(+25 rating, 5 votes)Cargando... Nekasu: arte de matar un pescado y dejarlo reposar. Japón ha inspirado al hiperactivo Fernando Canales a la hora de bautizar su particular txoko, donde él y su equipo imparten talleres y cursos de cocina, ruedan colaboraciones televisivas y ofrecen showcookings personalizados a empresas y particulares que así lo demandan. Imaginen que son responsables de Apple y quieren un menú a base de manzanas… O que tienen una empresa de antivirus (informáticos) y les hace gracia catar y conocer las propiedades y poderes curativos de diferentes especias… Sólo tienen que ponerse en contacto con el equipo del restaurante Etxanobe y llegar a un acuerdo. Sencillo, ¿verdad? El Txoko Nekasu, concebido como espacio para compartir conocimiento y generar sinergias, equipado para brindar experiencias gastronómicas sabrosas y participativas, se ubica en la última planta de un viejo edificio industrial del barrio bilbaíno de Deusto. Frente al restaurante principal de Canales (Etxanobe), pero al otro lado de la ría, y con una azotea desde la que se ve la imponente torre Iberdrola y el no menos imponente nuevo San Mamés. Casi nada. Hasta allí me dirigí hace un par de semanas, junto al amigo Dicky, para tomar parte en 21st. Century Cook, un showcooking concebido para bloggers (y weggers) gastronómicos en cuya organización tuve el privilegio de participar. Se trató de un encuentro ameno, profesional y cercano, en el cual el chef bilbaino, secundado por el talentoso Paul Ibarra, su responsable de I+D, y Javier Izarra, diestro cocinero de Tamarises, compartió trucos y curiosidades. A lo largo de casi tres horas, cocinaron, contaron anécdotas y mostraron diversas técnicas, incluidas la elaboración de pasta fresca, la esferificación y el manejo del nitrógeno líquido. También exhibieron cacharrería, entre la cual se encontraba el Spoutnik, el primer horno microondas esférico del mundo, fabricado por Fagor y capaz de preparar un bizcocho en sólo 45 segundos. Se habló de las virtudes de la xantana, espesante obtenido a partir de la fermentación del almidón de maíz con una...
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(+40 rating, 8 votes)Cargando... Dentro de la proliferación hostelera bilbaína, esa burbuja barista que acabará estallando (como todas), le hemos pillado el callo y la postura al céntrico nuevo bar El Figón, sito enfrente del hotel López de Haro. El empático Pato lo descubrió una mañana con su novia, Rocío, y de la misma me mandó fotos recomendándolo, convencido por su selección de vinos (por copas y botellas, nacionales e internacionales) y por sus pinchos a un euro. Desconfié de los pinchos, pero la primera vez que estuve en El Figón me zampé dos o tres. Mi favorito entre esos europinchos es el de pimiento del piquillo con anchoa y boquerón en aspa. Cojonudo. A Pato le gusta mucho uno de morcilla con queso de cabra que pide le calienten las eficientes camareras. En esta neotasca con maderas, alacenas, cuadritos y los precios de los caldos en tiza sobre la pared, también preparan raciones y recuerdo que me quedé con ganas de invitar en Navidad a La Reina y a su madre a salmón ahumado y una botella de cava, para hacer chin-chin. Al Figón acuden cuadrillas pijas de jóvenes y matrimonios maduros, burgueses de toda la vida y gente de futuro incierto, jubilados con posibles y oficinistas tan bien vestidos como antes era más habitual en Bilbao. Nosotros solemos ir por las tardes, antes de algún concierto en el Azkena o el Kafe Antzokia (están a tiro de piedra), y un viernes, haciendo escala de camino a una sesión flamenca en el hotel Hesperia Campo Volantín con Paco del Pozo, nos fijamos en que el gastrobar propone también un original menú del día, por nueve euros de (casi) nada, con agua (del grifo), primero y segundo (servidos a la vez sobre una tabla rectangular) más postre (estupendos también). Nueve euros, sí, IVA incluido, y en Bilbao, urbe presumida que con la crisis y el exceso de oferta está ofreciendo menús del día de calidad a precios inimaginables antaño. ¡Precios en plan Las Palmas de...
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Una visita al obrador de las Charcuterías La Moderna. Un mito charcutero de Bilbao obrado por lo hermanos Thate, Hemann y Enrique.
