Le Parc à Huîtres (Hendaye). Sobrio refugio ostrero
Le Parc à Huîtres se ha ganado un hueco en el desván de nuestro aprecio con una batería de mariscos en la que nunca faltan ostras de distintos tamaños, procedencias, precios y calidades.
leer másLe Parc à Huîtres se ha ganado un hueco en el desván de nuestro aprecio con una batería de mariscos en la que nunca faltan ostras de distintos tamaños, procedencias, precios y calidades.
leer másGranada es un establecimiento pequeño y austero gobernado por un afable armenio instalado en el País Vasco francés. Cuenta con un estante a modo de tienda mínima y despacha blitts, lavash y ensaladas.
leer másEstupendo y abundante. En plena canícula las colas serán interminables y el servicio menos atento pero, de lo que ella ha vivido en este restaurante, Araceli Viqueira solo puede decir que de 10.
leer másNo se le puede pedir más a un menú de 40 euros, en el que prima el producto local y en un sitio que, de haber salido el sol, hubiera sido como estar en el cielo. Casi lo era, aún con nubes sobre el château.
leer másComida rápida para consumir sin prisa junto a la playa de Hendaia, a escasos metros del antiguo casino que divide el largo arenal en dos. Para degustar sin pretensión alguna, no se me hagan excesivas ilusiones.
leer másEl punto y la calidad de la carne, las patatas caseras, el salmón muy suave… Jarvisey no es muy fan de la comida francesa, de sus condimentos y la sobreutilización del cilantro, pero los mínimos para poder comer a gusto se cumplían todos en este bistrot.
leer másCerveza francesa con aroma a malta, de intensidad normal, algo agrio, poco agradable. La nariz concuerda con su cuerpo pobre, sin consistencia, casi acuosa. Y su gusto es poco agradable, algo agrio, algo ácido. Vamos, que lo tiene todo.
leer más(+48 rating, 10 votes)Cargando... Tras mis tribulaciones de vasco en Burdeos, narradas en el celebrado post dedicado al restorán Le Cochon Volant (El Cerdo Volador), en automóvil Citroën partimos temprano de la capital del Garona enfilando hacia Libourne (una plaza, otro río, un Carrefour abierto en festivo y poco más); torcimos a la derecha hacia el turístico pueblo vitivinícola de Saint-Émilion (una cuesta peligrosa -no quiero imaginármela en un día de lluvia-, una torre, un aparcamiento en la cumbre, bodegas y restoranes por doquier, y nada más); desandamos el camino zigzagueando por una monótona carretera comarcal llena de curvas y colinas verdes hasta llegar a Angulema (abajo el río, al otro lado una gran estación ferroviaria, a modo de núcleo una cima con la parte vieja de la ciudad, con la catedral y un bar roquero en cuya terraza me volvieron a crucificar por un café y un chardonnay vulgar); y, de nuevo, en ruta hacia poniente, con el Atlántico al fondo del mapa, dirigiéndonos a Cognac por una carretera más ágil. Et, voilà, ya estamos en otra ciudad gabacha que me moló más aunque se agotara en sí misma. Los supermercados poblaban las afueras de Cognac, ciudad claramente provinciana con aire de pueblo cruzado por un río. Con decir que sólo hay unos 20.000 habitantes, si llegan… En su parte vieja hay una zona de tiendas caras, no se ven tantos restoranes, pero los hay, y las bodegas clásicas gastan una pinta grisácea e industrial y vetusta que no se puede comparar con las bodegas de Rioja, tipo Marqués de Riscal, Ysios, Baigorri y tal, todos derrochones prodigios de diseño arquitectónico. Vi de lejos la sede de la marca Martell, y me pareció de otra época, anacrónica, extirpada de mi infancia industrial erandiotarra/baracaldesa. Vi desde su acera la sede de Hennessy y no me lo podía creer: ¡sólo brillaba la bandera roja de la marca! Y pensar que desde ahí surten a todo el mundo de botellas, algunas extremadamente caras. No hicimos nada especial en Cognac....
