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El amigo Mr. Duck nos remitió recientemente un emilio con este mensaje: «The Wave Pictures: Spaghetti. Video de cochineo espaguetil que, creo, no habéis colgado en Don Manuel. Lo mejor, cuando hacen los coros con la boca llena de espaguetis…y el final
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(+30 rating, 6 votes)Cargando... Tras patear Lisboa pasamos unos días en la playa de Carcavelos, en el corner oriental del municipio de Cascais. La Txurri se aburre y me quiere llevar a Sintra de excursión, pero me niego. No soy un turista. A mí me mola ir a sitios de playa y sólo pido un paseo marítimo con muchos bares con terrazas al océano. Ahí, en Carcavelos, no hay de esto y, sin embargo, no me aburro. Me relajo. Eso sí, me duermo superpronto y me despierto bastante tarde. Desde el primer día frecuentamos el que parece el mejor local del arenal, el restaurante Grande Onda, con su terraza a la playa que se estrecha con la marea alta. En la playa hay teens delgadas de patricia belleza y maneras hiperpijas, madres de tres hijos con los pechos operados (en Portugal no hacen top less, parece), la epidemia de rusos que lo invaden todo, tíos forjados en el gimnasio (algunos gays), muchos surferos y los policías a la sombra, claro. El Grande Onda es un garito playero con muchos camareros. Tiene un ambiente de día y otro de noche. La noche empieza a las ocho, cuando los precios suben (una botella de cerveza Superbock pasa de 2 a 2,5 euros) y cuando también sube el volumen de la música, con un DJ animando a la peña que consume en pie al aire libre, en medio del paseo, interrumpiendo a los paseantes. Nosotros solemos ir al mediodía. Una noche intentamos cenar, pero hay demasiado ruido y bullicio. La primera vez que nos sentamos probamos el arroz. Te lo preparan en unos 20 minutos y, mientras llega, probamos el queso curado (2,5) del aperitivo: marca ‘Montiqueijo’, cremoso, de pasta blanda, levemente ácido por el cuajo, sabroso y gozoso. Detrás de mí un tipo viril con novia come una hamburguesa de oferta (4,5) y me da envidia. Otro día. Barcos surcan el mar saliendo de la desembocadura del Tajo y más cerca pasean hembras en bikini (con...
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(+94 rating, 21 votes)Cargando... AVISO. ESTE LOCAL SE ENCUENTA EN ESTOS MOMENTOS CERRADO. SEGUIREMOS INFORMANDO. En ocasiones creo que he muerto. Sé que puede sonar un poco duro. Muerte en el primer párrafo de un post. No susto, directamente muerte. Pero es que es asi como me veo. Como en una novela de realismo mágico hispanoamericano (perdón, latinoamericano; está claro que fueron los centuriones romanos los que colonizaron América), estoy muerto, a días sí, y a días no. Yo, como soy más listo que Bruce Willis, me he dado cuenta antes y no he esperado que acabe la película para atar cabos. El otro día, en esta vida viajera que llevo, acudí a mi sede a hacer gestiones y me ocurrió algo increíble. En la otra acera, a diez metros, se encontraba mi amiga y musa y bloguera de moda Iwihsiwerekarl. Estaba con otra amiga/diosa (ella sólo tiene amigas que están requetebuenorras). Hablaban ellas todas engoriladas. Empezaron a cruzar el paso de cebra y yo hice lo mismo, con la mejor de mis sonrisas. Al quedarnos frente a frente, a cuarenta centímetros, grité «ciao, bellas!». Y, opps, siguieron adelante, sin oírme, sin verme. Seguí gritando ehh, ehhh, ehhhhhhh (fade out), y nada, ni por esas. Con el sentido del ridículo hecho trizas, pensé: «qué impresión de loqueras habré dado al resto de la peña por lo friki de la situación». Y allí vino lo más inquietante: nadie se dio por aludido, nadie vio, ni oyó nada. Conclusión, ese día estaba muerto. Ayer, sin ir más lejos, estaba muerto sólo a medias. Para unas sí, para otros no. Acudimos al chiringuito de la playa de Cuevas del Mar. Un lugar en el que tengo ganas de cenar un día a gusto, sin prisas y recorriendo su carta, que está llena de sorpresas. Además, me lo ha recomendado gente de la que me fío. El lugar mágico y, como diría un periodista muy cursi, del que no citaré nombre, un marco incomparable. Una prestosa DJ recorría en la terraza los éxitos del R&B, el sol se...
