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(+16 rating, 4 votes)Cargando... Mucho tiempo hacía que no volvía por el restaurante Pepintxo. Años, sin exagerar. Y como ahora tengo más tiempo libre, hasta que dentro de poco ya no tenga ni tiempo libre, ni no libre, ni na’ de na’, pues hicimos una escapadita a Barakaldo, aprovechando que había que hacer algún recado, y reservamos mesa en el único vegetariano que conozco por la zona. Y no es que la matrona me haya puesto a régimen y por eso quisiera comer ligerito en un vegetariano, no, porque lo que recordaba del Pepintxo era, precisamente, que costaba llegar vivo al postre. Pero, como hacía tanto que no lo frecuentábamos, pues lo mismo podía ser que saliéramos de allí con más hambre que el Chavo del Ocho o que el otrora vegetariano se hubiera convertido en un bar de txikiteros. A saber. Al entrar, el personal me resultó familiar (muy de lejos, eso sí, que la memoria ya falla) así que me quedé más tranquila. Tenía pinta de seguir siendo lo que era. Y, además, con el comedor casi casi completo. Buena señal. De primero, nos dieron a elegir entre dos ensaladas de las que el camarero nos enseñó una muestra de cada una para que viéramos la pinta que tenían (lo que viene a ser la versión real de los platos de plástico que colocan los restaurantes de Japón en sus escaparates para ayudarte a decidir). Esto me ha hecho mucha gracia siempre que he ido al Pepintxo, y siguen haciendolo años después. Yo creo que es como la marca de la casa. Como no nos decidíamos por ninguna de las dos, básicamente porque después venían otros dos platos más antes del postre y nos parecía demasiado, el camarero nos ofreció sustituir las ensaladas por unos zumos naturales. Nos convenció. Yo pedí el completo, de zanahoria, manzana, apio y naranja, mientras que el marido se ve que no tenía el día para mucho combinado y se quedó con el de zanahoria a secas. Peor...
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La cerveza Olañeta la elabora Licorera Vasca Olañeta desde 2013, una vez que sus actuales rectores dieron con la receta deseada, tras dos años de pruebas y consultas a amigos y familiares.
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La Escuela de Hostelería de Llanes visita y cocina en la Escuela de Hostelería Leioa en unas jornadas destinadas a divulgar los productos asturianos.
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Nos encanta la sardina vieja, un pescado amarillento y de acusado carácter, tras haber madurado en salazón, que deja en el paladar el mismo rastro que la lengua del Vesubio. Su olor es agreste, primitivo. Su sabor, indomable, marino.
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Un clip de Mariona Aupí peculiar, angosto, onírico y fantásmagórico, en el que se comen bocatas a gatas, ‘a cuatro patas’, y mariscos sentado en la mesa. ¿Con qué regarlo? Con copa y porrón
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(+79 rating, 18 votes)Cargando... La de cambios de decoración y de regencia que he vivido en el ahora denominado Mojo Club. Justo anteriormente se llamaba Noho y se trataba de un pub modernuqui que devastó toda la excelsa decoración del precedente Britannia, un pub inglés barroco copiado de uno isleño de verdad y que tenía una fastuosa cristalera en el techo, maderas cálidas por doquier, una luenga barra que se caga la perra y unos cómodos taburetes tipo trono (sentado en uno de ellos se durmió una noche mi amigo Gabi hablando con el camarero; Gabi, alias Cubatón, jo, jo, jo). En sus buenos tiempos, hace unos diez años, yo acudía al Britannia de mañana y tarde, y a veces de noche. Comía pinchos de bacalao al pil pil, tacos de bonito con vinagreta, bebía vino tinto en una cristalería del copón, y observaba a los burgueses, gente mayor la mayoría. Qué lujo accesible y diario. Lo malo es que ese negocio pretendía abarcar demasiado (desayunos, comidas y copas de noche, con todo lo de en medio, desde el aperitivo matutino a los cafés vespertinos) y no salió para adelante. Ahí hace una década curraban el roquero Jorge Clavo, que ahora toca la batería en Los Fastuosos de la Ribera, y la bacaladera Elisa, una beldad tipo Ava Gardner (pero mejor y más joven), que ahora sabe Dios dónde andará. Y pensando, remontándome en el tiempo, el Mojo antes se llamaba Donato. Joder, eso igual era hace un cuarto de siglo. El caso es que ahora suelo ir al nuevo Mojo Club. A tomar birras, a ver los partidos de Canal Plus (las pantallas de televisión con la nueva regencia son demasiado pequeñas, aviso) y a disfrutar sus burgers (¡sin cubiertos!). Pantalla enana y sin cubiertos, local con una decoración minimalista, esquinada e incómoda, y un horario reducido (tarde-noche; no abren los mediodías ni los findes), pero lo frecuento por la amplitud de sus espacios, la calidad de sus parroquianos (no chillan), su cerveza...
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El completo con divisa de Bodega Joserra se compone de bonito desmigado, anchoa y alegría riojana que aporta un grato picor, reconfortante y nada agresivo ni lesivo, que te hace disfrutar doblemente de la bebida y del que no te acuerdas una vez abandonado el local.
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Hoy vamos a hablar del restaurante la Chopera, en Collera, Ribadesella, y para hacerlo nos daremos una vuelta primero por el Infierno. Por los acantilados del Infierno para ser más exactos.
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Esta sidrería cuenta en su exterior con el escaso atractivo de una nave más de un polígono industrial cualquiera, pero dentro la cosa cambia.
