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Contenidos Etiquetados "raciones"
Entre bien y de maravilla. Así se siente uno acodado en la barra gobernada por el locuaz Juan José Cano, quien desde 1983 despacha cervezas y sabrosos tentempiés en en este barco pirata de la parte vieja.
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Cuando uno busca el camino de regreso a Kansas en el paseo de baldosas amarillas que une Sopelana y Getxo, o acude a la playa de Aizkorri, puede completar el plan con una parada en este bar cuya oferta, corta y en absoluto pretenciosa, resulta bien sustanciosa.
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El sabor intenso, profundo, del queso manda, pero el conjunto resulta armónico en esta hamburguesa con mucha historia. Especialmente con el dulzor y el crujiente de la cebolla, fría y levemente pochada.
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Un bar de barrio gobernado por la sencillez y los precios populares, pero distinguido por una oferta con ese nosequé de toda la vida que escapa de lo cotidiano. Salazones, embutidos, bocatines, gratinados, raciones al peso…
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El personal de Xibero se afana en preparar a la vista hamburguesas, sandwiches, ensaladas, revueltos, un montón de bocatas con buena pinta y platos combinados.
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(+79 rating, 18 votes)Cargando... La de cambios de decoración y de regencia que he vivido en el ahora denominado Mojo Club. Justo anteriormente se llamaba Noho y se trataba de un pub modernuqui que devastó toda la excelsa decoración del precedente Britannia, un pub inglés barroco copiado de uno isleño de verdad y que tenía una fastuosa cristalera en el techo, maderas cálidas por doquier, una luenga barra que se caga la perra y unos cómodos taburetes tipo trono (sentado en uno de ellos se durmió una noche mi amigo Gabi hablando con el camarero; Gabi, alias Cubatón, jo, jo, jo). En sus buenos tiempos, hace unos diez años, yo acudía al Britannia de mañana y tarde, y a veces de noche. Comía pinchos de bacalao al pil pil, tacos de bonito con vinagreta, bebía vino tinto en una cristalería del copón, y observaba a los burgueses, gente mayor la mayoría. Qué lujo accesible y diario. Lo malo es que ese negocio pretendía abarcar demasiado (desayunos, comidas y copas de noche, con todo lo de en medio, desde el aperitivo matutino a los cafés vespertinos) y no salió para adelante. Ahí hace una década curraban el roquero Jorge Clavo, que ahora toca la batería en Los Fastuosos de la Ribera, y la bacaladera Elisa, una beldad tipo Ava Gardner (pero mejor y más joven), que ahora sabe Dios dónde andará. Y pensando, remontándome en el tiempo, el Mojo antes se llamaba Donato. Joder, eso igual era hace un cuarto de siglo. El caso es que ahora suelo ir al nuevo Mojo Club. A tomar birras, a ver los partidos de Canal Plus (las pantallas de televisión con la nueva regencia son demasiado pequeñas, aviso) y a disfrutar sus burgers (¡sin cubiertos!). Pantalla enana y sin cubiertos, local con una decoración minimalista, esquinada e incómoda, y un horario reducido (tarde-noche; no abren los mediodías ni los findes), pero lo frecuento por la amplitud de sus espacios, la calidad de sus parroquianos (no chillan), su cerveza...
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La barra de Casa Urola se cuenta entre las favoritas de Lo Viejo.
que su barra es de mis preferidas en Lo Viejo, Corta, con oferta reducida y sobrada de calidad. Poco y escogido. Un gusto.
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(+37 rating, 12 votes)Cargando... Hace ya tiempo que nos hemos convertido en habituales de este nuevo bar-restaurante de El Antiguo donostiarra. Pero, por hache o por be, no encontraba el momento para hacerle su merecido homenaje público, como salvavidas de nuestros hambrientos estómagos a 5 minutos de casa. Todo comenzó como lo hacen las historias de amor: de un vistazo rápido. Pasamos por delante de su llamativa puerta, cuando paseábamos, y la duda se cernió sobre nosotros: «este sitio… ¿no era antes diferente? Parece que ha cambiado… A ver, a ver la carta…» (qué peligro tiene eso). De ahí al boca a boca de la gente, que parecía más avispada que nosotros y ya lo había probado: «Pues está muy bien, muy agradable». Entonces llegó un día, no recuerdo muy bien cuál, pero era un domingo, a la hora de comer, que por un azar del destino decidimos adentrarnos a esa cueva con aspecto tropical de la que tan bien habíamos oído hablar. Empezamos por lo fácil, el aperitivo. Cañas bien echadas (milagro), camareras amables (milagro dos), y pintxos ricos (menos milagro, pero se agradece). Según pasaban los minutos, nuestra curiosidad iba en aumento y decidimos preguntar si había mesa para comer. ¡Bingo! Tuvimos suerte y allá que fuimos, con el cuchillo y tenedor en ristre, para hacer gala de nuestro curtido arte en cortar y masticar. La oferta gastronómica es perfecta para lo que suele ser esta bendita ciudad. Rica, sencilla y muy muy muy asequible. Me dejo un muy por el camino. Su carta es simple, se pueden tomar raciones, pintxos y platos, y combinar todos, para crear tu comida o cena particular. También hay una solución llamada «Pintxo pack» (8 euros), que incluye tres pintxos salados y uno de postre, que, si la combinas con alguna ración, te apaña la comida. La merluza (tanto el cogote como la merluza al horno) son un absoluto imprescindible, así como la ensalada de ventresca y el revuelto de hongos (en temporada). La tortilla de patatas...
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El bar Rotterdam es un restaurante prototípico especializado en comida sin chorradas: croquetas, pimientos del país, ensaladas, bacalao al pil pil y a la vizcaína, chuletas y postres caseros. Productos de temporada y elaboraciones de la vieja escuela.
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El comedor de La Bodeguilla es chiquitajo, pero tienen también terraza, por lo que entra bastante gente de una tacada. Pagamos 9 euros por cabeza. Sólo la morcilla ya lo valía.
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¿Cuál es el secreto de la muy demandada tortilla de patata del Txuntxurro? «Yo le pongo más huevos», asegura el José Otero en entrevista fotocopiada y enmarcada en el bar.
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Indescriptible lo que se sirvió en Dr. Livingstone como «txampiñones en salsa». Trocitos de hongo sumergidos en una masa viscosa y grasienta de apariencia malsana, y con ninguna virtud culinaria.
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