Aponiente (El Puerto de Santa María). Donde el mar es el rey absoluto
Nuestra colaboradora María Mora salió más que encantada de Aponiente, la casa de Ángel León, aunque con una mijita de hambre.
leer másNuestra colaboradora María Mora salió más que encantada de Aponiente, la casa de Ángel León, aunque con una mijita de hambre.
leer másEl servicio fue ceremonial en restaurante Zortziko. Nos dirigieron al comedor principal y versallesco y nos ubicaron en la mejor mesa, esquinada, con vistas a todo el salón, de techos altos y decoración hiperclásica: lámpara de araña, mesas redondas, sillas Luis XVI, chimenea…
leer másLa entrada de El Bohío no hace intuir todo lo bueno que hay dentro. Más bien parece el típico mesón de provincias sin excesivo encanto.
leer másEsto dice Iñigo de Zaldiaran: «Zaldiaran: «Es un restaurante elegante, moderno y con un servicio excepcional. Para mí es uno de los mejores de España. Siempre tiene productos de primerísima calidad. Además, elabora una cocina imaginativa sin excesos, rica e interesante».
leer másSensación de total satisfacción en Mirador de Ulía. Por la comida, derroche de técnica e imaginación; por las vistas; por lo esmerado y atento del servicio; por la ‘compañía’, pese a acudir solo.
leer más¿La causa de nuestra perplejidad en Miramón Arbelaitz? El trato excesivamente jatorra del servicio. Nada de descripciones. Nada de pausa. Todo al borde del atropello, con una aparente escasez de atención.
leer másMerece mucho la pena dejarse caer por el Kokotxa, aunque otros cocineros resulten más mediáticos o inviertan más en la promoción de sus restaurantes.
leer más(+10 rating, 2 votes)Cargando... Tiene una estrella Michelin este negocio que descubrí en una lista de los mejores restaurantes de España con vistas al mar -o quizá era a la playa- que ordenó el diario ABC. Al leerlo pensé que era factible que comiera en él, por la cercanía más que nada. Luego me habló del Real Balneario mi cuñado de Madrid, Jesús, alias El Cohete, asegurando que no era tan caro si compartías un entrante y que la comida estaba estupenda y que no se me ocurriera despreciar el pescado. Pues estas vacaciones estivales cantábricas, con ocho noches en ocho hoteles distintos, hicimos una parada en Avilés solo para visitar el Balneario de Salinas. Arribamos a nuestro destino circunvalando la industrial Avilés, atravesamos el centro de la localidad pijotera de Salinas, rozamos la playa y aparcamos allende el Museo de las Anclas, que es un parque. Deshicimos el camino andando y acodados en la barandilla observamos la curva paradisíaca de la playa, encajonada entre la espuma de las olas y las edificaciones de la orilla. Por eliminación inferimos que una casita verdosa debería de ser el Balneario. Parecía cutre, así que preguntamos a un paisano y nos sacó de dudas. Ese era nuestro objetivo, sí, pero por dentro cambiaba la impresión. Al llegar a su fachada Susana entró en su lobby y reservó para dos, y yo me quedé fuera estudiando la carta: cara, corta y pescatera, con algunos mariscos y los postres sin consignar. Había tres menús y ninguno incluía la bodega, claro. Estaban el menú gourmet, a 108 euros (IVA incluido en todos los precios; quizá ya sean precios desactualizados y por la subida del IVA del 1 de septiembre este cueste ahora 110) que descarté por el precio; menú degustación a 64,80 que descarté porque La Txurri suele rechazarlos alegando que de degustación se come poco, moderno y mal; y el ‘menú de los fogones de fomento de la cocina asturiana’, por 38,38, porque no iba a recorrer 300 y...
leer másRincón de Diego se halla cerca del puerto, donde se alinean tantos restaurantes más populares con sus terrazas cubiertas preparadas.