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(+29 rating, 6 votes)Cargando... El teatro Campos Elíseos es un clásico de Bilbao, un edifico capaz de destacar por su belleza en una villa tan bella como la capital vizcaína, reinventada a base de postales, de sumar proyectos de arquitectos estrella: Frank Gehry, Norman Foster, Arata Isozaki, César Pelli, Santiago Calatrava… Pero lo mejor del caso es que destacó incluso durante los años en que languideció víctima del abandono, en estado poco menos que ruinoso; y lo fue gracias a la excepcionalidad de su fachada modernista, sobresaliente ejemplo de art nouveau erigido en 1902 según diseño del arquitecto Alfredo Acebal. La Bombonera de Bertendona vive ahora una segunda juventud. El ayuntamiento de la capital vizcaína y la SGAE invirtieron un lustro y 27 millones de euros en su reforma, lo reinauguraron en 2010, y ahora acoge una programación un tanto descafeinada de música y artes escénicas. Y, en su quinta planta, un restaurante al que he acudido no menos de cinco veces con ánimo de ponerme bien y ponerlo bien, y todas he salido algo defraudado con su Menú Bistró. Sí, porque su pertenencia, en origen, al grupo Zaldua hacía esperar más del Atril XXI, mucho más si se atiende a las promesas de su web: «Somos fieles a la cocina creativa, novedosa y fascinante, gracias a un chef que sabe posicionarse a la vanguardia de las tendencias actuales». El menú en cuestión siempre ha sido sugestivo, pues desde un principio permitía escoger entre buena parte de la carta, por un precio cerrado de 19,50€ (bebida incluida; 22 euros en fin de semana). Ahora el menú se indica en hoja aparte, pero el precio se mantiene y continúa constando de un primero, un segundo, postre y bebida, incluidos un par de crianzas. Siempre que no escojas el vino a tu antojo, que con dicha fórmula se despacha al 50% (igual que el resto de la carta), una excelente iniciativa que, eso sí, eleva la cuenta, con café, por encima de los 25€/pax. En una ciudad donde hay buenos menús del día por la...
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¿Vamos a la hamburguesería? La pregunta ha perdido un tanto su vigencia, pues la hamburguesa se ha difundido muchísimo, tanto que ya no es preciso acudir a locales especializados para darse el gusto de comer una. Además de en infames cadenas de comida rápida o comida basura, que la han desprestigiado a ojos de los más cortos de vista, dicho sea de paso, hoy es posible dar con ella en bares, restaurantes, puestos callejeros… Así, aunque es sencillo encontrarla con los más distintos grados de complejidad, de la sencillez más desnuda al barroquismo más absurdo y estomagante, no resulta fácil trazar una ruta fiable, realmente recomendable. Porque de noche los días son iguales, pero el pan y la carne no. En Getxo, zona Algorta, sabedor del pecado que supone no haber probado las de Alvarito’s Bar, me quedo con las de Carpanta. En el llano, en el barrio de Las Arenas y la república independiente de Romo, me gustan las del Gure Etxea; especialmente la Gure Etxea, con setas, pimiento rojo y jamón. La pega es que este bar suele estar a tope, en reconocimiento a su apuesta por la calidad, no siempre es fácil hacerse con una mesa y entonces es cuando entra en juego la agenda, el plan B, la oferta diferenciada de Bye American Bistró. A este local, adornado con imágenes en blanco y negro de animales salvajes y del skyline de esa jungla que es Manhattan, le relegan a esa condición de alternativa los precios de sus hamburguesas: entre 9 y 11 euros. Demasiado elevados a mi entender, aunque se acompañen de unas pocas patatas fritas caseras y un puñado de ensalada. Así, en mi última visita, media ración de delicias de pollo (pechuga empanada con queso parmesano, pico de gallo y salsa de mostaza), dos hamburguesas, un postre, un café solo, una caña y una copa de vino, elevaron la dolorosa a nada menos que 37,80€ (¡han cantado bingo, oigan!). Demasiado, insisto. Un auténtico pastón, convendrán. Al margen de...