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(+25 rating, 5 votes)Cargando... Qué quieren que les diga, casi me avergüenza confesarlo, pero hace unas semanas acudí a un restaurante sabedor, de antemano, de que iba a pagar nada menos que 20€ por una ración de paella. Y no se trataba de ningún templo levantino del arroz; no era Paco Gandia, en Pinoso, ni La Sirena, en Petrer. Ni mucho menos. Se trataba del restorán del Gran Hotel Puente Colgante, un austero refectorio al que acudí sin oponer gran resistencia, en parte con la vaga esperanza de paladear una paella realmente excepcional, y en mayor medida porque se trataba de una comida de buenos amigos, y en esos casos, ya se sabe, o uno asume la organización, o calla y paga. El caso es que, como ya imaginarán, lo servido no compensaba lo desembolsado. De hecho, se cumplieron mis peores pronósticos, pues la paella «de pescado y marisco» resultó ser poco más que un arroz prácticamente blanco, fehacientemente deslavazado y poco gustoso. No parecía haberse cocinado en un fondo sustancioso; más bien, la apariencia era la de un arroz hecho aparte e incorporado, posteriormente, a un caldillo insípido. Le sumamos una pizca de verde, otra de rojo, unos escasos y minúsculos trozos de pescado, un puñado de langostinos, y santas pascuas. Dos langostinos por cabeza, para ser más preciso. Ni el gusto, ni la textura, ni la apariencia, ni el gasto en materia prima justificaban tamaño desembolso. 20€ (220, los 11 comensales), recuerden, a los que había que sumar otro puñado si se quería comer con vino (como es costumbre) y cerrar el almuerzo con postre, aunque fuera compartido (nueve para once personas). Un dislate, la enésima prueba de que nos la metieron con el euro. ¿Que no? ¿Saben cuánto pagamos por tres litros de agua? 9 euros. 1.500 de las antiguas pesetas. Han leído bien. También regamos el amago de paella con Sierra Cantabria crianza (13,50€), un caldo cumplidor, dotado de regularidad, que acostumbramos a pedir cuando lo vemos en los bares....
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Peña Castil es una apuesta segura. Comida contundente, sabores recios. En un comedor con ese estilo rural que sólo las casas de montaña astures te pueden dar.
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La barra de Casa Urola se cuenta entre las favoritas de Lo Viejo.
que su barra es de mis preferidas en Lo Viejo, Corta, con oferta reducida y sobrada de calidad. Poco y escogido. Un gusto.
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En el vídeo de AmyJo Doh la maja desnuda, de Goya, se quita una mano de la nuca para sujetar un plato con lascas de paletilla ibérica. Y el caballero de la mano en el pecho, de El Greco, libera su extremidad para brindar con una jarra de cerveza. De locos.
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Ardoka es un espacio de éxito donde es posible beber buen vino y comer pintxos, tapas y raciones elaboradas. ¿A buen precio? Estamos en Hondarribia, a un paso de la acaudalada Francia…
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Además de pizzas, Totó ofrece un pequeño surtido de genuinos productos italianos, como vinos y cervezas.
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Ahora toca de hablar de nosotros, de los clientes, que tampoco somos perfectos sino todo lo contrario. Sabemos, por experiencia, que un cliente tóxico (o un grupo de ellos) puede arruinar un negocio, una comida y/o el carácter y la paciencia del restaurador o del camarero que lidia con ellos.
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Hay que exigir mucho más a un vegetariano, a la comida vegetariana, si queremos combatir los no pocos sambenitos que le cuelgan, los prejuicios que lastran su demanda. Que si aburrida, que si insípida…
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Una guía para sacar el máximo provecho a Valladolid y su oferta de tapas, café y copas.
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Estamos acostumbrados a las franquicias de cocina italiana, en general, y este local, Coppola Pizza & Music, es atípico, con lo cual cambia el chip antes de entrar.
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(+46 rating, 10 votes)Cargando... Si nuestra visita al Restaurante Arbidel de Ribadesella se pudiera resumir en un titular, parafraseando a Sir Winston, este diría «Nunca nadie nos dio tanto y tan bueno, con tal excepcional elaboración, y semejante buena disposición, y pagando tan poco». #findelacita. Comer en Arbidel es una experiencia redonda. Casi dan ganas de no hacer esta crónica para que el secreto siga siendo secreto, para que encontremos mesas y menús degustación tan perfectos como el que nos dejó con una sonrisa en la boca el pasado viernes. Con una relación entre la calidad y precio, de 30 euros per cápita, IVA incluido y bodega aparte, que debe hacer sonrojar a los que ofrecen lo mismo por mucho, o lo poco por lo mismo. Éramos ya, desde hace año y medio, clientes de Arbidel pero todavía no habíamos probado su cocina. Nos llamaba la atención su localización coqueta, escondida, casi de postal romántica, y su terraza, que disponen cuando el tiempo astur lo permite. Allí hay tres mesas altas preparadas para que el cliente pasajero pueda tomar un vino, en copa, lo que se convierte en una experiencia de lo más agradable. Así lo hacíamos siempre que paseábamos por la bella Ribadesella. Y teníamos pendiente visita, para comer. Así que, en un día espectacular de febrero, en una pausa entre temporal y borrasca, aprovechamos y reservamos. Ya lo habíamos intentado medio mes antes, pero entonces era sábado y tenían el restaurante totalmente ocupado. Supusimos que con nuevo menú, recién llegados de sus merecidas vacaciones y con la rutilante estrella Michelín recién conseguida, la expectación era alta. Y así fue. Para nuestro primer contacto (y no dudamos que en el futuro habrá más) decidimos probar el nuevo menú que ha estrenado esta temporada. Fuimos correctamente acomodados en una mesa muy bien presentada en una esquina del comedor al que calculamos un aforo de unas 30 personas. Los clientes, que finalmente llenaron el local, eran, en su mayoría, parejas o familias. Gente discreta y...
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