Parece que fue ayer cuando contábamos en un post que en la plaza de Toros de Vista Alegre, en Bilbao, habían instalado su feria de marisco gallego los amigos de Marisgalicia. Parece que fue ayer, pero no, fue hace un año y hoy se inaugura de nuevo, y con el mismo escenario, esta pantagruélica feria gastronómica que nos encanta porque ofrece la oportunidad de comer los frutos del mar a unos precios sin comparación. Y es que el secreto consiste en practicar una economía de escala: «Vender mucho, aunque se gane poco por unidad». Parece sencillo, pero no lo es. Eso implica toda una labor de logįstica a gran escala. Así nos explica su responsable, Manuel Gómez. Desde los viveros y bateas que la firma posee en Galicia, los camiones circularán cada día hasta Bilbao para suministrar así las 80 toneladas estimadas. Al tiempo, las botellas de albariño para maridar la mariscada, las 30.000 unidades. Y todo ello con la máxima calidad del producto, así que el común de los mortales puede acceder a productos que de otra manera estarían muy por encima de sus posibilidades. La carpa se inaugura hoy, a las 12.30 horas, con «la tapa de mejillones en salsa de albariño más grande del mundo». Cocineros de las Rías Baixas la elaborarán sobre un recipiente de 2,80 metros de diámetro y 25 centímetros de fondo. Una vez que el récord esté logrado, se distribuirán las 2.000 raciones. Y, además, habrá tiempo para la camaradería y la chufla que propicia la mesa corrida y el espacio común: los visitantes podrán ver actuaciones de grupos regionales y, los domingos, la música celta se oirá con banda de gaiteros. Los viernes y sábados por la noche se hará una queimada, que se repartirá de forma gratuita entre los asistentes. También habrá cinco stands con productos típicos gallegos y una tienda gourmet en la que se venderán aceites, quesos o chocolates de la zona, y se sortearán siete estancias de fin de semana para dos...
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La gente ve las imágenes de la velada en restaurante Markina y dice «qué envidia, vaya festín». Rememoro, caigo en la cuenta de que estaba todo bueno, y lustroso, y no queda más remedio que darles la razón.
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En la web de restaurante Etxanobe llama la atención el menú ‘La alegría de la primavera’. Qué buena pinta por escrito, oigan. ¿Estaría tan bien en vivo y en directo? Les adelanto que sí. Pedazo de menú a un precio estupendo.
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(+24 rating, 6 votes)Cargando... Tú puedes regentar un restaurante en el suburbio más decadente del mundo mundial y encargar a un amigo pintor que dibuje en su comedor una estampa de Hawaii, o Bombay, para evocar ese lejano viaje de novios y martirizar a los comensales con el repertorio de José María Cano. – ¿Se le ha indigestado la comida, señor? – … – Oh, lo lamento, no entiendo qué ha podido suceder, todo nuestro género es fresquísimo. Probaré a cambiar la música… También puedes encargar a los amigos de tu sobrino chandalista que destrocen el caserío familiar con aerosoles, como si fuera un viejo tren abandonado en vía muerta. O recrear la silueta de una refinería en el chiringuito de una paradisíaca isla. La lista de posibles despropósitos, el abanico de atentados paisajísticos, es inmenso. Por tanto, los regentes del restaurante Buenos Aires, ubicado en un paraje tan emblemático como el Parque Natural de Urkiola, se la jugaron al embadurnar su fachada. Y parece que acertaron con la enorme imagen que advierte de la existencia de una casa de comidas, tras sus puertas y ventanas, al tiempo que da la bienvenida a la clientela. El edificio se levanta a un paso del santuario de los Santos Antonios, dedicado a San Antonio Abad y a San Antonio de Padua, en el cambio de rasante del alto de Urkiola, entre los montes del Duranguesado (Anboto, Alluitz, Mugarra, Udalaitz…). Así, el excursionista retratado, que escudriña el horizonte de ‘la pequeña Suiza’, esas cimas, las sierras de Aramotz y Arangio, su fauna, puede gustar más o menos, pero es un ejercicio de contextualización que no cae de bruces en el bucolismo más explícito. (Igor Cubillo) web del Parque Natural de Urkiola * Lo Que Coma Don Manuel destaca en la sección Bienvenidos aquellos ornatos, muñecos, carteles, dibujos y otras decoraciones singulares que, con cierta gracia, nos dan la bienvenida a restaurantes, bares, bistrós, tabernas, chigres, sidrerías, tascas y demás locales hosteleros que tanto nos gusta visitar *...
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Vaya por delante que no seré yo quien desaconseje La Barraca, un restaurante consolidado que ha adaptado la preparación de los arroces al gusto bilbaíno
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En el Gin Show organizado por Drinks Marketing Group en AlhóndigaBilbao el único peligro era no ponerse un límite a la hora de catar las distintas marcas de ginebra presentes en el encuentro.