leer más(+59 rating, 12 votes)Cargando... Cada vez que caigo unos días por la cercana Francia me digo: «no vuelvo aquí en la puta vida». Me sacan de quicio sus rotondas y sus peajes cada dos por tres, sus precios suntuosos en la hostelería (¡y en la zapatería!), la impermeabilidad idiomática de sus gentes… No aguanto a los franchutes como seres humanos, oigan. Los ves fuera de su hexágono y parecen timoratas mosquitas muertas; por ejemplo en San Sebastián, con sus caras de panoli, llenando platos blancos de pinchos en los bares de la parte vieja. Sin embargo, en su gran nación se crecen, como si bebieran la pócima del druida Panoramix. Mi impresión se confirmó en los cuatro días que pasé en Burdeos (con dos me habría sobrado). Acudimos con una guía personal confeccionada a botepronto por El Cuto, un amigo de Pato que posee un apartamento ahí. Cumplí todo lo que indicaba, menos la visita a la Brasserie Bordelaise; «en la rue Saint Remi, muy céntrica. Que pida el Bocal de Foie. Lloro cada vez que lo tomo», indicaba Cuto, pero no pude llegar porque perdí el plano, o me lo robaron. No obstante, como un turista más, cumplí su hoja de ruta: visité el mercado de Les Capucins, sucio y bullicioso, con olores mezclados y también razas, pues está en una zona chunga (en este mercado me quedé sin comer los famosos mejillones -moules- por la falta de profesionalidad de una guapísima que atendía en uno de los puestos); el paseo marítimo del Muelle del Marqués, con sus tiendas carísimas (¡y eran outlets!) y sus terrazas pijoteras (lo que me clavaron por una birra y un blanco un domingo sin sol); las ostras del muelle (en el puesto ‘Viviers des Jacquets’, de ostricultura, por 8,50 tomamos seis ostras y dos vinos; Susana libó ahí su primer rosado desde que hace una década íbamos al Britannia, hoy el Mojo Club); hicimos la obligada excursión al bonito pueblo medieval de Saint-Émilion, vinícola él, en plan Santillana de Mar...
leer más(+20 rating, 4 votes)Cargando... En Hendaya Playa son muchos los bares que abren cada verano, aprovechando el tirón estival, y cierran mucho antes de finalizar el año. En ocasiones con distintas gerencias y nombres. A veces, incluso, sin nombre en su fachada. De ahí, en parte, la escasa calidad de la oferta hostelera, de quita y pon, de la población fronteriza. Entre los negocios que mantienen sus puertas abiertas los 12 meses, sople el viento, llueva o truene, fenómenos que se dan con frecuencia, figura Le Barouf, un bar que, cuando sus dueños duermen, llama la atención de la clientela potencial con el simpático dibujo que se aprecia en la imagen. Sólo echamos en falta alguna mujer en esa cuadrilla de jóvenes, todos felices, sonrientes, vaso, jarra y botella en mano, con los ojos entreabiertos o desorbitados, como corresponde a la parroquia de los bares, qué lugares, tan gratos para conversar; y es que no hay como el calor del amor en un bar. Chachachá. (desconfía de los bares sin mujeres, Igor Cubillo) PD: gracias, Jaime, por la frase * Lo Que Coma Don Manuel destaca en la sección Bienvenidos aquellos ornatos, muñecos, carteles, dibujos y otras decoraciones singulares que, con cierta gracia, nos dan la bienvenida a restaurantes, bares, bistrós, tabernas, chigres, sidrerías, tascas y demás locales hosteleros que tanto nos gusta visitar * IGOR CUBILLO Periodista especializado en música, ocio y cultura. Economista. Equilibrista (aunque siempre quiso ser domador). En el medio de la vía, en el medio de la vida, si hay suerte, tal vez. Ha pasado la mayor parte de su existencia en el suroeste de Londres, donde hace más de 20 años empezó a teclear, en una Olivetti Studio 54 azul, artículos para Harlem R&R ‘Zine, Ruta 66, El País, Bilbao Eskultural, Ritmo & Blues, Getxo A Mano (GEYC), Efe Eme, Den Dena Magazine, Kmon, euskadinet y alguna otra trinchera. Prefiere los caracoles a las ostras. Qué tío. Anda que… Ah, tiene perfil en Facebook y en...