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(+25 rating, 5 votes)Cargando... Seguimos callejeando por Lisboa. Esta vez paramos por el Barrio Alto, tan turístico y con muchas dinámicas cuadrillas juveniles guiris que se asoman al mirador de Gloria. Echo mano de la Guía Viva del Anaya Touring Club y de los restoranes recomendados en esa zona uno está cerrado, otro par parecen muy cutres, el más prometedor emana más tristeza desértica que melancolía fadista (el Pap’Açordá, que exhibe un apetitoso menú en su cristalera) y apuesto por el 1º de Maio, del que destaca la guía: «Decoración de las antiguas tascas. Su cocina es tradicional: pastel de bacalao, cerdo a la transmontana y pez espada con acorda. Cierra los fines de semana. Precio: 15-26 €». Hay gentecilla. El local tiene como dos alas y nos ubican al fondo de la más estrecha, justo entrando por la puerta. Me siento a gusto. De cara a la pared y de espaldas a la puerta (bah, en Portugal aún no estoy amenazado). Se oye tintineo, mejor digo ruido de platos. El local tiene azulejos y sobre nosotros hay un arco de ladrillos que se cae de viejo. Veo botellas expuestas en vitrinas y un espejo que no me refleja. El mantel es de tela, el sobremantel de papel y las servilletas de tela. Ojeamos la carta. La Su pregunta qué es el ossobuco (9,90) y le explican que es estofado. Es curioso cómo en Portugal cada uno habla en su idioma y nos entendemos todos. También hay pez espada grillado con patata y legumbres (9, 80) y yo me encelo con la perdiz de la carta, que se sirve también en media ración (10 euros media y 18 entera, evoco de memoria), y calculo que si me quedo con hambre la pediré después. Qué ingenuo: en Portugal te ponen papeo a tope, te cebas con un principal. Susana bebe con agua Luso (2 euros) y yo pido media botella de Terras de Sado (4,5 euros), tinto de Setúbal de 2010, astringente, superbueno en su...
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(+77 rating, 16 votes)Cargando... La nouvelle cuisine fue un paso impresionante para el universo culinario, una (r)evolución necesaria y agradecida que removió sus cimientos y sentó las bases de su evolución actual. No obstante, la perversa asunción y malinterpretación de sus líneas maestras, muchas veces desde el desconocimiento, el snobismo o el mero interés económico, llega a ser un insulto al comensal. No todo se reduce a miniaturizar preparaciones, como hacen algunos. Ni pintar el plato del menú del día con pinceladas de vinagre de Módena te convierte en un gran chef. Por eso me encanta dar con lugares como Casa Comerciante, que rezuman campechanía, austeridad, autenticidad. Uno, cuando va a la Galicia interior (pero interior interior), no espera encontrar un McDonald’s detrás de ese bosque de carballos. Ni locales de diseño. Ni esferificaciones. Lo realmente reconfortante es dar con un lugar como Casa Comerciante, un comedor de pueblo (sin ningún matiz despectivo) donde uno espera encontrarse con cazadores y lugareños, donde se guisa como en los viejos tiempos, y aquellos productos que es natural encontrar en pleno monte. Nosotros llegamos una noche, ya cerrada, y nos costó un poco dar con el comedor. Subimos hasta la segunda planta y volvimos a bajar a la primera. Abrimos dos o tres puertas y dimos, por fin, con el refectorio, donde dos grupos numerosos ya daban cuenta de la cena. En nuestra mesa esperaban buen pan, platos y grandes bandejas de inoxidable con entrantes fijos. Y consistentes. A saber: empanada de grelos, chorizo y panceta; ensalada de tomate, lechuga y cebolleta, bien alegre por acción del vinagre; y más bandejas con chorizo, salchichón y jamón. Un canto a la sencillez. Dimos cuenta de ello con agua y varias cervezas (Estrella Galicia y Mahou), que llevaban a la mesa en latas que uno mismo abría. La oscuridad envolvía la noche, el frescor nocturno achuchaba, la lluvia no cesaba… y todo ello hacía más atractivo el listado de platos principales. Había para escoger ternera guisada, estupendo pollo (de verdad) guisado,...