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Durante dos días visitaremos los mejores lugares de Bilbao, aquellos que solo conocen los bilbainos. Esta es ruta VIP en la que sólo visitaremos y comeremos lo mejor
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(+40 rating, 8 votes)Cargando... No me importa reconocer que no me puedo permitir ir a comer a la carta al Tamarises, el clásico restaurante burgués getxotarra anejo al hotel del mismo nombre. Lo comentamos en Don Manuel con su anterior gerencia, y ahora lo conducen los del Grupo Etxanobe. La nueva dirección ha empeorado la decoración de la terraza, donde sirven raciones chic y entresemana menús del día, y los jueves alubiadas, éstas a unos 20 euros con buen vino, entrantes y postre. El bar de la planta baja permanece parecido y quizá se vea ahora más claro. Pero, a lo que iba, estudiando la carta de la nueva andadura, con su más distinguida oferta ubicada en el piso superior con vistas a la playa de Ereaga y a la bahía del Abra, y más allá al puerto de Santurtzi, y aun más lejos al monte Serantes, sopesé que precios tan onerosos obligarían a un sobresfuerzo a mi bolsillo. Sin embargo, al final de la carta descubrí la solución: su menú degustación con seis platos, vino, agua y café, por 45 + IVA. Ups. Quise ir cuanto antes y suerte que tuve que mi esposa Susana nos invitó a mí, a mi hermana Nerea y a su pareja, Urko. En la web del restaurante Tamarises indican esto: «Tipo de cocina: A la brasa, Tradicional Vasca, Marinera, Vegetariana, Mariscos, de Autor». (las mayúsculas son suyas); «Precio Medio: 40 € / persona» (será sin postre, sin IVA y sin bodega, claro); «Ambiente: Selecto, Cosmopolita, Negocios, Romántica, Familiar, Eventos» (pues seguramente tengan razón). El menú degustación no se especifica en la carta ni en la web, pero telefoneamos al local y nos cantaron lo previsto para ese día. A mi esposa le gustó: ¡había canguro! Llegamos puntuales, a las tres, y estuvimos ese domingo comiendo plácidamente dos horas y pico en un comedor con sólo cuatro mesas ocupadas para 17 comensales. Algunos clientes hablaban alto (los guiris del corner), pero disfrutamos de las vistas a la playa...
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(+52 rating, 11 votes)Cargando...Lo primero, y más importante, en el Algo Diferente, el restaurante griego de Bilbao, se come bien. Bastante bien, diría yo. Esa es nuestra experiencia y aunque su menú, para los nuevos baremos «criseros», sea un poco caro (13,50 euros), el sitio y la comida merecen la pena. Dicho esto, me preguntaré, una vez más, sobre cuál es el criterio que siguen en los restaurantes para colocar a los comensales. Entiendo que siguen la pauta de la discriminación del tímido o del conforme. Así, a uno, que no es de exigir demasiado, porque creemos que el trato igualitario debiera de ir en el precio, siempre le acaban sentando en rincones o en mesa pegada a otros comensales. El restaurante griego de la crónica estaba el día 28 de enero de 2014 con poca entrada, pese a que en las anteriores veces que hemos intentando comer menú nos hemos tenido que dar la vuelta por estar lleno. Y, pese a estar con abundantes mesas para repartir a los comensales, nos pusieron, una vez más, pegados a la única ocupada. Y ahí comenzó el drama. El drama de escuchar una situación que no quieres, ni debes, oír. La pareja de al lado estaba rompiendo su relación. Y ni ellos tuvieron la intimidad que deseaban, ni nosotros pudimos, para nuestra desazón, dejar de oír el proceso de su ruptura. Quien lo dejaba o lo intentaba era él. Y ella se limitaba a llorar calladamente. «No podía aguantar más la situación», añadía el chico, serio y tranquilo. Y aseguraba que había puesto todo de su parte, pero debían irse cada uno por su lado. Y ellos azorados, y nosotros tratando de mirar al infinito. Y me acordé de otras rupturas vividas en primera persona, y en especial de una de hace 25 años, que sucedió en un centro comercial de Córdoba. Y allí fui yo quien dijo que lo nuestro se había acabado, pero ella ya lo sabía antes que nadie, porque ya estaba a...
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(+64 rating, 14 votes)Cargando... El amigo Txema Soria, el cronista social de Bilbao para el diario El Correo, también se ocupa de escribir en el suplemento de ocio GPS sobre restoranes donde ‘ponen de comer’, como dice él. Los artículos que me resultan interesantes y accesibles para mí (por razones económicas o de movilidad), los recorto y los archivo por si un día puedo ir. Y por eso en una ocasión, antes de ver una peli de guerra en el cine, fui en metro al centro de Bilbao, con el amigo Gabi (al que conozco desde hace… hum… 33 años, desde BUP), con la intención de papear antes en el Grand Prix, local de menú del día económico y popular (9 lereles) y, por lo visto, muy frecuentado. Cierra los fines de semana, porque parece que vive de los oficinistas de los alrededores; su pinta tira p’atrás al extraño de puro popular y casta, y no se indica el menú en su fachada, aunque sí el precio. Copiemos el recorte que yo portaba doblado en el bolsillo. Txema Soria empezaba su reseñita así: «El Grand Prix es un local familiar, pequeño, cálido y acogedor. Lo regenta Izaskun Allende, que ha aprendido todo lo que sabe junto a su madre, María José Fernández, que aún hoy se encarga de los fogones». Buf, unas hachas las dos damas, la hija atendiendo las mesas y la pequeña barra, y la madre sirviendo los platos, cocinándolos y hasta tomando nota, como a nosotros dos. Entramos tras un pote en el bar de al lado y menos mal, porque justo se llenaron las tres mesas libres. El Grand Prix dispone de seis mesas de cuatro comensales (en una se sentaron cinco oficinistas habituales), sus paredes son de piedra, tras la puerta de entrada había una ikurriña enrollada, en la barra del bar yacía el diario peneuvista Deia y en una alacena se perfilaba un toro de Osborne. Los manteles y las servilletas eran de papel, y sobre la mesa nos dejaron una jarrita de...
