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Contenidos Etiquetados "menú del día"
La «taberna vasco-asiática» de Henao promete más de lo que realmente ofrece. No está a la altura de la leyenda gastronómica de Bilbao, ni de las altas expectativas creadas por las muchas opiniones positivas leídas en otros foros.
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Un concepto de restaurante de cocina abierta sin interrupción, muy dedicado al cliente de oficina y al turista de paso donde se puede desayunar, comer o cenar.
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Parece que en el Beraia cocinan sin artificios. Óscar Cubillo repetiría su menú del día por diversas razones: por local, servicio, precio, calidad y variedad de la comida y del vino. Y porque en Bilbao no cree que haya mucha oferta similar.
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Kokken, abierto hace unos meses en la remozada Plaza del Gas, es un gastrobar con estética y nombre nórdicos, y una carta de mini raciones de lo más apetecible.
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La primera vez que, de casualidad matutina, pasé ante su fachada, de proporción estrecha para el fondo que posee el local, intuí que comería ahí. Por precio, propuestas (menú del día, que es lo mío, y cosas que no practico tanto como cazuelitas, combinados, bocadillos, hamburguesas, etcétera) y decoración de pub irlandés.
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(+41 rating, 9 votes)Cargando... – NEGOCIO CLAUSURADO – He de confesar una infidelidad. Hace poco pasamos varios agradables días en Llanes y, ejem, no comimos en la Parrilla JJ, el local al que adjudiqué en este blog el honor de servir el mejor menú del día de la localidad llanisca. No acudimos no porque estuviera cerrado, ni lleno, ni porque ofrecieran un condumio que no nos molara. Tampoco nos afectó que hubieran subido el precio de 10 a 11 lereles. No. Fui, fuimos infieles, porque preferimos probar el menú del remozado Aparthotel Bar Restaurante El Puente, negocio dotado de un par de bonitos cenadores que ya habíamos visto remodelar a lo largo del tiempo, de los meses, mientras escanciábamos sidras en la sidrería El Campanu, enclavada a la otra vera de la ría. A mi esposa le fascinan los cenadores. Parece que les va bien a los rectores de El Puente. Entramos en su bar por primera vez un jueves, el día del pote-pincho en Llanes. El local estaba a rebosar, la parroquia era transversal y muy femenina (hum… le gusté a una, pero esa no fue la infidelidad), los camareros funcionaban con diligencia y gocé del privilegio de que me atendiera el encargado. Ese jueves yo me tomé un blanco catalán muy rico y dulzón más un apetecible pincho, y lo hice acomodado en los taburetes de las mesas altas del cenador de la planta baja. Al día siguiente, viernes, paseamos por delante de su puerta, pues el 99’9% de los visitantes de Llanes pasan por ahí, ya que El Puente se halla en el cogollito de la localidad. Me fijé en el menú, me gustó y empecé a confabular en secreto en mi mente para evitar ir al JJ. Al final, como a mi consorte también le apeteció, subimos a su comedor, que se encuentra en la primera planta. Al principio no había muchas mesas ocupadas, pero al final se llenó y algunas mesas se ocuparon dos veces, aunque no tuvimos sensación...
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(+16 rating, 4 votes)Cargando... Mucho tiempo hacía que no volvía por el restaurante Pepintxo. Años, sin exagerar. Y como ahora tengo más tiempo libre, hasta que dentro de poco ya no tenga ni tiempo libre, ni no libre, ni na’ de na’, pues hicimos una escapadita a Barakaldo, aprovechando que había que hacer algún recado, y reservamos mesa en el único vegetariano que conozco por la zona. Y no es que la matrona me haya puesto a régimen y por eso quisiera comer ligerito en un vegetariano, no, porque lo que recordaba del Pepintxo era, precisamente, que costaba llegar vivo al postre. Pero, como hacía tanto que no lo frecuentábamos, pues lo mismo podía ser que saliéramos de allí con más hambre que el Chavo del Ocho o que el otrora vegetariano se hubiera convertido en un bar de txikiteros. A saber. Al entrar, el personal me resultó familiar (muy de lejos, eso sí, que la memoria ya falla) así que me quedé más tranquila. Tenía pinta de seguir siendo lo que era. Y, además, con el comedor casi casi completo. Buena señal. De primero, nos dieron a elegir entre dos ensaladas de las que el camarero nos enseñó una muestra de cada una para que viéramos la pinta que tenían (lo que viene a ser la versión real de los platos de plástico que colocan los restaurantes de Japón en sus escaparates para ayudarte a decidir). Esto me ha hecho mucha gracia siempre que he ido al Pepintxo, y siguen haciendolo años después. Yo creo que es como la marca de la casa. Como no nos decidíamos por ninguna de las dos, básicamente porque después venían otros dos platos más antes del postre y nos parecía demasiado, el camarero nos ofreció sustituir las ensaladas por unos zumos naturales. Nos convenció. Yo pedí el completo, de zanahoria, manzana, apio y naranja, mientras que el marido se ve que no tenía el día para mucho combinado y se quedó con el de zanahoria a secas. Peor...
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Hay que exigir mucho más a un vegetariano, a la comida vegetariana, si queremos combatir los no pocos sambenitos que le cuelgan, los prejuicios que lastran su demanda. Que si aburrida, que si insípida…
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Belaustegi Baserria, un negocio que ocupa un bello caserón del siglo XVII, en el alto de San Miguel, lo que obliga a trepar la montaña por una serpenteante carretera.
