba (cuando me arrojaba a la piscina me sentía un cubito de hielo en un gin-tonic… brrrruuuu). Haciendo memoria, mis mejores momentos fueron los de los almuerzos por ahí, los desayunos en el hotel Maritim (¡había morcilla!), las visitas al cercano Salou donde bebíamos pintas a dos euros en terrazas mirando al mar, la compra que hice en la vinoteca/licorería Morell de Cambrils, y las copas de cava con pinchos que consumíamos de abrebocas en el bar Lekeitio de Cambrils, enorme, con dos entradas a sendas calles, dos barras, terraza trasera, varios ambientes de comedores, cartas de vinos, de tapas, de raciones, de carnes y de pescados… y manadas de parroquianos vascongados… Estaba rodeado, sí. Antes de llegar a la costa mediterránea busqué en Internet los mejores restoranes de la localidad, o los más interesantes para mis pretensiones. Y de chiste lo que me acaeció ya en el pueblo: dos de mis seleccionados estaban cerrados por descanso semanal, otro cerrado por reforma, otro clausurado por jubilación (yo ya estaba desmoralizado) y había otro rechulo al que La Txurri se negó a entrar porque ponía la música a volumen alto. No exagero para hacer la gracia. Aparte, en Cambrils, créanselo, hay dos restaurantes con estrella Michelin: el Can Bosh, del que hablamos hoy, y El Rincón de Diego, aún mejor y del que escribiremos próximamente. En la provincia de Tarragona hay un tercero...
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En la gran calle comercial, a unos 20 metros del Celler del Roser, unos paneles anunciaban su carta y un menú diario que ya había caducado.
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