leer másEn la Semana de Pascua vacacionamos en Cambrils, Tarragona, municipio de larga tradición turística española. En esos días estaba lleno de parejas vascas con niños, sobre todo matrimonios guipuzcoanos que hablaban en euskera sin parar. Me sentaba en el paseo marítimo y de cuatro parejas que pasaban tres hablaban vascuence y la cuarta… caminaba silente. Durante esas vacaciones no me lo pasé demasiado bien: me sentía rodeado de vascos, La Txurri solo me hablaba de Matemáticas y de los zotes de sus alumnos, muchos bares estaban cerrados y los abiertos eran enormes pero no tenían ambiente (ni clientela), y el clima no acompañaba (cuando me arrojaba a la piscina me sentía un cubito de hielo en un gin-tonic… brrrruuuu). Haciendo memoria, mis mejores momentos fueron los de los almuerzos por ahí, los desayunos en el hotel Maritim (¡había morcilla!), las visitas al cercano Salou donde bebíamos pintas a dos euros en terrazas mirando al mar, la compra que hice en la vinoteca/licorería Morell de Cambrils, y las copas de cava con pinchos que consumíamos de abrebocas en el bar Lekeitio de Cambrils, enorme, con dos entradas a sendas calles, dos barras, terraza trasera, varios ambientes de comedores, cartas de vinos, de tapas, de raciones, de carnes y de pescados… y manadas de parroquianos vascongados… Estaba rodeado, sí. Antes de llegar a la costa mediterránea busqué en Internet los mejores restoranes de la localidad, o los más interesantes para mis pretensiones. Y de chiste lo que me acaeció ya en el pueblo: dos de mis seleccionados estaban cerrados por descanso semanal, otro cerrado por reforma, otro clausurado por jubilación (yo ya estaba desmoralizado) y había otro rechulo al que La Txurri se negó a entrar porque ponía la música a volumen alto. No exagero para hacer la gracia. Aparte, en Cambrils, créanselo, hay dos restaurantes con estrella Michelin: el Can Bosh, del que hablamos hoy, y El Rincón de Diego, aún mejor y del que escribiremos próximamente. En la provincia de Tarragona hay un tercero...
leer másEl restaurante de siempre, Echaurren Tradición, ha dado paso a otras alternativas, una de las cuales le ha hecho merecedor de una ansiada estrella, El Portal del Echaurren, con cocina vanguardista, según sus propias palabras. En local anexo, se ubica el Bistrot Comilón, con una oferta más desenfadada y ambiente familiar.
leer másMucho se ha escrito sobre las estrellas y aún no es suficiente. Antes incluso de leer a Antoine De Saint Exupéry, todos quisimos viajar a una, o al menos alcanzarla con la yema de nuestros dedos. Los Rodríguez titularon ‘En un hotel de mil estrellas’ una canción preciosa y desgarradora («que triste cuando se acaba la vida durmiendo en la calle») y Los Vegetales nos arrancaron más de una sonrisa con ‘El sol no es para tanto’ («…la luna nunca te quemará / la Tierra es más completa, el sol no es un planeta…»). ¿Y qué podemos decir, que no se haya dicho ya, de las estrellas Michelín, las distinciones que supuestamente distinguen (por eso son distinciones) a los restaurantes más mejores de la muerte de todo el mundo conocido y algún otro confín? Pues que primero se sueña con ellas, pero luego no son la panacea; el sueño, la fantasía onírica, puede convertirse incluso en pesadilla. Va un señor de incógnito (no se rían) a tu negocio, se pega un buen homenaje, de los de órdago y muy señor mío, te concede una luminaria con la autoridad que le confiere la gloria pretérita de la nouvelle cuisine, y te ha hecho una faena, un hijo de madera. Los comensales esperan ahora levitar con cada bocado, no se te puede caer ya ni un pelo en la sopa, esa cristalería no brilla lo suficiente, hay que tirar esos platos (que tienen unas rayitas), necesitamos más manteles de seda, deconstruye esa patata frita, pásame el nitrógeno liquido, atiende bien a ese señor orondo (podría ser Don Manuel), hay qué pedir más salicornia… Por cierto, ¿dónde están Luis y Laura…? Dramático, sí; los amigos de verdad ya no van a visitarte, pues no les llega el dinero para ocupar una de tus mesas. Tanto sacrificio e impostura, ¿para qué? ¿Quién quiere ser esclavo del prestigio? ¿No es más deseable ser un restaurante popular y desprovisto de ataduras artísticas y reglamentarias? ¿No es mejor ser uno mismo?...
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