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Pónganse cómodos y vean la deconstrucción de la paella, de la galleta, del flan, de las pastas de té, de la tarta nupcial… A mazazo, espadazo y patatazo limpio. A cargo de Klaus&Kinski.
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(+63 rating, 13 votes)Cargando... A lo tonto, en diez días en Portugal disfruto de lo que más de dos comidas: unos deliciosos huevos rotos de noche en la Taberna Ibérica, y un par de pastelitos de crema, sucedáneos de los célebres de Belén, que compro de tarde en el supermercado Pingo Doce. No voy a restoranes lujosos, pero sí a bastantes recomendados en guías de viajes. En uno de los que más fe he depositado es en el Martinho da Arcada, uno de los locales favoritos de Fernando Pessoa, el poeta lisboeta venerado en rincones, vericuetos, estatuas y carteles de la vieja capital imperial. Este negocio es añejo y está ubicado en un pórtico de un vértice de la amplia, turística e imperial Plaza del Comercio, abierta a la desembocadura del Tajo. Elijo almorzar ahí impelido por este texto de una Guía Viva del Anaya Touring Club que reza: «Famoso café y restaurante inaugurado en 1782. Frecuentado por Pessoa. Mantiene su estilo tradicional tanto en la carta como en el aspecto. Se aconseja la cataplana, un guiso a base de almejas. Precio 25 €». Al final, por un entrante, dos primeros, un quesito y media botella de vino blanco y una de agua acoquino 75,50 aurelios. Salgo un poco plof, pero así es la vida. El local se halla muy esquinado y preguntamos cómo se llega a un par de policías portugueses, expertos en maximizar la sombra. Llegamos y hay muchos comensales fuera, en el pórtico, y muchos menos dentro, en el fresco y blanco comedor que te retrotrae más de un siglo en el tiempo. Afuera, las mesas tienen servilletas de papel y se sufre el ruido del tráfico, el estrés de los buses, y cierto viento. Dentro reina el silencio, las servilletas son de tela y el servicio más distinguido y tranquilo. Nos sentamos en una mesa dedicada a otro artista: Júlio Pomar, un pintor cuya imagen preside nuestro hueco desde una foto. Hay más fotos de Pessoa y el salón es...
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‘El chef, la receta de la felicidad’, lo que podía haber sido una buena película, es una distracción o un entretenimiento banal. Si usamos el símil de la gastronomía diremos que tiene ingredientes de primera calidad pero el cocinero la ha pifiado.
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(+40 rating, 8 votes)Cargando... La fascinación rocker: es que veo a un Elvis Presley de mentiras a la puerta de un local, y ya me paro y me intereso. Me trago el embeleco. No me importa. Me traslado a los 50. Lo mismo me sucede en Lisboa, trazando una curva cuesta arriba por la acera vespertina camino de la Avenida de la Libertad, creo que donde hace esquina la tienda de Cartier, pero no me hagan mucho caso. El caso es que, a mitad de la escalada, ahí se erige la figura tuperiana de Elvis Aaron Presley, cual portero con cuero negro, tupé y patillas. Reclama la atención a la entrada de una hamburguesería lusa y le apoyan en la acción un par de graciosas y naifs hamburguesas dobles. El local se llama Music Burguer Avenida (también usa los apelativos de American Roadside o American Music Burguer) y además expende comida mexicana, ensaladas, hot dogs, pizzas, batidos… La primera vez que me topo con el Elvis portero le tiro una foto con el móvil que me regaló Rocío. De noche volvemos para sentarnos a la fresca en su terraza, pues si entras en el local, amplio y frecuentado (familias, jóvenes, amigos, parejas…), la magia presleyana se diluye, entre brillos de espejos y aluminios inoxidables, debido a la música, ochentera y comercial cuando acudimos. El Music Burguer Avenida es una suerte de Hard Rock Cafe barriero y pertenece a una cadena lisboeta de tres negocios. El servicio es bueno, amable, rápido y mixto, la carta se presenta en un coqueto vinilo redondo, y es más barato el bebercio que el papeo, opino. La música puede ser mala, pero lo que mola es la decoración: Marilyn, coches de los 50, jukeboxes, camareras pin-ups… Lo típico. El típico reclamo. Elvis está vivo. (el rock and roll vive dentro de Óscar Cubillo) web de Music Burguer Avenida ver ubicación Rua Alexandre Herculano, 6 A; 1950-006 Lisboa (Portugal) 213 142...