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(+115 rating, 23 votes)Cargando... John Ford perdió una buena oportunidad al no poder concederme el papel principal en ‘El hombre tranquilo’, ese boxeador que regresa a su Irlanda natal para recuperar su granja y escapar de su pasado. No me altero, es difícil arrancarme un mal gesto, una mueca de insatisfacción; la procesión va por dentro, claro. Entre los pocos que logran enervarme figuran esos cocineros de nuevo cuño que sostienen que en gastronomía el sabor ha pasado a ser un aspecto secundario, prácticamente prescindible; que es el momento de las texturas, de otro tipo de sensaciones. Acepto el reto, disfruto con nuevas texturas y contrastes, entiendo y justifico la existencia de un departamento de I+D junto a la cocina, pero siempre que el gusto comparta protagonismo en cada bocado. No me interesa morder una piedra, ni un puñado de arena, ni un gel de marras, si mis papilas gustativas van a tener menos trabajo que el sastre de Tarzán. ¿Prescindamos de los sabores? ¿¡¿Qué me estás diciendo?!? Por eso admiro a los cocineros de raza, a aquellos guisanderos que tienen bien presente la tradición, de dónde vienen y dónde están, que rinden culto al producto y tienen el sabor como primer Mandamiento. Por eso admiro a profesionales como Prado-Egia’tar Julen, el cocinero afable, entusiasta y conversador infatigable que comanda El Arandia de Julen, restaurante ubicado en el corazón del (muy casta) barrio bilbaíno de Atxuri. Donde comió el trasgresor David Muñoz, y todo su equipo, el día que se hizo pública la concesión de la tercera estrella Michelín para su DiverXo, sin ir más lejos. Un jatorra, Julen. Un emprendedor que hace diez años tomó las riendas de un local conocido durante seis décadas por sus alubiadas, y decidió hacer de ellas, de esa invitación al encuentro, a compartir, su bandera. Efectivamente, la palabra indabak (alubias, en euskera) cobra otra fuerza en boca de este profesional, curtido en Aldanondo (Donostia), Ritz (Mallorca) y Etxebarri (Atxondo), que cocina con mimo un género traído de...
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(+33 rating, 7 votes)Cargando... Es todo un privilegio ser considerado un clásico, siempre que la púrpura no te ciegue y su peso te encorve, hasta el punto de anquilosarte y terminar convertido en un dinosaurio. Es común toparse con negocios que se duermen, que crían fama, suben precios y se echan a dormir, pero éste no es el caso de Andra Mari, un verdadero clásico de la gastronomía vasca que está totalmente en forma. Porque lo ratifica año tras año la venerada Guía Michelin, que mantiene su estrella desde hace tiempo, y porque lo he comprobado yo mismo. Y a mí eso me vale más que los caprichos de la guía roja. Qué pasa. No soy el primero que escribe las bondades del restorán vizcaíno, pues se ubica junto a la iglesia de Andra Mari, de estilo románico-gótico (con elementos de reconstrucción renacentistas), desde 1964. Ese año lo pusieron en marcha los hermanos Patxi, Dominga y Juan Cruz Asúa (hoy lo regenta Roberto, hijo de Patxi), y en 1976 el edificio, con fachada blanca y lisa en origen, adoptó su actual aspecto, acicalado con restos de caseríos demolidos. El fino parcheo ha embellecido una estructura cuyas estancias están bien surtidas de madera de roble, tallada con azuela; de hecho, en su bodega alberga el tronco de un viejo roble, el de las mentiras, a cuyo pie la gente del lugar exageraba sus posesiones en animadas conversaciones que tenían lugar antes de entrar a misa. Conocer su historia hace más interesante cada visita. Yo, en mi penúltima, pude caer en la tentación de probar las recetas más caras de su carta, que son ensalada de bogavante con frutas y verduras (29 euros); rodaballo con pil-pil de cítricos y fondo de vainas (29); y centro de entrecot con guarnición de pimientos y patata panadera (28); pero decidí apostar por la fórmula ‘económica’, el Menú Tradicional Elexalde, que ofrece cinco platos y postre por 42 euros (sin bodega). Comí rebién y tranquilicé mi ánimo observando el verdor...
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Los tiempos están cambiando. Antes el vermut era ese tiempo dominical y viejuno en el que las parejas salían de casa, como de extra, para hacer un exceso burgués y fino.
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