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(+40 rating, 8 votes)Cargando... Dentro de la proliferación hostelera bilbaína, esa burbuja barista que acabará estallando (como todas), le hemos pillado el callo y la postura al céntrico nuevo bar El Figón, sito enfrente del hotel López de Haro. El empático Pato lo descubrió una mañana con su novia, Rocío, y de la misma me mandó fotos recomendándolo, convencido por su selección de vinos (por copas y botellas, nacionales e internacionales) y por sus pinchos a un euro. Desconfié de los pinchos, pero la primera vez que estuve en El Figón me zampé dos o tres. Mi favorito entre esos europinchos es el de pimiento del piquillo con anchoa y boquerón en aspa. Cojonudo. A Pato le gusta mucho uno de morcilla con queso de cabra que pide le calienten las eficientes camareras. En esta neotasca con maderas, alacenas, cuadritos y los precios de los caldos en tiza sobre la pared, también preparan raciones y recuerdo que me quedé con ganas de invitar en Navidad a La Reina y a su madre a salmón ahumado y una botella de cava, para hacer chin-chin. Al Figón acuden cuadrillas pijas de jóvenes y matrimonios maduros, burgueses de toda la vida y gente de futuro incierto, jubilados con posibles y oficinistas tan bien vestidos como antes era más habitual en Bilbao. Nosotros solemos ir por las tardes, antes de algún concierto en el Azkena o el Kafe Antzokia (están a tiro de piedra), y un viernes, haciendo escala de camino a una sesión flamenca en el hotel Hesperia Campo Volantín con Paco del Pozo, nos fijamos en que el gastrobar propone también un original menú del día, por nueve euros de (casi) nada, con agua (del grifo), primero y segundo (servidos a la vez sobre una tabla rectangular) más postre (estupendos también). Nueve euros, sí, IVA incluido, y en Bilbao, urbe presumida que con la crisis y el exceso de oferta está ofreciendo menús del día de calidad a precios inimaginables antaño. ¡Precios en plan Las Palmas de...
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(+49 rating, 11 votes)Cargando... En el XII Azkena Rock Festival comí dos días solo. Sendos menús en la Taberna 113, pegada al parque Prado, cerca del recinto festivalero, de mi hotel Silken y de la redacción de El Correo. Comí sendos menús: de entresemana (a 11 euros, IVA y bodega incluidos) y de fin de semana (18 + IVA, pero sin bodega, lo que hay que ver). Comparados ambos, llego a la conclusión de que repetiría entresemana, nunca el finde, cuando la comida fue muy parecida y el precio más del doble. Se cumplió mi teoría de que merece la pena comer en bastantes sitios el menú del día entresemana, pero no así el finde, que se encarece hasta diluirse la relación calidad-precio. Pensaba ir al siguiente bar de esa acera, a Los Guaranís, donde ya comí bien el XI ARF, pero entre que era más caro (12,50 + IVA, frente a 11), que no me gustaba el menú y que en el 113 ponían lengua, pues ya está todo explicado. La Taberna 113 es moderna y está decorada con piedra, madera, cristal, metal, ventanales… Es actual y acogedora, tiene terraza con toldo, botelleros vinateros y un comedor más atractivo que el cerrado de Los Guaranís. El viernes de entresemana había mucha gente mayor respetable y muchas damas (una mesa de 11 charlatanas celebrando un cumpleaños a mi vera), lo cual es garantía de calidad. La música de fondo era mala y comercial, no estaba muy alta, y varias mesas se ocuparon dos veces. Comí leyendo el ABC. De primero había lentejas, ensalada mixta (buena pinta, con mucho bonito arriba) y lo mío: patatas en salsa verde con bacalao. Llegaron quemando demasiado. Ardían. Olían de lejos, estaban ricas, no demasiado densas y el bacalao era potente. Las disfruté y las ingerí con el vino, Iradier, cosechero de Ábalos, 13,5º, rico aunque demasiado frío también, muy oscuro y astringente. De segundo había costilla escoltada por patatas fritas (buena pinta), anchoas rebozadas (sin guarnición pero apetitosas y saludables) y lo mío: lengua....
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¿Vamos a la hamburguesería? La pregunta ha perdido un tanto su vigencia, pues la hamburguesa se ha difundido muchísimo, tanto que ya no es preciso acudir a locales especializados para darse el gusto de comer una. Además de en infames cadenas de comida rápida o comida basura, que la han desprestigiado a ojos de los más cortos de vista, dicho sea de paso, hoy es posible dar con ella en bares, restaurantes, puestos callejeros… Así, aunque es sencillo encontrarla con los más distintos grados de complejidad, de la sencillez más desnuda al barroquismo más absurdo y estomagante, no resulta fácil trazar una ruta fiable, realmente recomendable. Porque de noche los días son iguales, pero el pan y la carne no. En Getxo, zona Algorta, sabedor del pecado que supone no haber probado las de Alvarito’s Bar, me quedo con las de Carpanta. En el llano, en el barrio de Las Arenas y la república independiente de Romo, me gustan las del Gure Etxea; especialmente la Gure Etxea, con setas, pimiento rojo y jamón. La pega es que este bar suele estar a tope, en reconocimiento a su apuesta por la calidad, no siempre es fácil hacerse con una mesa y entonces es cuando entra en juego la agenda, el plan B, la oferta diferenciada de Bye American Bistró. A este local, adornado con imágenes en blanco y negro de animales salvajes y del skyline de esa jungla que es Manhattan, le relegan a esa condición de alternativa los precios de sus hamburguesas: entre 9 y 11 euros. Demasiado elevados a mi entender, aunque se acompañen de unas pocas patatas fritas caseras y un puñado de ensalada. Así, en mi última visita, media ración de delicias de pollo (pechuga empanada con queso parmesano, pico de gallo y salsa de mostaza), dos hamburguesas, un postre, un café solo, una caña y una copa de vino, elevaron la dolorosa a nada menos que 37,80€ (¡han cantado bingo, oigan!). Demasiado, insisto. Un auténtico pastón, convendrán. Al margen de...
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