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¿Cuál es el secreto de la muy demandada tortilla de patata del Txuntxurro? «Yo le pongo más huevos», asegura el José Otero en entrevista fotocopiada y enmarcada en el bar.
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Un clásico restaurante de carretera yanki (un dinner, o diner) y su cocina son los escenarios principales donde se desarrolla una escena de acción del clip de Limp Bizkit.
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(+53 rating, 11 votes)Cargando... Lisboa en verano es luminosa, calurosa y olorosa. Huele a sardinas asadas, sobre todo. A veces también, en algunos montones de polvo urbano que se acumulan en las esquinas más vetustas y descuidadas de las aceras, atufa a detritus. Las mujeres de ahí son muy hembras y se ven muchos negros de las colonias. Lisboa, capital imperial: imperial llaman a las cañas de cerveza servidas a presión. El turismo está en alza y, gracias a los líos de los moros y los árabes, hay visitantes de aluvión ajenos a la amenazas del rescate económico del gobierno portugués. Estas vacaciones leo en un periódico luso que los guiris (igual que yo ahí), sobre todo, acuden por la buena comida, el buen vino y la simpatía de la gente. Vaya: en España se come mejor, el vino luso parece potable (pero en bares todos a precios superiores a los de España y, generalmente, servidos en peor cristalería) y el paisanaje portugués es probable que sea más humano. No obstante, si puede, el comerciante portugués de a pie se salta el 23 % de IVA en las facturas. Las facturas de los restoranes y tascas aparecen y desaparecen como en juegos de manos; las reclamas a los camareros y se hacen los despistados, te las escriben a mano en papeles sin rigor legal y, a veces, te llevas algunas notas y, cuando luego te fijas, se indica ‘este documento no sirve de factura’. Ja, ja. ¿Hablamos de la curva de Laffer? ¿Recordamos que a más impuestos más fraude, más economía sumergida? Bah, ahora no, pero señalemos que a menudo a los hosteleros lusos se les rompe el datófono, el ‘multibanco’, y no puedes pagar con la Visa. Je, je… En el primer día en Lisboa acudimos a cenar al restaurante Río Coura, garito sito en la cuesta entre la catedral y el castillo, en el barrio de Alfama, donde conseguí mi pulsera de la suerte. El Río Coura me lo ha recomendado...
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Se ha estrenado en DVD la película gastronómica francesa «La Cocinera del presidente». Una buena ocasión para disfrutar con las recetas más tradicionales galas y de salivar mientras se ingieren cantidades industriales del preciada trufa negra del Perigors.
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Si vas a El Ruedo, fíjate en la figura de un Manolete de ojos tristes que te vigila tras la barra. Y en un par de cabezas de astado que lucen bien chulas en sendas paredes, cual torito enamorado de la luna, que además de bravura tiene pinta de donjuán.