leer más(+24 rating, 5 votes)Cargando... ¿A qué va uno a Saint Emilion, pueblo medieval encaramado a un promontorio rocoso del suroeste de Francia? Pues a sentirse como un pulgón entre sus inmensos viñedos y a beber uno (tras otro) de sus célebres caldos. De acuerdo. Pero luego acude allí y en los escaparates de sus empinadas calles encuentra tantos macarons como botellas. Que ya es decir… No son los clásicos macarons, esos platillos volantes que ahora se presentan en mil y un colores, que lo mismo se comen que sirven para confeccionar un coqueto centro de mesa, son otros mucho menos vistosos. Los Macarons de Saint-Emilion son más parecidos a unas pastas, o a unas galletas rústicas. Tienen su origen en una receta de las hermanas Ursulinas, que se remonta al siglo XVII, y , sobre todo, hay que verlos como una reinterpretación del mazapán, de ese dulce que convivirá con polvorones y turrones, en las muy inminentes y entrañables y retristes fechas navideñas, sobre las mesas de este país (niño, enciende el árbol y pon un villancico). Elaborado a base de de almendras, clara de huevo y azúcar, su sabor es dulce, como el de un mazapán, ya se ha dicho; pero su textura es más mullida, su cuerpo más esponjoso. Una costra de azúcar corona cada pieza y, ¿saben?, ya tengo ganas de que empiecen las celebraciones. Con la excusa, iré a Saint-Emilion a comprar una caja (se despachan, las de 24 unidades, a precios entre 6 y 7 euros) y, de paso, algún vino caerá. Ejem. Oh mon Dieu! (les desea buena vida, y mejor vino, Igor Cubillo) Si dan a parar con sus huesos a la zona de Saint-Emilion, no estaría mal que empezaran la jornada subiendo la duna de Pilat (aka Pyla), la más alta de Europa. Ahí es na’. Está junto a Arcachon, cerca de sus 85 kilómetros de bahía ostrícola, donde yo comería un helado de Maxi Gelati. Y sería un pecado perderse Burdeos, no chapotear frente a la Plaza de La Bolsa, recorrer...
leer más(+15 rating, 3 votes)Cargando... Seguro que Iparralde, el País Vasco francés, esconde multitud de secretos culinarios, una gastronomía propia digna de admiración que cuenta con puntales como la axoa. Pero lo cierto es que la gente acude allí y, por no complicarse, o por no hacer excesivo gasto, se pone morada a moules frites (pequeños mejillones que sirven en grandes fuentes y cazuelas, acompañados de distintas salsas y patatas fritas), sándwiches, crepés y gaufres. Yo no soy menos; lo mismo disfruto con unas ostras (supuestamente) de Arcachon, que con un sándwich americain o uno de los referidos gofres. Eso sí, cuando me apetece dulce, mi instinto no ofrece alternativa, tras mucha prueba-error, se empeña en conducirme a Sokoa, un precioso barrio fortaleza de Ciboure (Ziburu), la localidad vascofrancesa donde nació el célebre compositor Maurice Ravel. Allí, a la entrada de su puerto, se alinean una serie de restaurantes donde el plato estrella parece ser la «merluza a la española» (40€, aprox., 2 pax.); las casas con contraventanas de colores señalan el recorrido hasta el lugar donde se erige imponente la torre que corona el fuerte del siglo XVII; un rompeolas invita al paseo (cuando la marea no bate con fiereza -un espectáculo habitual-); las barcas de colores amarradas transmiten paz; y la pequeña playa no está exenta de atractivo. ¿Y el dulce? En Toccatutti. En ese austero local, con pinta de simple heladería, junto a la rampa del puerto, despachan copas de helado, paninis, beignets, bebidas frías, calientes y, además, los mejores crepes y gaufres de la zona. No sé si el sujeto le echa más o mejores huevos, mejor harina, mantequilla… Pero están rebuenos. Destacan por su adecuado punto de cocción y por su grato sabor, que permite disfrutarlos simplemente «sucrées» (con fina capa de azúcar glas). Algo tan simple como excepcional, cuando la competencia se empeña en servirlos demasiado crudos (¿hay prisa?) y/o insípidos (¿tan complicada es la receta?). Por si fuera poco, condimentan un par de ellos con ron St. James...
leer más
Comenta, que algo queda