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(+16 rating, 4 votes)Cargando... Mucho tiempo hacía que no volvía por el restaurante Pepintxo. Años, sin exagerar. Y como ahora tengo más tiempo libre, hasta que dentro de poco ya no tenga ni tiempo libre, ni no libre, ni na’ de na’, pues hicimos una escapadita a Barakaldo, aprovechando que había que hacer algún recado, y reservamos mesa en el único vegetariano que conozco por la zona. Y no es que la matrona me haya puesto a régimen y por eso quisiera comer ligerito en un vegetariano, no, porque lo que recordaba del Pepintxo era, precisamente, que costaba llegar vivo al postre. Pero, como hacía tanto que no lo frecuentábamos, pues lo mismo podía ser que saliéramos de allí con más hambre que el Chavo del Ocho o que el otrora vegetariano se hubiera convertido en un bar de txikiteros. A saber. Al entrar, el personal me resultó familiar (muy de lejos, eso sí, que la memoria ya falla) así que me quedé más tranquila. Tenía pinta de seguir siendo lo que era. Y, además, con el comedor casi casi completo. Buena señal. De primero, nos dieron a elegir entre dos ensaladas de las que el camarero nos enseñó una muestra de cada una para que viéramos la pinta que tenían (lo que viene a ser la versión real de los platos de plástico que colocan los restaurantes de Japón en sus escaparates para ayudarte a decidir). Esto me ha hecho mucha gracia siempre que he ido al Pepintxo, y siguen haciendolo años después. Yo creo que es como la marca de la casa. Como no nos decidíamos por ninguna de las dos, básicamente porque después venían otros dos platos más antes del postre y nos parecía demasiado, el camarero nos ofreció sustituir las ensaladas por unos zumos naturales. Nos convenció. Yo pedí el completo, de zanahoria, manzana, apio y naranja, mientras que el marido se ve que no tenía el día para mucho combinado y se quedó con el de zanahoria a secas. Peor...
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(+79 rating, 18 votes)Cargando... La de cambios de decoración y de regencia que he vivido en el ahora denominado Mojo Club. Justo anteriormente se llamaba Noho y se trataba de un pub modernuqui que devastó toda la excelsa decoración del precedente Britannia, un pub inglés barroco copiado de uno isleño de verdad y que tenía una fastuosa cristalera en el techo, maderas cálidas por doquier, una luenga barra que se caga la perra y unos cómodos taburetes tipo trono (sentado en uno de ellos se durmió una noche mi amigo Gabi hablando con el camarero; Gabi, alias Cubatón, jo, jo, jo). En sus buenos tiempos, hace unos diez años, yo acudía al Britannia de mañana y tarde, y a veces de noche. Comía pinchos de bacalao al pil pil, tacos de bonito con vinagreta, bebía vino tinto en una cristalería del copón, y observaba a los burgueses, gente mayor la mayoría. Qué lujo accesible y diario. Lo malo es que ese negocio pretendía abarcar demasiado (desayunos, comidas y copas de noche, con todo lo de en medio, desde el aperitivo matutino a los cafés vespertinos) y no salió para adelante. Ahí hace una década curraban el roquero Jorge Clavo, que ahora toca la batería en Los Fastuosos de la Ribera, y la bacaladera Elisa, una beldad tipo Ava Gardner (pero mejor y más joven), que ahora sabe Dios dónde andará. Y pensando, remontándome en el tiempo, el Mojo antes se llamaba Donato. Joder, eso igual era hace un cuarto de siglo. El caso es que ahora suelo ir al nuevo Mojo Club. A tomar birras, a ver los partidos de Canal Plus (las pantallas de televisión con la nueva regencia son demasiado pequeñas, aviso) y a disfrutar sus burgers (¡sin cubiertos!). Pantalla enana y sin cubiertos, local con una decoración minimalista, esquinada e incómoda, y un horario reducido (tarde-noche; no abren los mediodías ni los findes), pero lo frecuento por la amplitud de sus espacios, la calidad de sus parroquianos (no chillan), su cerveza...
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El completo con divisa de Bodega Joserra se compone de bonito desmigado, anchoa y alegría riojana que aporta un grato picor, reconfortante y nada agresivo ni lesivo, que te hace disfrutar doblemente de la bebida y del que no te acuerdas una vez abandonado el local.
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(+25 rating, 5 votes)Cargando... Qué quieren que les diga, casi me avergüenza confesarlo, pero hace unas semanas acudí a un restaurante sabedor, de antemano, de que iba a pagar nada menos que 20€ por una ración de paella. Y no se trataba de ningún templo levantino del arroz; no era Paco Gandia, en Pinoso, ni La Sirena, en Petrer. Ni mucho menos. Se trataba del restorán del Gran Hotel Puente Colgante, un austero refectorio al que acudí sin oponer gran resistencia, en parte con la vaga esperanza de paladear una paella realmente excepcional, y en mayor medida porque se trataba de una comida de buenos amigos, y en esos casos, ya se sabe, o uno asume la organización, o calla y paga. El caso es que, como ya imaginarán, lo servido no compensaba lo desembolsado. De hecho, se cumplieron mis peores pronósticos, pues la paella «de pescado y marisco» resultó ser poco más que un arroz prácticamente blanco, fehacientemente deslavazado y poco gustoso. No parecía haberse cocinado en un fondo sustancioso; más bien, la apariencia era la de un arroz hecho aparte e incorporado, posteriormente, a un caldillo insípido. Le sumamos una pizca de verde, otra de rojo, unos escasos y minúsculos trozos de pescado, un puñado de langostinos, y santas pascuas. Dos langostinos por cabeza, para ser más preciso. Ni el gusto, ni la textura, ni la apariencia, ni el gasto en materia prima justificaban tamaño desembolso. 20€ (220, los 11 comensales), recuerden, a los que había que sumar otro puñado si se quería comer con vino (como es costumbre) y cerrar el almuerzo con postre, aunque fuera compartido (nueve para once personas). Un dislate, la enésima prueba de que nos la metieron con el euro. ¿Que no? ¿Saben cuánto pagamos por tres litros de agua? 9 euros. 1.500 de las antiguas pesetas. Han leído bien. También regamos el amago de paella con Sierra Cantabria crianza (13,50€), un caldo cumplidor, dotado de regularidad, que acostumbramos a pedir cuando lo vemos en los bares....
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Además de pizzas, Totó ofrece un pequeño surtido de genuinos productos italianos, como vinos y cervezas.
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Estamos acostumbrados a las franquicias de cocina italiana, en general, y este local, Coppola Pizza & Music, es atípico, con lo cual cambia el chip antes de entrar.
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