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(+40 rating, 8 votes)Cargando... Me río yo de la tentación de Cristo, y de los juegos que protagonizaron Marlon Brando y Maria Schneider en su último tango en París, cuando llego a casa con apetito, un punto de ansiedad y sin gana alguna de cocinar. Entonces entro en la cocina, agarro la barra de pan y veo cómo merman la barra de chorizo picante, la de salchichón ibérico, el espetec, la sobrasada y la pieza de queso de oveja de mis amores. A veces entran remordimientos de conciencia, cuando se acaba el pan, sumas las calorías ingeridas y tal, pero ya no hay nada que hacer. Después de todo, para qué nos vamos a engañar, mayor es el problema cuando resulta que llegas a casa con apetito, un punto de ansiedad, sin gana alguna de cocinar… y no encuentras queso, ni embutido, ni pan en tu despensa. Horreur! Pues bien, cuando estoy en Donostia el asunto es menos dramático pues, si no es muy tarde, siempre puedo acudir a Via Fora, un local amplio aunque desangelado, sin atractivo estético, donde tengo eso, precisamente: pan, embutido y queso. El negocio se promociona como restaurante de cocina catalana, se ubica cerca del parque Cristina Enea, aunque lejos de las postales de la ciudad, entre las vías del tren y el cauce del Urumea, y presume en Twitter de preparar «los mejores arroces de la ciudad». Porque sí, por encargo cocina arroces (tot pelat, negro, con verduras, con conejo), más caros que en Levante (es lo que tiene esta ciudad). Me han hablado mejor de su fideuá. Y, a veces, hasta se lían la manta a la cabeza y organizan calçotadas. Pero yo acudo allí siempre a por lo dicho: pan, embutido y queso. Sin pretensión alguna. De modo informal. En busca, simplemente, de comida modesta, picoteo, precios asumibles y el pasar un buen rato con los amigos. Yo lo pasé con mis apreciados Oier y Edurne en mi última visita. Comimos, bebimos, charlamos, reímos… y todo...
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Palta, lima, cilantro, tomate, morrón, cebolla, jalapa y sal. Estos son los ingredientes con los que mole el aguacate Kevin Johansen a la hora de elaborar el guacamole.
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Había mucha peña con pinta de currela en La Venta de Castañeda. Y varios comensales solos. Menos mi esposa y una tipa con pinta de turista, todos los clientes eran varones. Y sonaba música hortera.
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(+61 rating, 13 votes)Cargando... Este iba a ser el año sin verano. Me imagino que el meteorólogo francés que anticipó esa ocurrencia por junio, cuando llevábamos siete meses helándonos las pelotas, debe estar en la cola del equivalente del SEPE gabacho. El caso es que hace calor, mucho. Incluso en Asturias. La gente flipa. Hoy, último día del mes del julio del año de nuestro señor sobrecogedor mariano del 2013, llevamos casi un mes de sol y buen tiempo. ¡En Asturias! Así que buscamos locales ventilados y chulos para cenar. Y Llanes se está poniendo al día. A la oferta tradicional (repasen nuestra categoría dedicada al Oriente Astur) se están añadiendo, a marchas forzadas, nuevas propuestas. Las carnicerías Aramburu son un clásico de la zona. Sus bellos establecimientos, en Llanes y Ribadesella, la calidad de sus productos, la barroca exuberancia de sus mostradores, hacen que los visitemos con frecuencia. Si no nos diera vergüenza, hasta pasaríamos las tardes en sus tiendas mirando exquisiteces. Como un jubilado en el CorteInglés, vamos. Así que cuando, este invierno, empezaron las obras de reforma del establecimiento que tienen en la céntrica plaza de Parres Sobrino de Llanes, nos interesamos por el proyecto. La cosa se llama Taller de Degustación. Está al fondo del establecimiento y es una acogedora terraza interior con unas diez mesas, con vistas panorámicas a la ría y con visión directa de la cocina donde te elaboran los productos. La oferta de mesas se ve completada por otras tantas situadas en la terraza exterior, en la misma plaza. Como no somos de barullos, ayer optamos por refugiarnos dentro, y acertamos. Música suave de Bebel Gilberto, noche cálida astur y buenas vistas. Espacioso y sin agobios. Y la carta, breve, ofrece sobre todo carnes y productos sin excesiva elaboración. Tablas de embutidos ilustres. De quesos de la zona. Ensaladas, laterío fino, cocas (de las de comer, no de las otras), ahumados y las supremas carnes por las que ha ganado fama la cadena de establecimientos. Y...
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Hay que decir que en Republic Dénia no se come mal; es más, se jama bien. Y me quedo con ganas de probar cosas de su carta.
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En el clip de Grum las mujeres devoran con las manos, y mucha fruición, sandwiches, donettes, alubias, gominolas tipo jamones (aka nubes), mazorcas de maíz, espaguetis con tomate… lo que les echen.
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